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Ciencia

El mapa de África desde Ptolomeo

Las fuentes del Nilo, grandes ríos del continente, lagos, montañas y desiertos no fueron bien conocidos hasta finales del siglo XIX - La exploración del territorio obedeció sobre todo a intereses colonialistas y en ella tuvo un papel destacado el oficial inglés Sir Richard Burton, que visitó en una ocasión las Islas Canarias

África en el siglo XIX. Aún se representaban las fuentes del Nilo como en el mapa de Ptolomeo. | ELD

«Ocurre que los geógrafos, en los mapas de África, llenan los huecos con dibujos de salvajes, y en las colinas inhabitables colocan elefantes a falta de ciudades». (Jonathan Swift, en On Poetry: A Rhapsody, 1733)

Para dibujar un mapa solemos empezar por el perfil completo del continente o país del que se trate. Para África deberemos trazar sus costas. La mediterránea es bien conocida desde la antigüedad clásica. La costa occidental solo lo era hasta el cabo Bojador donde hasta el siglo XV creían algunos que era el comienzo de una zona de aguas hirvientes que provenían del trópico y que al encontrarse con las aguas frías del norte, junto con las arenas del desierto arrastradas por los vientos, formaban una barrera infranqueable en donde irremediablemente se perdían los barcos que intentaban traspasarla. Conocido como caput fines Africae, el cabo Nun los portugueses lo tuvieron como verdadero finis terrea en la costa africana. Y en este caso el mapa de Ptolomeo, del siglo II y considerado como el más fiable hasta el siglo XV o XVI, no servía de ninguna ayuda ya que en él solo se refleja la parte norte del continente africano. La parte sur y la costa oriental eran igualmente desconocidas para los europeos en esas fechas.

Las cosas empiezan a cambiar cuando a comienzos del siglo XV un mercader veneciano, Nicolo dei Conti, decide recorrer el mundo y llega, después de atravesar Arabia, hasta Sumatra. A su vuelta y a modo de penitencia por los pecados cometidos le cuenta a Poggio Bracciolini, secretario apostólico del Papa, sus aventuras con la descripción de los mares que hoy llamamos del océano Índico. Esto dio pie a que fray Mauro en el 1459, en un célebre planisferio, dibujara África como una península rodeada de mar. Los mapas de Ptolomeo empezaban a ser cuestionados y se abrió la mente de los navegantes a que se podía rodear África. Sabemos que el primero que se decide a intentarlo es Enrique el Navegante y tras él el rey Juan II, quien manda a Bartolomé Díaz en 1488 a que llegue hasta la India. No lo consigue, pero sí el rebasar el cabo de Buena Esperanza y navegar, poco, por el océano Índico. Será Vasco de Gama, enviado por Manuel I el que logre llegar hasta Calicut en la costa sudeste de la India. No me resisto a contar en un breve excurso lo que hizo Vasco de Gama en su segundo viaje (1502) a su llegada a Calicut: capturó unos cuantos comerciantes y pescadores, elegidos al azar, y los colgó de inmediato; luego descuartizó los cadáveres y arrojó todas las manos, los pies y las cabezas en un bote que envió a tierra con un mensaje para el samuri (el Señor de Calicut) sugiriéndole que utilizara estos trozos para hacer curry (tomado de Daniel J. Boorstin). Sin comentarios.

El mapa de las costas de África estaba ya diseñado. Después los sucesivos navegantes lo irían perfeccionado cuando los instrumentos de navegación y el avance de la Ciencia lo permitan, pero Vasco de Gama lo dejó casi resuelto.

En lo que respecta al interior del continente tenía razón el autor de Los viajes de Gulliver (ver entradilla) cuando reprochaba, a su estilo, el desconocimiento del que hacían gala los cartógrafos sobre el centro de África.

Veamos como ejemplo lo que ocurrió con «las fuentes del Nilo». Tampoco los restantes grandes ríos de África, el Níger, el Congo, el Zambeze, ni los lagos, ni las grandes montañas, ni los desiertos fueron bien conocidos hasta finales del siglo XIX. La exploración de África se debió sobre todo a intereses colonialistas de Gran Bretaña, Francia o Alemania, aunque algunos, Livingstone y muchos otros misioneros cristianos, lo hicieran por «amor al prójimo».

La región, las fuentes del Nilo, de la que hablamos tiene un largo historial clásico. Herodoto en el siglo V a.C., ya preguntó por el nacimiento del Nilo. Alejandro Magno, un siglo después, quiere saber de dónde venía tanta agua que parecía brotar de un desierto. Nerón, siglo I, manda dos centuriones a descubrirlo (de ahí el latinismo Nili caput quaerere; Buscar las fuentes del Nilo es querer saber la razón última de algo). Pero es lo cierto que ninguno alcanza a encontrarlo.

