Manrique y Millares, desatados

En la primavera de 1963, los madrileños que paseaban delante de los escaparates del Corte Inglés de la calle Preciados se quedaron boquiabiertos

Detrás de los cristales no había vestidos ni pantalones, esta vez aparecían los diseños de seis artistas, entre ellos, las obras de dos canarios: César Manrique y Manolo Millares, dos montajes insólitos, que dejaron a Madrid en silencio

Manrique y Millares les mostraron la grandeza del arte abstracto en dos parpadeos

Manrique y Millares, desatados

Manrique y Millares, desatados / ED

Nadie esperaba encontrar en unos escaparates del centro de Madrid una muestra de arte tan insólita. Fue insólita, poderosa y sobre todo genial. Logró lo impensable, que aquellos madrileños que pasaban por delante de esos famosos escaparates del Corte Inglés para ver sus habituales vestidos, chaquetas negras y corbatas grises, se quedaran sin palabras. El arte abstracto en su máximo esplendor se hacía grande en una España de azul, oscuro casi negro. Y eso ocurrió un domingo del mes de marzo de 1963. 

Y entre esa muestra variopinta que ofrecieron estos seis artistas: Manrique, Millares, Rivera, Rueda, Sempere y Serrano, seguramente la que provocó un mayor desconcierto fue la apuesta inesperada y tan curiosa del pintor de Gran Canaria, Manolo Millares. Su escaparate apareció lleno de bidones rotos, viejos, desvencijados y cargados con piche. Sí piche negro, que se desparramaba y como añadido, de algunos de esos bidones colgaban alpargatas manchadas, que Millares había comprado en El Rastro de Madrid.

En una entrevista que le hicieron durante esos días en el periódico El Alcázar, Manolo Millares dijo: «Yo empecé pintando paisajes. Ahora soy abstracto y no por comodidad, sino porque creo que es el arte que corresponde a nuestro tiempo. En cuanto a mi intención al hacer el escaparate, ha sido valorar los objetos humildes, despreciados por la gente, convirtiéndolos en obras de arte».

Manrique y Millares, desatados

Manrique y Millares, desatados / ED

Y ante ese alarde de enseñar esos objetos despreciados, para los que no todos estaban preparados, no resultó extraño comprobar cómo muchos de aquellos paseantes tuvieron que restregarse los ojos, y volver a parpadear, ante un concepto de arte que en principio les resultó estrambótico y tan genial como siempre fue su creador, el gran Manolo Millares. Eso tampoco se puso en duda. 

Aquellos seis escaparates fueron la comidilla durante algún tiempo, además de provocar un enorme eco mediático en los principales medios de comunicación. La historia de esta muestra tan moderna y atrevida ha sido rescatada por el crítico de arte, Alfonso de la Torre, que en febrero de 2005 publicó un completo catálogo en el que se recoge las imágenes en blanco y negro de aquellos escaparates, y las caras de asombro de los curiosos que se acercaron ante una muestra tan asombrosa. 

El artífice de la muestra

César Manrique había sido el artífice de esta exposición, él fue el responsable de seleccionar a los artistas que participaron en este evento, sus amigos, y por supuesto fue su enorme entusiasmo el que convenció al presidente de El Corte Inglés, Ramón Areces, para que aceptara este enorme reto.

Manrique apuesta por colgar en su escaparate esculturas móviles, que el artista lanzaroteño tituló Bosque Mágico, y que realmente hay que verlas como precursoras de la labor escultórica posterior que desarrollaría el artista lanzaroteño.

En el diario Informaciones, el periodista José Rodríguez Alfaro escribe sobre el escaparate de Manrique: «Ha conseguido un gran efecto plástico por medio de unos móviles en cartulinas de colores rojo y verde llenos de fosforescencia sobre un fondo negro, que por medio de las luces ofrecen una sensación mágica».

