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El pergamino de Clío

Ordalías: los juicios de Dios

Ordalías: los juicios de Dios lara de armas moreno

Las ordalías o los juicios de Dios fueron una forma jurídica que estuvo vigente hasta finales de la Edad Media en Europa. Pueden considerarse procedimientos judiciales probatorios diferentes de los documentales o testificales que se practicaron desde la protohistoria. Existen testimonios de su uso desde el siglo IV por romanos, germanos y celtas, pero cada territorio tenía sus propias prácticas. Por ejemplo, los hebreos tenían la prueba del agua amarga, una prueba de fidelidad que se celebraba entre los judíos y consistía en que la esposa debía beber un brebaje preparado por el sacerdote, hecho con hierbas amargas y ceniza. Si la mujer era adúltera perdía el color y los ojos se le retorcían dentro de la cabeza hasta que moría.

Otra muy conocida, y de la que deriva la expresión «poner la mano en el fuego», fue la de la leyenda de Mucio Escévola. Apenas se había instaurado la República, el rey de Clusium sitió Roma. Mucio, un joven patricio, en vistas de que el asedio se prolongaba, se introdujo en el campo enemigo para matar al rey, pero no lo conocía y terminó matando a otro hombre. Fue arrestado y conducido ante el rey y admitió que le quería matar. Para castigarse a sí mismo por el error y para probar que lo que decía era cierto, puso su mano derecha en un brasero.

Debemos tener en cuenta que la mentalidad altomedieval consideraba que Dios no haría sufrir a un inocente. Mediante la ordalía se dictaminaba la culpabilidad o inocencia, según mandatos divinos, de una persona y también de objetos. Evidentemente, la magia y el misticismo están fuertemente relacionados con las ordalías. Un tipo más leve de ordalía se dio entre los hidalgos y nobles del medievo que, si no quedaban satisfechos después de un juicio, podían retar a un duelo al adversario. El que ganara el duelo era automáticamente exculpado por Dios.

Pero la mayoría de las ordalías se daban en forma de tortura. Debemos tener en cuenta que el derecho penal en la Alta Edad Media era privado. La autoridad pública intervenía a petición (y a favor) del agraviado (acusador). El juramento era la prueba más contundente que el acusado podía presentar.

La prueba del hierro candente consistía en que el acusado debía coger un hierro al rojo vivo durante determinado tiempo. Si sus manos mostraban quemaduras, el acusado resultaba culpable.

La prueba del pan y el queso consistía en que el acusado debía comer cierta cantidad de estos dos alimentos consagrados. Si era culpable, Dios le enviaría un ángel para apretarle la garganta y que no pudiera tragar. En otras versiones, sus dientes o sus entrañas no serían capaces de digerir los alimentos.

En la prueba del agua se ataba al acusado de manos y pies y se le echaba al mar o al río. Si flotaba era culpable y si se hundía era inocente. Esto se debe a que se creía que el agua estaba dispuesta a acoger en su seno a un inocente, pero rechazaba a los culpables. Otra versión fue la ordalía del agua fría, con precedente en el Código Hammurabi. Cuando alguien era acusado de brujería, se le sumergía bajo el agua y se le absolvía si no se ahogaba.

En la prueba caldaria u ordalía del agua caliente (judicium aquae ferventis) el acusado debía extraer una pequeña piedra de un caldero con agua o aceite hirviendo. Después de tres días se examinaban las heridas para ver si se estaban curando o si se estaban gangrenando. En el segundo caso, el acusado era declarado culpable. Dependiendo del crimen el brazo se introducía más o menos en el caldero.

Otra prueba fue la de fuego, bastante conocida. Consistía en hacer caminar al acusado sobre un brasero candente. Si conseguía cruzarlo era absuelto.

Las ordalías se realizaban en una iglesia, con varias personas presentes que rezaban para revelar la verdad. Sus resultados fueron tan crueles que se prohibieron en el Concilio de Letrán en 1215, pero no desaparecieron por completo.

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