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Donde el cielo deslumbra

Canarias, un paraíso en el Firmamento

El Archipiélago protege la calidad de su cielo desde finales de los 80 con una ley única en el mundo - La normativa evita que la iluminación interfiera en la astronomía

El cielo de la Palma, cuajado de estrellas. | SERGIO ACOSTA

Un paseo tras la puesta de sol por la carretera de la Cumbre, en La Palma, y un vistazo al firmamento. Suficiente para quedar embrujado por el espectáculo natural que ofrece el cielo de la Isla. Multitud de estrellas con más o menos brillo salpican la noche y ofrecen la negritud más maravillosa del mundo.

¿Qué tiene de especial ese cielo? Es la pregunta que cabría hacerse, sobre todo cuando se observa desde unos ojos acostumbrados a la iluminación artificial de las urbes. Y la respuesta está en la propia naturaleza, en la historia, en la visión adelantada a un tiempo y en el esfuerzo de tres décadas por no perderlo.

«Es un recurso natural», resume el director del Instituto de Astrofísica de Canarias (IAC), Rafael Rebolo. Un cielo agraciado por una situación excepcional en el planeta y que durante la década de los 70 aún permanecía virgen, alejado del desarrollo urbanístico y el boom turístico.

Así se lo encontró el entonces joven científico Francisco Sánchez, que supo ver no solo la relevancia que podría tener para el desarrollo de la observación astronómica sino sobre todo la necesidad de su protección para garantizar que no se perdería con el paso de los años.

De esta manera nació la idea de instalar en la cumbre el Observatorio del Roque de Los Muchachos, hoy considerado uno de los mejores del mundo, y el reto de buscar una fórmula que evitara perder calidad en el cielo. No es capricho ni mero afán de protagonismo de los responsables científicos de Canarias, sino tal y como defiende la subdirectora del IAC, Casiana Muñoz: «Necesitamos parámetros que cuantifiquen la realidad que nosotros reivindicamos como buenos».

O lo que es lo mismo, desde el centro de investigación apostaron por definir una serie de variables que sean capaces de cuantificar la calidad del cielo, un trabajo realizado por un equipo específico de calidad del cielo y que apuntó a parámetros como nitidez de la imagen o transparencia de la atmósfera, contenido del vapor de agua, estabilidad de las condiciones climáticas y previsión de cambios en estas condiciones.

Con estos datos, recogidos en la cumbre de La Palma durante al menos diez años, el IAC se plantó ante las instituciones públicas en busca de esa ansiada salvaguarda permanente. Su empeño tuvo resultado y en 1988 el Congreso de los Diputados aprobó la Ley sobre la Protección de la Calidad Astronómica de los Observatorios del Instituto de Astrofísica de Canarias.

Sí, la normativa que ya tiene más décadas contemplaba un amparo para el cielo de La Palma pero también para Tenerife, donde se instaló el Observatorio del Teide, aunque en aquel momento, pese a tener el mismo potencial, ya adolecía de las consecuencias del crecimiento demográfico.

SERGIO ACOSTA

Fue entonces cuando empezó a debatirse acerca de la contaminación lumínica, es decir, los efectos de la luz artificial en la calidad del cielo. Ya con una normativa a la que aferrarse, al Astrofísico le restaba impulsar una vía para velar por su cumplimiento. Así fue como nació la Oficina Técnica de Protección del Cielo, que este 2022 cumple su 30 aniversario.

Según informa su responsable, Javier Díaz, desde 1992 «se han tramitado alrededor de 1.700 denuncias de las que 950 ya han sido resueltas». Es solo una parte del trabajo de esta Oficina que, en líneas generales, se encarga del asesoramiento en el cumplimiento de la conocida como Ley del Cielo, así como del seguimiento de la puesta en marcha de los proyectos que puedan afectar a alguno de los preceptos del articulado.

Díaz resume que la actividad de la Oficina se centra en cuatro aspectos fundamentales: contaminación lumínica, contaminación radioeléctrica, contaminación atmosférica y control del tráfico aéreo, «siendo el primero de ellos el que concentra el mayor volumen de trabajo de la Oficina, en torno a un 98% del tiempo», señala el responsable técnico.

La necesidad de reducir al máximo la luz artificial obedece a las interferencias que provoca en la observación astronómica, pero no solo se trata de ciencia. Tal y como resume Javier Díaz, tiene consecuencias también en la sostenibilidad, en el medioambiente, en el consumo energético e incluso en la salud de las personas.

Controlar los chorros de luz que apuntan directamente al firmamento ha sido una tarea ardua para la Oficina, ya que vigilan cada proyecto público o privado que contemple iluminación. Desde las luminarias de las calles a los carteles de los centros comerciales, todos deben ceñirse a la conocida como Ley del Cielo.

«En general el incumplimiento se produce más desde las instituciones públicas y además son las que más tardan en solventar los errores», indica Javier Díaz, quien recuerda que el nivel de protección es diferente según la zona.

De esta manera, La Palma es la isla que está protegida en su totalidad, pero aquellos municipios cuya iluminación afecte a su Observatorio —como ciertas zonas de Tenerife cerca de Izaña— también deben cumplir algunos requisitos.

El responsable de la Oficina admite que «cada vez hay más técnicos concienciados de la importancia de evitar la contaminación lumínica» y lo mismo puede decirse de las instituciones públicas: «Tenemos acuerdos con varios ayuntamientos, sobre todo de Tenerife y con el Cabildo insular, para adecuar las luminarias a la normativa palmera».

Respecto a su importancia, la subdirectora del IAC resume que «se trata de algo tan sencillo a priori como evitar que la luz alcance el cielo sino que apunte a lo que tiene que iluminar que, por lógica, está en el suelo».

Al margen de la orientación, también es relevante el tipo de luz que se emplea porque, al contrario de lo que suele darse por sentado en general por la ciudadanía, «lo ideal son tipos de luces led, que emiten sobre todo en rojo, naranja y amarillo en lugar de las blancas que emiten en azul y que son las que se suelen preferir en casa».

Con todo, el trabajo de la Oficina se ha venido complementando con un seguimiento de la propia calidad del cielo. «Hemos seguido midiendo con los mismos parámetros que hace 30 años», explica Casiana Muñoz que aporta una conclusión que evidencia el éxito de la norma: «Tiene ahora la misma calidad que entonces».

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