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El año de Tutankamón

El británico Howard Carter tardó diez años en fotografiar, dibujar, limpiar, consolidar, clasificar y estudiar los más de cinco mil objetos encontrados en la tumba del faraón | Las piezas pasaron a exhibirse en su mayoría en el Museo Arqueológico de El Cairo, donde se han podido admirar hasta hace pocos meses

Carter, junto al ataúd del faraón. LP/DLP

«Ningún otro monumento funerario me había hecho experimentar con tanta solemnidad el sentimiento del sueño de la muerte. En ninguna otra tumba faraónica apareció expresada con mayor intensidad esa solicitud por proteger el sueño y velar al durmiente querido, humano sentimiento del que nuestros cuidados funerarios no son más que su exaltación» (Howard Carter). Madrid, diciembre de 1924.

En 1922, Howard Carter (Londres, 1874-1939) hizo un descubrimiento espectacular: localizó la tumba perdida de Tutankamón (Tut-Ankh-Amon, también Neb-Kheperu-Ra, la Señorial Manifestación de Ra; hacia el 1342-1325 a.n.e.; XVIII dinastía). Este año, 2022, celebramos el centenario de esa hazaña arqueológica y Egipto inaugurará (probablemente) un nuevo museo, que ha construido con la ayuda financiera de Japón cerca de las pirámides, dedicado al faraón Tutankamón y a los objetos que Carter desenterró de su tumba.

Howard Carter llegó a Egipto en 1891 acompañando a una expedición de la Egypt Exploration Fund. Trabajaba como dibujante arqueológico a las órdenes del egiptólogo británico Percy E. Newberry (1868- 1949) y sus primeras tareas fueron copiar las imágenes de las tumbas del Imperio Medio (2040-1648 a.n.e.), en Beni Hassan. Posteriormente, con mejor o peor fortuna, se quedó en Egipto ocupando distintos puestos desde Inspector General de Antigüedades en la zona Sur del país hasta acuarelista o guía turístico.

En 1907, conoció a George Herbert, lord de Carnarvon, un acaudalado aristócrata inglés interesado en la egiptología quien financió sus trabajos de búsqueda y excavación en la zona de Tebas, en las concesiones que les adjudicaba el gobierno egipcio. Esta colaboración duró hasta la muerte de lord Carnarvon en 1923, aunque con parones por la Primera Guerra Mundial.

Los arqueólogos de la época buscaban en el Valle de los Reyes a tres faraones que les faltaban en su lista de enterrados en esa zona: Smenkhkaré (es Amenofis IV, también Akhenaton, padre de Tutankamón según sabemos ahora; hacia 1338-1336 a.n.e.; XVIII dinastía; otros egiptólogos creen que se trata de Nefertiti como faraón), su sucesor el entonces desconocido Tutankhamón y Ramsés VIII (1129-1126 a.n.e.: XX dinastía).

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LP/DLP El año de Tutankamón

Concesión caducada y oportunidad

Un millonario americano, Theodore Davis, que había localizado las tumbas de Tumosis III, Hatshepsut, Yuya y Tuya y el famoso escondrijo de Akhenatón entre otras, localizaría también alguna prueba relacionada con una posible tumba en el Valle de los Reyes del segundo de estos faraones, Tutankamón, pero había sido incapaz de identificarla. Y cuando caducó su concesión administrativa para excavar, prefirió dejarlo, lo que aprovecho Carter para hacerse con ella. En 1915 empezó la búsqueda que no dio ningún resultado en los primeros siete años de excavaciones. Lord Carnarvon gastaba unas seis mil libras al año en este entretenimiento y estuvo varias veces a punto de tirar la toalla. Fue la insistencia de Carter, a quien apreciaba como amigo, lo que mantuvo viva la fe en encontrar al modesto faraón Tutankamón.

Así llegamos al 4 de noviembre de 1922, en que descubrió unos escalones de lo que parecía ser la entrada a una tumba no excavada hasta entonces. Se despejaron los dieciséis escalones que llevaban hasta una puerta sellada y cuando no hubo duda de que se trataba de la tumba de Tutankamón, Carter esperó a la llegada desde Inglaterra de su mecenas: «Por fin, he hecho un descubrimiento maravilloso en el Valle de los Reyes (stop) Una magnífica tumba con los sellos intactos (stop) La he vuelto a recubrir dejándola como estaba, a la espera de que Vd. llegue (stop) Felicidades».