Y en una entrevista que le hicieron en el diario El Alcázar, César Manrique explica sin miramientos: «El hombre es tan tonto que cree que solo es real lo que está acostumbrado a ver a través de la cultura metodizada...Un ciego, al recobrar la visión, encontraría una abstracción total. La silla no le parecería una silla, ya que nunca habría visto una, tal como la vemos todos. Mi escaparate son unas formas desarrolladas en volumen, flotantes en el espacio, logradas a través de luminotecnia; con ello no expreso nada, sencillamente logro efectos de gran atractivo para el público».

En esos años, en pleno franquismo, pocos esperaban una apuesta tan extraordinaria y curiosa. El famoso NODO, el noticiario en blanco y negro que siempre se veía en los cines antes de la emisión de cualquier película, se hizo eco de esa exposición. La voz potente del comentarista llamaba la atención sobre lo peculiar de la muestra y también se hizo hincapié en la cara de asombro de la gente. Hombres y mujeres vestidos de negro, ellos con sombreros y fumando extenuantes puros se paraban delante de los cristales con rostros de incredulidad, y otros, ante lo inesperado, sonreían sin poder evitar el asombro ante una apuesta tan surrealista. 

Recientemente el cortometraje sobre César titulado: Manrique de Lanzarote a Bretún, con guion y dirección de la periodista Concha de Ganzo, y que ha sido emitido por la Televisión Canaria recoge esta parte de la historia de los seis escaparates en Preciados con imágenes del NO-DO, unas secuencias maravillosas y que definen aún más la manera de ser y el poderoso atractivo del artista lanzaroteño, capaz de lograr lo que pocos: convencer a unos grandes almacenes para que apostaron por estas atrevidas obras de creación. 

El pasmo de Areces

Entre los artículos que aparecen en el catálogo de Alfonso de La Torre sobre esta exposición histórica se hace referencia a la sorpresa y hasta el pasmo que provocó en el propio Ramón Areces, presidente del Consejo de Administración, cuando en la entrada de sus grandes almacenes ve cómo desde un camión -entonces la calle Preciados permitía la circulación de vehículos- unos operarios empiezan a bajar bidones cargados con piche, «¿Pero ¿qué quiere decir esto? ¿Qué hacen estos bidones viejos y sucios aquí? ¿Es que nos vamos a dedicar ahora a arreglar carreteras? Uno de los colaboradores en el desarrollo de este evento tuvo que explicarle que se trataba del material solicitado por uno de los artistas que esa semana iba a realizar uno de los escaparates. Areces insistió: ¿Y para los escaparates necesita eso? Y al parecer, como el mismo contó con posterioridad, terminó por asumir que aquellos artistas sabrían lo que hacían. Y efectivamente lograron lo que pretendían, porque aquellas seis ventanas de arte abstracto despertaron el interés de todos aquellos ciudadanos que se asomaron a sus cristales.

Quizás uno de los periodistas que mejor describió aquella muestra de arte fue Julio Guillén, que en su artículo del diario El Alcázar y que titula Seis ventanas a lo abstracto en la calle Preciados dice: la calle de Preciados es una vía esencialmente comercial, sin embargo, estos días, olvidándose un poco ese carácter, sorprende a todos ...lanzando seis gritos artísticos. Y los gritos no son cosa baladí, han sido lanzados por seis de los más cotizados pintores abstractos. La experiencia es nueva y de ahí su valor periodístico. El arte abstracto, tan combativo, se asoma a la calle, lanza un grito, y sin querer engañar a nadie dice ‘Aquí estoy’. Y son unas ruedas negras en movimiento. Y unos bidones panza al aire enmarcados por alpargatas. Y unos juegos de luz. Y una mano gigante que parece querer atrapar al paseante. Todo ello, atrevido, sencillo y complicado a la vez, pero tremendamente interesante».

La historia detrás de esos seis escaparates resultó tan impactante que nadie pudo evitar contar lo ocurrido. Y eso sucedió un domingo del año 1963. 

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