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El dinero no compra la felicidad de los ricos

Un estudio reconcilia diversas escuelas de pensamiento y concluye que, a partir de cierto nivel, mayores entradas de ingresos influyen poco en el estado de ánimo P Las relaciones sociales pueden ser un factor clave del bienestar

El dinero no compra la felicidad de los ricos

El dinero no compra la felicidad de los ricos / Michele Catanzaro

Michele Catanzaro

Por encima de unos ingresos decentes, tener más dinero aumenta muy poco la felicidad. Si además se tiene alguna razón para ser infeliz, el efecto de tener más dinero es nulo. Este es el cuadro que pinta un estudio que ha hallado un punto de encuentro entre las principales escuelas de pensamiento sobre la relación entre dinero y felicidad. Entre los firmantes está Daniel Kahneman, psicólogo y premio Nobel de Economía en 2002.

El trabajo va al corazón de unas cuestiones candentes: ¿el crecimiento económico, con su impacto ambiental, se traduce realmente en más felicidad? ¿Hay margen para ser más felices sin aumentar la riqueza? ¿Hay margen para decrecer sin hundirse en la desdicha?

El psicólogo Matthew Killingsworth publicó en 2021 un estudio según el cual a un incremento de ingresos siempre le corresponde un incremento de felicidad. El trabajo se basa en las respuestas de 35.000 adultos de EEUU a una aplicación de móvil que les pregunta sobre su estado de ánimo tres veces al día durante varias semanas. Este resultado contradice un estudio de 2010, que cuenta con Kahneman entre sus coautores. Este afirma que la felicidad deja de crecer con los ingresos una vez que se alcanzan unas entradas de entre 60.000 y 90.000 dólares anuales. Este trabajo se basa en las respuestas de 1.000 residentes estadounidenses a un sondeo llevado a cabo en 2008.

La psicóloga Barbara Mellers, de la Universidad de Pennsylvania, medió entre Killingsworth y Kahneman para que trataran de resolver la contradicción. El nuevo análisis de los datos ha arrojado las siguientes conclusiones. En general, la felicidad crece con los ingresos. Sin embargo, esto no ocurre en el 20% de la población que reporta los mayores niveles de infelicidad: en este grupo, la felicidad deja de crecer después de cierto nivel de ingresos.

El logaritmo de los ingresos

El resultado se divulgó como la confirmación de que el dinero casi siempre compra la felicidad. Poco después, muchas voces expertas tildaron esta interpretación de errónea. «La realidad es que enormes diferencias de ingresos se traducen en incrementos microscópicos de felicidad», constata Giorgos Kallis, economista ambiental del Institut de Ciències i Tecnologies Ambientals (ICTA-UAB) y referente de las teorías del decrecimiento.

El estudio determina que la felicidad crece en función del logaritmo de los ingresos. En palabras corrientes, eso quiere decir que si tienes poco dinero, cada pequeño aumento de ingresos se corresponde a un incremento de felicidad; pero a medida que mejoran tus finanzas, este efecto se vuelve más débil. Según el estudio, multiplicar los ingresos por cuatro se traduce en un incremento de felicidad igual al que se registra después de pasar un buen fin de semana, por ejemplo.

Este efecto desaparece del todo en las personas que experimentan infelicidad en general. ¿Cómo se explica eso? «Las personas con niveles inferiores de bienestar probablemente tienen problemas, por ejemplo de salud. Más ingresos pueden mejorar esos problemas pero no solucionarlos», explica Ryan Dwyer, psicólogo del Happier Lives Institute.

Un punto clave es que el estudio encuentra una correlación entre riqueza y felicidad, pero no determina si la primera causa la segunda. Al contrario, podría ser que la felicidad cause la riqueza (que las personas más felices de entrada acaben siendo más ricas). O que entren en juego otros factores. Por ejemplo, Kallis aventura que en Estados Unidos los ingresos determinan en buena parte la calidad de la asistencia sanitaria y esa podría ser la variable que determina realmente la felicidad.

Además, «este estudio compara ricos y pobres en un determinado momento, pero no dice nada sobre lo que pasa si una persona cambia sus ingresos», observa Kallis. «Es posible que quienes nacen ricos sean más felices. Quienes de entrada no tienen mucho, deben trabajar un montón para enriquecerse y esto podría tener un efecto negativo [en su felicidad]», alerta Dwyer. «Los datos no te aseguran que serás más feliz haciendo muchas horas extra para enriquecerte, o renunciando a un trabajo con buenos compañeros por otro mejor pagado pero con un jefe terrible», añade Plant.

Dwyer considera que el dinero ha recibido una atención desproporcionada como fuente de felicidad, mientras hay evidencias de que otros factores influyen mucho más: la salud, el empleo y las relaciones sociales. El Harvard Adult Development Study, que siguió las trayectorias vitales de 700 bostonianos desde 1939 hasta 2014, apunta a la calidad de las relaciones sociales como el factor más determinante para la felicidad.

A nivel de políticas, no parece buena idea impulsar a la gente a perseguir la felicidad a base de enriquecerse. «100.000 dólares repartidos entre diez generan más felicidad que si los tiene solo una persona», sentencia Dwyer. No es muy caro aumentar la felicidad de la parte baja del espectro de ingresos. Un estudio de 2018 constató que, aunque los estadounidenses son tres veces más ricos que hace 65 años, sin embargo su felicidad no ha aumentado.

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