Cuando llegó lord Carnarvon, se abrió la tumba encontrando, tras los dieciséis escalones y un pasadizo de unos ocho metros, una segunda puerta que daba a un hipogeo con cuatro estancias (una antecámara, la cámara sepulcral, el almacén de los tesoros y un anexo), repletas de objetos preciosos. La segunda de estas cámaras resultó ser la que contenía el féretro de Tutankamón con, entre otras muchas maravillas, una máscara de oro que vino a ser el icono del nuevo hallazgo arqueológico.

El misterio de la tumba de Tutankamón podría quedar resuelto

El misterio de la tumba de Tutankamón podría quedar resuelto Video: Agencia Atlas Foto: REUTERS

Bajo escombros

La tumba que tanto trabajo había costado encontrar estaba bajo una montaña de cascotes y escombros originados por la excavación unos metros más arriba de la tumba de Ramsés VI (1143-1136 a.n.e..: XX dinastía). Esa circunstancia fue la que la había salvado de ser expoliada a fondo como las demás tumbas del Valle de los Reyes. No obstante, la tumba tenía señales de haber sido abierta. Así nos lo cuenta el propio Carter: «Vimos que el sello que apareció primero, con un chacal y nueve cautivos (este era el sello genérico de la necrópolis real), se había aplicado a las partes selladas de nuevo mientras que los de Tutankamón cubrían la parte intocada de la puerta y eran, por tanto, aquellos con los que se había asegurado originariamente la tumba. Así pues, ésta no estaba completamente intacta, como hubiéramos deseado. Los profanadores habían entrado más de una vez y, según lo demostraban las cabañas encima de la tumba, en una fecha no posterior al reinado de Ramsés VI, pero el hecho de que la hubieran sellado de nuevo demostraba que no la habían saqueado del todo». Estos profanadores habían desordenado los objetos que se hallaban apilados y mezclados entre sí.

Carter tardó unos diez años en fotografiar, dibujar, limpiar, consolidar, clasificar y estudiar los más de cinco mil objetos encontrados. Todo ello desató una verdadera ola de egiptomanía. La decoración, la moda, el arte acogieron en aquellos «felices años veinte» el hallazgo de la tumba como una fuente de inspiración en una escala que no se recordaba anteriormente. Muy probablemente el encontrarnos con un faraón «niño», con un joven de dieciocho años y no con un rey anciano, también influyó en la simpatía con que la gente de todo el mundo lo acogió.

La leyenda de la maldición

Aproximadamente cinco meses más tarde de la apertura del hipogeo de Tutankamón, murió repentinamente lord Carnarvon, probablemente por la infección de una picadura de un mosquito. Siempre se había asociado el expolio de una tumba con la maldición del faraón que la ocupaba, así en el Imperio Antiguo aparece: «Maldito sea quien profane esta tumba. La cólera de Amón, de Mut y de Khonsu caerá sobre él». Y en la de Amenofis III: «Quienes cometan algún daño contra esta tumba, se exponen a la cólera de Amón. Su uræus (es la cobra que portan en la cabeza algunas efigies de los faraones símbolo de su realeza) vomitará llamas sobre su frente, destruirá su carro y devorará su cuerpo ... Sus hijos no heredarán su cargo; sus mujeres serán violadas ante sus propios ojos; serán entregados al cuchillo, el día de la matanza; padecerán hambre y sed...».

Naturalmente el asunto trajo mucha cola y con el tiempo una lista se fue nutriendo de gente relacionada con la tumba que murió de forma sospechosa. Uno de los últimos, ya en 1979, fue el director de la exposición sobre El Tesoro de Tutankamón instalada en Nueva York. Murió atropellado por un automóvil a la salida del museo: La Maldición continúa, titularon los periódicos el día siguiente. Esto no afectó a Howard Carter que vivió muchos años tras su descubrimiento, convirtiéndose en el más famoso de todos los egiptólogos y en un hombre respetado por los sabios de la época. Escribió un libro: La tumba de Tutankamón, que, al haber caducado los derechos de autor, se encuentra libre en Internet y que es muy recomendable.

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El Tutankamón inédito: Este es parte de su ajuar secreto Natalia Vaquero

Las piezas y objetos encontrado pasaron a exhibirse en su mayoría en el Museo Arqueológico de El Cairo, un museo con mucho carácter, donde se han podido admirar hasta hace pocos meses. En estos momentos se está terminando el Gran Museo Egipcio, muy cerca de las pirámides de Guiza donde está previsto instalar el ajuar completo de la tumba de Tutankamón. Se ha retrasado su apertura varias veces en los últimos años, pero ahora el centenario que se celebra es la ocasión perfecta para una apertura que seguro atraerá a El Cairo a muchos visitantes deseosos de ver, o volver a ver, las maravillosas cosas que sacó a la luz Howard Carter.

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