Memoria de fuego

El barranco fue un lanzallamas

A diez metros de donde murieron el gobernador y sus acompañantes la vegetación sigue intacta

El barranco fue un lanzallamas

El barranco fue un lanzallamas / El Día

Paco Cansino /Paco Rivero

La crónica sobre la tragedia de Agando que se reproduce en estas páginas fue publicada el domingo 16 de septiembre de 1984 en La Provincia. La firmaba el periodista Paco Cansino, quien con posterioridad fue redactor jefe del periódico grancanario, y más tarde, hasta su fallecimiento el 20 de septiembre de 2004, subdirector de La Opinión de Tenerife. El material que ilustraba el texto fue elaborado por el diseñador gráfico Paco Rivero. Una de sus ilustraciones se ha plasmado también en la portada de El Dominical.

«Mantenerse en aquella zona después de que nosotros llegáramos arriba corriendo con las llamas y el humo pisándonos los talones fue una imprudencia o, cuando menos, un desconocimiento temerario de la situación», dice Manuel Herrera Mesa, desde San Sebastián de la Gomera, recordando lo ocurrido momentos después de que él y otros compañeros voluntarios, que habían huido del fuego ante el rápido avance de las llamas, se marcharan de la zona de Roque Agando, antes de que sucediera la tragedia que, hasta el momento, ha costado 19 vidas.

El incendio de la Gomera será recordado precisamente por la catástrofe que se llevó por delante diecinueve vidas, entre ellas la del gobernador civil de Tenerife, Francisco Afonso Carrillo, pero no por su magnitud como incendio forestal pues sólo afectó a unas 800 hectáreas de monte, en su mayor parte de pino, brezo y haya joven, en unas escarpadas barranqueras que los gomeros denominan degolladas, pero que pese al peligro de que afectara al monte del Cedro, principal riqueza forestal de la isla, ha podido mantenerse fuera de los límites de esta zona, principio del Parque Nacional de Garajonay.

Pese a las discrepancias sobre si hubo o no imprudencia al situarse las autoridades en la cima que divide los barrancos de La Laja —donde se inició el incendio— y el de Benchijigua, por el que trataron de huir las víctimas, lo cierto es que en ese lugar, poco después de la una de la tarde del pasado martes, el pánico empujó al grupo a huir precisamente por la zona donde se propagó el fuego, pereciendo en su desesperado esfuerzo por escapar de las llamas. Los dos últimos rescatados fueron localizados en la pared derecha del barranco de Benchijigua, al pie de un escarpado, después de haber recorrido desde la carretera más de 400 metros, de los cuales los últimos doscientos fueron en una ascensión difícil y costosa, en la que incluso los montañeros y equipos de rescate se movían con ciertas dificultades.

Ignorancia temeraria

En la zona del Roque de Agando la carretera desciende ligeramente desde las estribaciones anteriores, en el sentido San Sabastián-Valle Gran Rey, para comenzar a ascender de nuevo justo a la altura del roque. La vía que une la capital gomera con la localidad pescadora del sur de la isla ocupa en esa zona la divisoria entre los barrancos de La Laja y Benchijigua; a ambos lados de la carretera, son profundos y escarpados los barrancos.

Dada su ubicación sobre la zona de La Laja y la distancia que existía hasta el fuego, la carretera se convirtió en el lugar ideal para divisar el fuego y hacerse una composición de lugar de la marcha del incendio.

Sin embargo, esa posición algo más baja que las montañas que se abren a derecha e izquierda, justo en el centro de la quebrada, sería al final la que provocaría que, ante la rápida propagación del fuego por ambas laderas, la situación se tornara de difícil salida y, los que en lugar de salir por la carretera intentaron huir por el barranco de Benchijigua, hacia el que se trasladó el fuego, fallecieran en su intento desesperado por salvar la vida, o resultaron seriamente heridos en el intento.

