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Allende amado y odiado 50 años después

El 11-S de 1973 permanece vivo en la memoria de los chilenos, que escrutan divididos el tránsito fallido al socialismo del Gobierno de la Unidad Popular

Mario Amorós, biógrafo del presidente derrotado, sostiene que sus principios de justicia social, democracia, pluralismo y libertad siguen vigentes

La estatua del expresidente chileno Salvador Allende es levantada con una grúa frente al palacio presidencial de La Moneda en Santiago en junio del año 2000.

«Yo no tengo pasta de apóstol ni de mesías... soy un luchador social que cumple con la tarea que el pueblo me ha dado... pero sin tener carne de mártir, no daré un paso atrás». La voz de Salvador Allende resume el drama chileno del 11 de septiembre de 1973. El presidente sabe que son sus últimas horas. El golpe de Estado avanza y le habla al país en cinco oportunidades, hasta que su mensaje se interrumpe. Nunca sube el tono. Huele en el aire la venganza, pero cree que será reversible. «Superarán otros hombres este momento gris y amargo en el que la traición pretende imponerse». Va vestido con chaleco de tweed. Lleva un casco y fusil. «Mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor». Pocos minutos más tarde se quita la vida.

La dictadura llevó adelante una política de tierra arrasada. No pudo silenciar el último mensaje de Allende. Primero circularía como texto, luego en casete, y en la actualidad, una y otra vez en Youtube. Para unos representará un acto de enorme consecuencia: morir defendiendo las instituciones democráticas. Aquellos que lo odiaron escucharán esa voz en clave shakespeariana. Como el fantasma de Hamlet que siempre regresa porque, en un punto, Chile no puede dejar de volver a ese instante crítico, y menos cuando se cumplen 50 años de la tragedia.

Mito y enigma

Allende es, por estas horas, presencia y enigma. Mito y certeza histórica. Referencia ética y un problema político irresuelto. El Gobierno de la Unidad Popular (UP) y su fallido tránsito pacífico al socialismo es objeto de escrutinios variados. Todavía se discute, a favor y en contra de la nacionalización las grandes minas de cobre, las grandes empresas y la banca, acerca de los alcances de la reforma agraria y de los programas sociales. Aun los ensayos más críticos no pueden sino rendirse ante la evidencia: aquellos discursos del 11 de septiembre engrandecieron la figura del extinto presidente.

«Sus valores y principios políticos están vigentes: la búsqueda de una sociedad sin explotación de clase, con justicia social y en democracia, pluralismo y libertad». Mario Amorós nació en Alicante, nada menos que en 1973. Es doctor en Historia y periodista. En 1995 escuchó los discursos de aquel 11 de septiembre y se conmocionó. Chile ha formado parte central de sus investigaciones. Ha indagado en la vida de Pablo Neruda, Víctor Jara y el propio dictador Augusto Pinochet, entre otros. Pero es Salvador Allende, biografía política, semblanza humana, libro publicado primero en 2013, y ampliado en esta nueva edición, en el que parecen converger los mayores esfuerzos de comprensión de un país que le apasiona.

Amorós encuentra una serie de causas y consecuencias que fueron forjando al personaje a través de décadas. «Fue decisiva la influencia que recibió, cuando tenía unos 15 años de un viejo obrero anarquista de origen italiano, Juan Demarchi». Desde 1933, participó en la fundación y expansión del Partido Socialista. Cuatro años después fue elegido diputado, con 28 años, y en septiembre de 1939 el presidente Pedro Aguirre Cerda le nombró ministro de Salud. Su llegada a la presidencia estuvo precedida de varios intentos electorales a mitad de camino.

Allende era un hombre de códigos que, observados desde el presente, sorprenden por su misma idea de la política. «En agosto de 1952, tras un incidente en el Senado, se batió en un duelo con pistola con el senador del Partido Radical Raúl Rettig, quien dos décadas después sería su embajador en Brasil y en 1990-1991 presidiría la Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación, que elaboró el primer informe oficial sobre los crímenes de la dictadura de Pinochet», escribe Amorós

Socialismo y masonería

Su adhesión al marxismo no era incompatible con la masonería. Se inicia en 1935, en parte siguiendo la estela de su abuelo, Ramón Allende Padín. «La masonería representaba los principios de la igualdad, la libertad y la fraternidad y muchas veces, incluso dentro de su propio partido, tuvo que defender esa doble opción política y filosófica que moldeó su personalidad», afirma el autor.

Y si podría hablarse de «dos Allendes», el socialista y el masón, también tuvo dos grandes amores: Hortensia Bussi, esposa y madre de sus hijos, y Miria Contreras, conocida como la Payita, algo más que su secretaria personal. «Fue una mujer leal al presidente hasta el final. No obstante, mi biografía no profundiza en la relación sentimental entre ambos», dice Amorós. Se abocó a reconstruir un mundo de ideas y acciones. En ese mundo, atravesado por la Guerra Fría, Allende creía que la legalidad democrática era una forma de muchas entre las cuales los revolucionarios podían optar para cumplir con sus propósitos. Siempre mantuvo cierta equidistancia con la Unión Soviética. Amorós recuerda sus rechazos a las invasiones de Hungría (1956) y Checoslovaquia (1968) por las tropas del Pacto de Varsovia, así como su enamoramiento con la revolución cubana.

Amorós no tiene dudas: la vida de Allende nunca se ha desviado de principios esenciales. A tal punto que, aquel 11 de septiembre de 1973, tenía previsto convocar un plebiscito para tratar de resolver el grave conflicto político y social que polarizaba el país. Los ecos de aquella jornada tienen una peculiar actualidad: «Como otros países, Chile asiste hoy a una ofensiva ultrarreaccionaria que en su caso se expresa en que el partido más votado en la elección de las constituyentes en el pasado mes de mayo fue el liderado por el pinochetista José Antonio Kast».

Esta ofensiva se plasma también en el debate público acerca de la conmemoración de los 50 años del golpe de Estado. «Se ha centrado principalmente en los errores de la UP y Allende... No en la estrategia golpista de la derecha; no en la responsabilidad enorme de la Democracia Cristiana; no en las acciones terroristas que ejecutó el grupo fascista Patria y Libertad; no en la agresión encubierta de Washington; no en la complicidad con los golpistas de las grandes organizaciones patronales y empresariales del país», afirma Amorós.

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