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Literatura

La trágica historia de los Barón

Jorge Barón Biza es el autor de una de las novelas más singulares del siglo XX, ‘El desierto y su semilla’ | Hijo del turbio millonario Raúl Barón, la agresión con ácido de este a su mujer y madre del escritor fue el desencadenante de una obra clave de la literatura en castellano que sin embargo tuvo un éxito tardío

Amadeo Sabattini, padre de Clotilde y abuelo de Jorge Barón Biza. | ARCHIVO JORGE BARÓN BIZA

A medio camino entre Alta Gracia y Córdoba (Argentina), los automovilistas que circulan por la ruta provincial número 5 suelen quedarse asombrados por una enorme construcción que se levanta a uno de los lados de la carretera. Se trata de un monumento funerario de más de 80 metros de altura y 15 de cimentación, proyectado por el arquitecto Fausto Newton en los años 30 y cuya forma, de inspiración futurista, recuerda a un ala o a una hélice de avión. No en vano, se trata del mausoleo de una de las pioneras de la aviación argentina, Myriam Stefford. En 1928, Stefford, nombre artístico de la actriz suiza Rosa Martha Rossi Hoffmann, había conocido a Raúl Barón Biza, un millonario argentino nacido en Córdoba que pasaba largas temporadas en Europa, donde disfrutaba de una vida holgada. Dos años más tarde, la pareja contrajo matrimonio en la basílica veneciana de San Marcos y, ya como marido y mujer, continuaron haciendo aquello que mejor sabían: disfrutar de la vida. Para ello, Myriam abandonó su carrera de actriz en la UFA, el estudio cinematográfico más importante de la alemania de Weimar, y se volcó en una de las aficiones que compartía con su esposo: la aviación.

(L) | ARCHIVO JORGE BARÓN BIZA

En 1931, de vuelta ya al continente americano, Raúl Barón Biza y Myriam Stefford iniciaron una gira por diferentes ciudades del Brasil y la Argentina en un biplaza pilotado por ellos mismos. A pesar de lo idílico de la experiencia, la relación entre ambos había empezado a deteriorarse por el carácter tempestuoso de Barón Biza, acentuado por la sospecha de que su esposa le era infiel.

Debido a una serie de contratiempos, en agosto de 1931, Raúl Barón Biza y Myriam Stefford no pudieron cubrir en el mismo avión una de las etapas de la gira. Para esa ocasión, la mujer estuvo acompañada por Luis Fuchs, aviador alemán que, para Barón Biza, no era un mero copiloto sino el amante de su mujer. Durante el vuelo, la aeronave en la que viajaba la pareja Stefford-Fuchs sufrió unos problemas mecánicos y se estrelló en la localidad sanjuanina de Mayares, provocando la muerte de ambos.

Destrozado por la pérdida de su esposa, Raúl Baron Biza ordenó la construcción del mausoleo de la ruta 5, al que fueron trasladados los restos de Myriam Stefford. No obstante, y a pesar de esa muestra de amor, no tardó en surgir la leyenda de que el trágico accidente había sido provocado por el esposo que, atormentado por los celos, había manipulado el motor de la aeronave. De haberse tratado de otra persona, la sospecha no hubiera sido tenida en cuenta, sin embargo, en el caso de Barón Biza, resultaba, cuando menos, verosímil.

>> | ARCHIVO JORGE BARÓN BIZA

Simpatizante del partido radical, el millonario cordobés Raúl Barón Biza se había enfrentado abiertamente al caudillo José Félix Uriburu, lo que le había traído no pocos problemas, los cuales acabarían forzando su exilio en Uruguay para evitar ser detenido. A pesar de ello, en Montevideo, Barón Biza sería encarcelado por continuar su actividad política, esta vez contra el gobierno del país de acogida. Además de su militancia en el radicalismo, el cordobés desarrollaba una labor como escritor decadente, que también le había granjeado problemas con las autoridades argentinas, las cuales consideraron que algunas de sus obras, como El derecho de matar, no eran más que panfletos pornográficos merecedores de un proceso judicial.

El desierto

Después de pasar una temporada en prisión preventiva por el contenido de sus libros, en los que llegó a recrear escenas lésbicas con gran lujo de detalles, Barón Biza fue absuelto de los cargos de obscenidad, a pesar de lo cual (o a consecuencia de) continuó con su comportamiento disoluto y extremo. Entre otras cosas, sedujo a Rosa Clotilde Sabattini, hija del líder radical Amadeo Sabattini, 20 años más joven que él, y con la que se casaría en secreto para, a continuación, huir del país y radicarse en Suiza. A su regreso de Europa, la relación matrimonial estaba muy deteriorada y, en 1953, Rosa Clotilde Sabattini se separó de Raúl Barón Biza y se radicó con los tres hijos del matrimonio en Montevideo.

Diez años después, Rosa Clotilde quiso formalizar legalmente esa separación de facto y solicitó el divorcio. Para discutir los detalles del acuerdo, Barón Biza citó en su domicilio a la mujer y a sus abogados. En mitad de la reunión, el escritor agarró un vaso con ácido sulfúrico que había preparado previamente, arrojó el contenido al rostro de su todavía esposa y, aprovechando la confusión, huyó del lugar. Al día siguiente, cuando la policía fue a buscarlo a su domicilio, encontró el cadáver de Raúl Barón Biza con un disparo en la sien.

