eldia.es

eldia.es

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Manual para limpiar España de rojos

Felipe Acedo Colunga, jurista y gobernador de Barcelona en los años 50, diseñó la represión que siguió a la Guerra Civil | Una investigación histórica saca a la luz el documento

(L) | ARCHIVO COMARCAL DEL BAGES

La historia está llena de personajes, hitos y documentos que, o bien por accidente o bien por intención, permanecen desdibujados en el relato del pasado a pesar de haber tenido un papel trascendental. Ocurre en los pasajes honrosos igual que en los ignominiosos, y también ocurrió en la Guerra Civil y la dictadura, cuya narración puso el foco en ciertos nombres y hechos y dejó entre sombras otros que no por ello fueron menos relevantes.

Uno de los franquistas premium que quedaron difuminados en la historia es Felipe Acedo Colunga. En la memoria política española del siglo XX figura como gobernador civil de Barcelona, cargo que ocupó entre 1951 y 1960, pero hasta ahora se desconocía, o al menos no se había destacado lo suficiente, su decisiva aportación a la represión que Franco ejerció sobre los perdedores de la guerra.

Su misión no consistió en perseguir desafectos al régimen grillete en mano sino en dotar al franquismo de fundamentos jurídicos y penales para llevar a cabo esa labor, según se desprende del libro Castigar a los rojos (Crítica), publicado por los historiadores Ángel Viñas y Francisco Espinosa y el catedrático de derecho penal Guillermo Portilla.

Documento oculto

En sus páginas los investigadores rastrean la vida y hazañas de Acedo Colunga —se trata de la primera investigación centrada en exclusiva en su figura— y, sobre todo, se detienen en su gran obra, la Memoria del Fiscal del Ejército de Ocupación, un documento que hasta ahora había permanecido oculto a pesar de su relevancia histórica, y que reproducen en el libro.

Acedo Colunga lo redactó en enero de 1939, tres meses antes de acabar la guerra, y en él diseñó la estrategia a seguir para, según reconoce abiertamente, «reprimir y depurar a las fuerzas antiespañolas» un variado batallón de «enemigos de la patria» formado por todos los políticos, militares, jueces, funcionarios, maestros de escuela, escritores, periodistas, autores de himnos e individuos de toda orden y condición que hubiesen mostrado simpatías hacia la República, régimen considerado por él como «ilegítimo, comunistoide y moscovita».

«El designio fue la puesta en práctica del exterminio físico, moral y económico de todos los afines a la República», resume el jurista Guillermo Portilla, que describe la Memoria de Acedo Colunga como un manifiesto a mitad de camino entre los opúsculos de la Inquisición y los panfletos nazis. No en vano, el documento está plagado de invocaciones al Santo Oficio y su autor reconoce que la escuela penal que le inspira es «la autoritaria que hoy (año 1939) constituye el patrimonio legal de las dictaduras europeas».

«Su objetivo era purificar el país y reconstruir el estado en torno a los valores tradicionales de caudillo, imperio, unidad de la patria y religión católica», interpreta Portilla. Proclamas de inflamado fervor fascista y vocación revanchista contra la República se firmaron muchas en esos años, pero el escrito de Acedo Colunga tuvo la particularidad de dotar de argumentos jurídicos a las acusaciones en los miles de consejos de guerra que se celebraron en todo el país tras acabar la contienda contra cualquiera que dudara de las bondades del Glorioso Movimiento Nacional.

«Había que limpiar España de rojos y Acedo Colunga se encargó de elaborar el manual de instrucciones para cumplir esa misión», dice Ángel Viñas acerca de un documento que meses más tarde sirvió de inspiración para la redacción de la Ley de Responsabilidades Políticas y la de Represión de la Masonería y el Comunismo.

Represión ‘legal’

«En la posguerra hubo dos represiones en España. De la ilegal no hay registro, solo quedan las cunetas y las lápidas de los cementerios. Pero hubo otra, la de los consejos de guerra sumarísimos, que se quiso revestir de legalidad con los argumentos que Acedo Colunga expone en su Memoria. A los acusados no se les mandaba al paredón por sus actos, sino por lo que pensaban. De hecho, lo afirma categórico en el texto: ‘Las ideas de los rojos no son ideas, sino crímenes’», subraya el historiador.

Francisco Espinosa encontró retazos sueltos del documento a finales del siglo pasado, pero no fue hasta 2019 cuando logró dar con un original completo: 90 páginas mecanografiadas con la firma de su autor estampada en la última hoja. Este oscurantismo se explica, según este investigador, porque su destino no era publicitario, sino servir de guía como documento interno entre los responsables de dirigir la represión.

Consejos de guerra

Felipe Acedo Colunga no improvisaba cuando redactó aquel escrito. Abogado y militar de carrera —era teniente coronel de aviación cuando estalló la guerra—, Franco lo nombró director de la Fiscalía del Ejército de Ocupación en noviembre de 1936 y dirigió personalmente la acusación en muchos de los consejos de guerra que se celebraron en distintas plazas de la zona nacional durante la contienda. «Esa experiencia judicial la convirtió en su guía de inquisidores. Su tesis consistía en darle la vuelta a la historia: según él, quien se había sublevado contra el orden en España había sido el gobierno de la República, no los militares que se alzaron en armas, por lo que era legítimo aplicarles la pena de rebelión», explica Viñas.

De marcada ideología nacionalsocialista, Acedo Colunga ya había dado muestras de su carácter antidemocrático en el golpe de estado de Sanjurjo de 1932, que no dudó en apoyar, y en los sucesos revolucionarios de Asturias de 1934, que se encargó personalmente de reprimir. «Era un ultra entre los más ultras del Ejército, un auténtico fascista convencido y orgulloso de sus ideas», describe Viñas.

Que su nombre haya resonado poco en el relato de la historia concuerda, según el historiador, con su personalidad. «Lo suyo no era brillar, sino actuar entre las sombras, moverse en la maquinaria represora del franquismo. Acabó con el pecho lleno de condecoraciones, pero él no necesitaba reconocimientos históricos. Su labor ya estaba cumplida», concluye el historiador.

Compartir el artículo

stats