Sin embargo, el mapa que Ptolomeo al que ya me referí, muestra un río Nilo que parte más al sur del ecuador y con una completa red de afluentes que se nutre principalmente de dos grandes lagos situados al norte de unas «Montañas de la Luna». Y así continúa apareciendo en los atlas de Ortelio (1570), Mercator (1578) y todos sus sucesores hasta mediados del siglo XIX. Era una región ignota que suscita la curiosidad y el interés de la Royal Geographical Society (RGS) de Londres que hacia 1855 decide financiar una expedición para aclarar definitivamente si existen esos lagos donde se supone que nace el Nilo.

Y así, desde la costa Oriental de África parten los oficiales británicos Richard Burton (1821-1890) y John Speke (1827-1864) en una caravana con árabes, que conocían la zona por ser traficantes de esclavos, y nativos porteadores. Es ésta, y todas las que la siguieron, una expedición peligrosa y extenuante. Morirán muchos hombres en este interés «geográfico» por el centro de África.

Burton tiene una biografía muy interesante por ser un políglota reconocido («hablo 15 idiomas y sueño en diez», dicen que dijo), un viajero incansable (entre otros lugares visitó disfrazado La Meca, donde se expuso a morir decapitado por no ser musulmán, y ser ese el castigo previsto) y por haber traducido Las Mil y Una Noches o el Kamasutra. También visitó las Islas Canarias, viaje que se puede leer en Vagabundeos por el Oeste de África de Editorial Laertes.

Sin entrar en detalles podemos resumir que encontraron, y situaron en el mapa, el lago Tanganica en el que Burton identificó, equivocándose, las fuentes del Nilo. Speke por su parte continuó la expedición hasta encontrar el lago Victoria, así lo bautizó él, aunque los nativos lo llamaban y llaman Nyanza. El lago Tanganica estaba demasiado lejos y demasiado bajo para poder ser una fuente para el Nilo Blanco. El Victoria sí cumplía los requisitos y de hecho se demostró que de él salía uno de los brazos del río Nilo. Speke telegrafió a la RGS: «Resuelto el asunto del Nilo». No lo estaba, pero casi, había otras fuentes, y más al sur. que aportaban agua al Nilo Blanco uno de los dos ramales que se unen en Jartum para conformar el Nilo en sus últimos dos mil kilómetros.

Otros exploradores fueron completando el conocimiento de la cabecera del Nilo que está en Ruanda Burundi y en Tanzania en las Montañas de la Luna que han conservado el nombre que les puso Ptolomeo. Por cierto, que hay dos grandes lagos, el Victoria y el Alberto, que suministran agua al Nilo tal como dibujó el geógrafo romano-egipcio, pero el resto de la red del mapa de Ptolomeo no guarda similitud alguna con lo que hoy sabemos.

Otros expedicionarios conocidos como Samuel Baker, Livingstone, Stanley y alguno más van añadiendo datos no siempre en la dirección correcta. Hoy se entiende que el nacimiento del Nilo está en Tanzania de donde parte el río Kagera, aunque hay quien llevado por un afán perfeccionista busca el manantial en una posición lo más al sur posible rectificando por kilómetros el supuesto naciente. Por lo menos hasta 2006 y gracias al uso del GPS se fueron identificando afluentes que suministraban agua al Nilo y que nacían más al sur que el anterior conocido. Pero eso ya es «para nota».

El Nilo Azul, el río que causa las inundaciones en todos los veranos egipcios, se conoce en Occidente desde el siglo XVII en que el jesuita y misionero español Pedro Páez en su Historia de Etiopía fija su origen en el lago Tana, que en las temporadas de lluvia se desborda y sus aguas llegan hasta Alejandría.

Naturalmente, había muchos más exploradores de la época como nos cuenta Peter Burke: Los franceses, los alemanes y también los británicos investigaron el interior de África: René Caillié, por ejemplo, que respondió al desafío planteado por la Société Géographique de París y llegó a Tombouctú en 1828; Pierre de Brazza, que dio el nombre a Brazzaville; Henri Duveyrier, que exploró el desierto del Sahara a los 19 años; el amigo de Duveyrier, el geógrafo alemán Heinrich Barth, que también exploró el Sahara, y el botánico alemán Georg Schweinfurth, quien descubrió al pueblo de los azandes en África Central...

Hoy, cuando vemos continentes enteros desde un satélite que es capaz de fotografiar e identificar objetos de menos de diez metros, todo lo que el hombre ha pasado para llegar a estos mapas, casi todos obtenidos con enormes penalidades, podemos pensar que deberíamos haber esperado un poco y no lanzarnos a la aventura de esa manera. No es verdad. Sin esos, y otros aventureros no habríamos conquistado la Tierra y menos el Espacio.

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