La actual festividad del Halloween bebe de las festividades de diversas culturas de la antigüedad. El más conocido es, seguramente, su origen celta, el Samhain, pero los antiguos romanos también disfrutaron de una festividad similar, el mundus patet (mundo abierto), también relacionada con las cosechas.
Esta festividad se relacionaba con el mundus cereris, una de las edificaciones más antiguas del mundo romano que se encontraba en el foro y que se consideraba el centro de toda ciudad, de hecho, se creía que era el lugar en donde Roma había nacido. Por ello se veneraba allí a la diosa Ceres, típicamente agraria y una de las divinidades más arcaicas. Su importancia radica en que se consideraba el centro de conexión entre los vivos y los muertos, como si fuera un portal entre los dos mundos.
Durante todo el año, la entrada era sepultada por una losa enorme y, tres veces al año era retirada, el 24 de agosto, el 5 de octubre y el 8 de noviembre, fechas dedicadas a adorar a divinidades del inframundo.
Según la creencia popular, durante estos días las almas de los ancestros (manes) podían retornar a la tierra para proteger a su familia y aportarles prosperidad. Así mismo, creían que si la puerta permanecía mucho tiempo abierta podían ser arrastrados al inframundo. Todos los actos se suspendían y los templos se cerraban. Además, no se podían celebrar bodas y tampoco estaba permitido mantener relaciones sexuales. Algunas fuentes apuntan a un origen etrusco de la celebración.
Los espíritus malvados que salían del inframundo durante la celebración eran los maniae, los larvae y los lémures, los dos primeros eran una especie de demonios cadavéricos, mientras los últimos eran almas errantes que no hallaban reposo por haber sufrido una muerte violenta, serían lo que hoy conocemos como fantasmas. Existía también una festividad dedicada a apaciguar a los lémures, los lemuralia que se celebraban en mayo.