A raíz del ataque, Rosa Clotilde Sabattini inició un doloroso y complicado tratamiento de reconstrucción del rostro. Para ello, esta brillante y avanzada pedagoga visitó los más prestigiosos cirujanos de Europa acompañada de uno de sus hijos, Jorge, el cual relataría la traumática experiencia en uno de los libros más brillantes de la literatura en lengua castellana de la segunda mitad del siglo XX: El desierto y su semilla.

Nacido el 22 de mayo de 1942, Jorge fue inscrito en el registro civil como Barón Biza, aunque lo correcto hubiera sido Barón Sabattini. «Cada vez que mis padres se separaban, la conciencia feminista de mi madre exigía que se me agregase el Sabattini de su familia. Mi nombre actual es Jorge Barón Sabattini. No sé si Jorge Barón Biza debe ser considerado mi otro apellido, mi patronímico, mi nombre profesional o un desafío», recordaba el autor, que desempeñó trabajos de periodista, profesor universitario, escritor fantasma y crítico de arte, antes de decidirse a escribir la novela que lo haría famoso y que, paradójicamente, fue rechazada por varias editoriales.

«Jorge había presentado la novela al premio Planeta, y no ganó», recuerda Daniel Link, escritor y catedrático argentino, profesor titular de la cátedra de Literatura del Siglo XX en la Universidad de Buenos Aires que, en la actualidad, se encuentra trabajando en una edición crítica de la novela que toma como fuentes el original presentado al concurso y otras copias corregidas a mano por el autor. «De los premios de las grandes editoriales podría pensarse que responden, en el peor de los casos, a una lógica corrupta o, en el mejor, que premian los temas que consideran que van a dar mejores dividendos», dice Link.

Ganar lectores

A pesar de ese rechazo, en 1998, Jorge Barón Biza decidió autoeditar en el sello Simurg El desierto y su semilla que, a partir de entonces, comenzaría poco a poco a ganar lectores. «Desde la década del noventa, lo mejor de la literatura argentina no sucede a través de las grandes corporaciones editoriales, cuya sensibilidad estética tiende a cero. Un poco por eso, suele suceder que las editoriales llamadas independientes sostengan ese fuego, esa pasión por la literatura. Una vez que esos textos ganan una audiencia, la voracidad monopólica de las editoriales las lleva a comprar la obra que ya sucedió. Es penoso, pero es así», se lamenta Link.

La buena acogida de El desierto y su semilla por los lectores hizo que la obra se editase en otros países. En 2007, el sello 451 publicó el libro en España y no tardaron en aparecer las primeras traducciones al italiano, al francés y al inglés. Aunque cuando fue publicado en Estados Unidos, The New York Times definió El desierto y su semilla como un roman à clef [novela en clave], lo cierto es que Jorge Barón Biza no se tomó demasiadas molestias a la hora de separar la ficción de los hechos y personajes que le dieron origen. De hecho, lejos de ser un texto hermético, el libro es un canal a través del cual el autor aborda sin demasiados tapujos algunos de los problemas derivados de influencia de un padre cruel y de la agresión a su madre.

«Probablemente sin la importancia creciente de El desierto y su semilla y de Jorge Barón Biza, que dejó muy poca obra, pero muchos misterios por desentrañar, no hablaríamos de Raúl Barón Biza, de sus resentimientos, de su inclinación hacia el mal o su desprecio por las convenciones. Se corresponde bien con la época que le tocó vivir, pero en ese entonces hubo otros escritores, Roberto Arlt, sin ir demasiado lejos, que consiguieron una mejor relación con el público y, además, una síntesis ético-moral más legible», mantiene Link al respecto, que marca una línea divisoria entre la obra del padre y la del hijo. «Jorge Barón Biza se encargó de marcar bien esa diferencia, ambos autores ocupan lugares bien distintos. Raúl Barón Biza fue un escritor que hoy podríamos considerar maldito. Jorge, su hijo, escribió una de las novelas más importantes de los últimos cuarenta años. De hecho, mientras que a día de hoy estamos planeando una edición crítica de El desierto y su semilla, no creo que nadie esté dispuesto a tomarse ese trabajo por los libros de Raúl Barón Biza».

En 1978, Rosa Clotilde Sabattini se arrojó al vacío desde una ventana del mismo piso donde, unos años antes, había sido atacada por su exmarido. 10 años más tarde, María Cristina Barón Biza, la hija menor del matrimonio Barón Biza-Sabattini, se quitaba la vida con una sobredosis de barbitúricos. En septiembre de 2001, sería Jorge el que se arrojaría al vacío desde su apartamento, situado en la planta número doce de un céntrico edificio de la ciudad de Córdoba. «Una gran corriente de consuelos afluyó hacia mí cuando se produjo el primer suicidio en la familia. Cuando se desencadenó el segundo, la corriente se convirtió en un océano vacilante y sin horizontes. Después del tercero, las personas corren a cerrar la ventana cada vez que entro en una habitación que está a más de tres pisos. En secuencias como ésta quedó atrapada mi soledad», había escrito Jorge Barón Biza años antes, como si supiera que estaba llamado a cumplir con la maldición de la familia.

Su prematura muerte a los 59 años impidió que pudiera ver cómo The New Yorker le dedicaba un artículo en 2018 o que su novela era aclamada como una de las mejores obras publicadas en castellano en las últimas décadas gracias a lo inédito de su argumento, la forma de abordarlo y un magistral uso del lenguaje en el que el español está trabajado con las estructuras gramaticales del italiano.

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