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Un siglo XXI de líderes autoritarios

Presentes más allá de sus derrotas

Ni Donald Trump ni Jair Bolsonaro están amortizados | Sus movimientos gozan de muy buena salud, mientras que el trasvase del liderazgo ultra a Europa se antoja difícil

Jair Bolsonaro y Donald Trump, durante una cumbre bilateral celebrada en la Casa Blanca en 2019. | EFE

Es inevitable la tentación de creer que la derrota electoral de Jair Bolsonaro el último domingo y la de Donald Trump hace dos años descabezan el liderazgo de la extrema derecha. Pero resulta más que precipitado llegar a tal conclusión según se desprende de la buena salud del trumpismo en Estados Unidos, en condiciones de hacerse el próximo martes con la mayoría en al menos una Cámara del Congreso, y de la capacidad de movilización del presidente saliente en Brasil, sustentada en una mezcla heteróclita: una parte sustantiva de la clase media urbana, las iglesias pentecostales y cuantos vivieron los dos anteriores mandatos de Luiz Inácio Lula da Silva (2003-2011) como un agravio. Así resume el exministro boliviano Manuel Canelas lo sucedido en Brasil: «Bolsonaro ha sido derrotado en las urnas, pero es innegable que culturalmente no».

Algo parecido puede decirse de Trump, con una capacidad manifiesta de seguir enturbiando la política en Estados Unidos y de mantenerse como la referencia primera de la extrema derecha en todas partes. Tampoco la victoria de Joe Biden en 2020 significó la derrota cultural de Trump, sino que más bien resultó ser un acicate para que se radicalizaran sus seguidores en mayor medida y para que progresara la colonización ultra del Partido Republicano.

Trump y Bolsonaro están lejos de estar amortizados, necesitados de que alguien ocupe su lugar como líderes orientadores de la extrema derecha. Ni siquiera el auge de diversas versiones de progresismo en América Latina los desbanca, y se antoja demasiado simple suponer que, descabalgados del poder, les han limado las uñas. Mantienen intacta su capacidad de influir mediante su discusión permanente del statu quo, sus arremetidas contra el pensamiento liberal y la impugnación de los grandes consensos sociales, así se trate de la lucha contra la pandemia, la emergencia climática, los derechos LGTBI o los costes y requisitos del estado de bienestar. Sobrevolado todo por el nativismo, «elemento principal de su ideología, alrededor del cual se articulan sus convicciones» y las de los partidos y líderes que siguen su estela, como ha explicado en el diario Le Monde el profesor Matthijs Roodujin, de la Universidad de Amsterdam.

Es improbable que alguno de los líderes de la extrema derecha europea ocupe el lugar reservado a Trump con el concurso de Bolsonaro. Los muy recientes éxitos ultra en Suecia, donde la extrema derecha ha condicionado los capítulos esenciales del programa del Gobierno conservador, y en Italia, donde Giorgia Meloni encabeza un Gobierno de coalición de todas las derechas, no han dotado ni a Demócratas de Suecia ni a Hermanos de Italia de la capacidad de ser las nuevas referencias globales. En la progresión de estos y otros partidos afines en Francia, España, Países Bajos y otros lugares han concurrido factores específicos relacionados con «la descomposición del sistema izquierda-derecha de la posguerra, y en particular el hecho de que las clases populares han retirado gradualmente su confianza a los partidos que tenían su apoyo en los años 1950-1980», según explica Thomas Piketty en Capital e ideología.

En cierto sentido, esa y otras especificidades —las obligaciones con la Unión Europea, el esquema de seguridad de la OTAN— limitan la capacidad expansiva de los líderes ultra europeos. Basta recordar las constantes rectificaciones de Marine Le Pen para encajar su programa a los requisitos comunitarios, entre ellos la aceptación del euro, para entender hasta qué punto se presume complicada la traslación de liderazgos en la extrema derecha de América a Europa. Así lo explicó un editorial del diario The Guardian después de las legislativas francesas de junio : «Solo si Le Pen rompiera explícitamente con la UE podría aspirar a ser la nueva líder de la derecha reaccionaria a escala universal».

Ira, miedo y esperanza

En una entrevista del 9 de octubre, Nuccio Ordine respondió que «Meloni, Orbán, Bolsonaro, Abascal son empresarios del miedo, gente sin sentido de la humanidad». Antes, en 2016, había lamentado que la humanidad estuviera «a un paso de caer en la barbarie» un temor expresado en otros términos hace más de ochenta años por el escritor Stefan Zweig. En el libro Democracia y globalización, de Josep Maria Colomer y Ashley L. Beale, se alude en el subtítulo a la tríada emocional que caracteriza el presente: ira, miedo y esperanza.

Esos tres ingredientes forman parte de la lucha por la hegemonía política, asimismo cultural; Trump y Bolsonaro siguen al frente de las operaciones en tal disputa, tengan o no poder institucional. Cuando el politólogo Fareed Zakaria publicó en 1998 el artículo El surgimiento de las democracias no liberales, advirtió sobre el progreso de un fenómeno en ciernes. El último miércoles, el presidente Joe Biden no se anduvo por las ramas: «Ya no podemos dar la democracia por segura». Líderes no faltan para desgastarla mediante un nacional-populismo más que reactivo, una extrema derecha 2.0.

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