Hoy, días después del incendio, alguno de los que lograron huir de las llamas señalan que la facilidad de circulación en la zona, que permitía el paso a cualquier persona y que éstas se quedaran en el lugar desde donde las autoridades divisaban el fuego, fue una de las causas de que el número de víctimas haya resultado tan elevado, calificando esta situación como una «ignorancia temeraria». El ejemplo que resume esta situación es la estancia de los excursionistas tinerfeños en la zona, con su coche aparcado, al parecer, según declaraciones del único superviviente, para tomar fotografías del incendio.

Nada parecía indicarlo

El fuego se había iniciado en la tarde-noche del lunes, en las estribaciones del barranco de La Laja. Allí lucharon contra él, durante toda la noche, las cuadrillas del ICONA, Cabildo Insular, Ayuntamiento de la capital gomera y demás grupos preparados para estas tareas.

A lo largo de la noche se fueron concentrando voluntarios listos para sustituir, cuando fuera necesario, a los equipos que luchaban para detener el avance de las llamas. A primeras horas de la madrugada, estos grupos de voluntarlos comenzaron a entrar en acción sustituyendo a cuadrillas del ICONA y demás organismos, que habían mantenido a raya el fuego durante toda la noche.

Uno de estos voluntarios nos cuenta que, al bajar al fondo del barranco, «comenzaron a trabajar en un cortafuegos, que hicimos a unos ocho metros del fuego». Esta corta distancia de las llamas da una idea de que, en esos momentos, no parecía posible una rápida activación de las llamas, hasta el punto de que fuera a poner en peligro las vidas de esos grupos de voluntarios y las de las autoridades y grupos de apoyo —encargados de llevar bocadillos, agua y demás pertrechos a los que trabajaban en la extinción del fuego— que se encontraban en la cima, entre los dos barrancos.

Abajo, en el fondo del barranco de La Laja, la cuadrilla de voluntarios, formada por más de medio centenar, y algunos guardas del ICONA, luchaban a pocos metros del fuego, lo que parece indicar que las llamas no eran muy intensas, ya que permitían mantenerse en sus proximidades.

Incluso algunos de los miembros de las cuadrillas se acercaban al lado mismo de los focos para, con ramas, intentar extinguir el fuego que nacía entre la pinocha del monte bajo, permitiendo el avance de las llamas.

Huida hacia la vida o la muerte

Hacía el mediodía, esta cuadrilla, que iba a ser sorprendida por el rápido avance de las llamas, creía que tenían acorralado al fuego. El remolino que se formó en el fondo, ante el cambio inesperado de la dirección del viento, motivó una rápida combustión y el avance rápido de las llamas.

Arriba, las autoridades seguían la evolución del fuego y muchos curiosos, juntos con los equipos de suministros para las cuadrillas, se arremolinaban en lo que momentos después se convertiría en una trampa mortal.

Ante el peligro inminente, la cuadrilla se dispersó en distintos grupos. Una decena aproximadamente, con las motosierras y latas de gasolina para los motores de las mismas, se atrevieron a lanzarse pendiente abajo hacia La Laja, a través del monte quemado, logrando salvarse rápidamente. Otro grupo, el más numeroso, salió por el canal del Cedro, con apuros, pero logrando superar los problemas. De ese grupo, dos que regresaban hacia San Sebastián y desoyeron las indicaciones de un capitán de la Guardia Civil para que dieran la vuelta, perecerían momentos después tras lanzarse hasta el fondo del barranco Benchijigua y subir por una escarpada pared hasta que el fuego les atrapó.

El peligro se presentía

El tercer grupo desando su camino y se dirigió hacia la carretera, desde la que habían descendido. «El pánico era tal que, después de haber logrado alcanzar la carretera, solicitamos de los miembros del ICONA y las autoridades que se interesaran por el grupo que había huido por el canal, éntre los que había personal del ICONA con aparatos emisores-receptores de radio, y decidimos el inmediato regreso a San Sebastián».

Por sus declaraciones posteriores, algo similar le rondaba en aquellos momentos por la cabeza al chófer del Parque Móvil de Ministerios destinado en la delegación insular del Gobierno, Cirilo Rodríguez.

El humo ya era intenso en la carretera y las llamas avanzaban con rapidez. Incluso se ha llegado a señalar que los agrestes barrancos actuaron como tiros de chimenea, propagando con rapidez las llamas por la acción del viento que había cambiado de dirección e intensidad.

Pero en el fondo del barranco el fuego se abrió hacia las laderas de ambos lados del cauce, y ascendía con rapidez a través de los brezos, resecos tras el verano, y hayas jóvenes que ocupaban la superficie.

La situación cambió en pocos minutos; pero no en tan pocos como para que los hombres de las cuadrillas del ICONA, Cabildo Insular o Ayuntamiento, junto con miembros del grupo de voluntarios que había huido «con el fuego bajo los pies», no se percataran de la inminencia del peligro y «con el pánico en el cuerpo, después de haber visto la rápida propagación de las llamas», decidieran abandonar la zona con la máxima rapidez.

Escapar entre las llamas

Cirilo Rodríguez, el conductor de la Delegación del Gobierno en la isla, que formaba parte de la comitiva oficial, avisó a José Brito, el chófer del gobernador civil, para que dejara el coche abierto y las llaves puestas, por si era necesario huir del lugar con toda rapidez.

Cirilo, que en el momento clave tomó la decisión de salir hacia San Sebastián, a pesar de las llamas que cruzaban la carretera, después de subir los cristales de la ventanilla, asegura que José Brito llegó a estar en el coche listo para partir y que al salir, para intentar unirse al grupo del gobernador, su secretario particular y el sargento de la Guardia Civil, encontró con ellos la muerte.

El pánico, natural en esos momentos en que las personas se ven acorraladas por las llamas y encerradas en una situación difícil, jugó un papel importante en esta tragedia. Sólo unos cuantos metros más arriba de donde fueron hallados los cuerpos de las autoridades, en todo caso a menos de diez metros de ese lugar, unos matorrales mostraban días después del luctuoso suceso todo su verdor, revelando que en ningún momento fueron afectados por las llamas, que venían del otro lado de la carretera y que siguieron barranco abajo, primero, y ladera arriba después, hasta cobrarse 19 vidas. Si ese hubiera sido el lugar elegido como refugio, o incluso el parapetarse tras las laderas próximas al alto del barranco de La Laja hasta que el fuego pasara, la magnitud de la tragedia hubiera sido mucho menor.

Sin embargo, todo el mundo coincidía en que el miedo a las llamas y el lógico pánico, motivaron la huida sin control hacia la salvación o la muerte.

La tragedia humana se consumó en pocos minutos. El fuego continuó por los montes de la isla, pero sin afectar a su principal zona forestal, el Parque Nacional de Garajonay, donde una trocha de casi 20 metros de ancho, abierta a ambos lados de la carretera que une la que atraviesa la zona del incendio con la de Hérmigua, se mantiene como prevención de que se reaviven las llamas.

Ennegrecido y mudo testigo de la tragedia, el Roque de Agando, con su perfil de cabeza humana, recortado por la erosión de siglos de viento, se alza imponente al lado de la zona donde se produjo la segunda catástrofe en un incendio forestal, por número de muertos, de España. Las llamas que tiznaron de negro su superficie hasta más de diez metros de altura, dan una idea a los que allí estuvimos de la forma —«como un lanzallamas», dijeron algunos testigos y recogió Eligió Hernández— de cómo se propagó el fuego sorprendiendo a autoridades, voluntarios y curiosos que desde allí contemplaban el incendio.

Como declaró ayer Manuel Herrera Mesa, «todavía cuando me acuesto y me relajo se me viene a la cabeza el zumbido de los árboles al arder, que sigo teniendo dentro de los tímpanos».

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