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La pasión (adulta) por los ladrillos

Lego y otros juegos de construcción viven una nueva juventud gracias en gran parte al público adulto, el coleccionismo y sus posibilidades como herramienta pedagógica P Varias películas, la pandemia y hasta un concurso de televisión se han hecho eco del ‘boom’

La pasión adulta por los ladrillos El Día

Mikel Gómez (37 años), Antonio José Fernández (61) y Carlos Valencia (51) son AFOL, siglas de Adult Fan of Lego, una legión de aficionados a los pequeños ladrillos daneses que ya peinan canas. Para ellos, ensamblar las piezas no es solo un juego, sino un reto arquitectónico cuyo resultado puede ser admirado como una pieza de coleccionista. O incluso como una obra de arte, como hace el escultor estadounidense Nathan Sawaya con sus cotizadas figuras de tamaño casi humano.

El desembarco de Lego en España fue más tardío que en otros países europeos. Muchos AFOL se aficionaron de pequeños a Exin Castillos y otros juegos de construcción, los dejaron en la juventud y han regresado cuando han sido padres. Ahora las posibilidades son mucho mayores. «Les regalan un set a sus hijos, empiezan a construir con ellos y se acaban reenganchando», resume Carlos Valencia, propietario de Galegory, una juguetería especializada en Lego.

«De pequeño nunca jugué a Lego. Yo estaba siempre en la calle con el balón —dice por su parte el pamplonés Mikel Gómez, responsable de Discover bricks, tienda y ludoteca—. A mí la afición me llegó de adulto cuando mi pareja, que es educadora, me regaló un set para construir una furgoneta. Me quedé prendado». Ahora, desde hace siete años, ambos organizan talleres con los miniladrillos para activar en los niños la destreza manual y la capacidad espacial, entre otros beneficios.

«No es un juguete barato, eso está claro, pero con el paso de los años los ladrillos siguen estando igual. Como mucho pueden perder algo de color. Yo he ido acumulando piezas poco a poco y ahora algunas deben de tener medio siglo», añade Antonio José Fernández, un administrativo madrileño que trabaja en una academia. «A mí siempre me han gustado, desde que era pequeño y me regalaron la primera caja. Me enamoraron», rememora.

Pensar a lo grande

De las manos de Fernández y sus colegas de la asociación Alebricks salen ahora montajes de gran tamaño, técnicamente conocidos como dioramas, que protagonizan exposiciones. «Tenemos uno de un depósito ferroviario con ciudad anexa expuesto en Zaragoza. Mide cinco metros cuadrados», dice. Por su parte, en el currículum de Gómez destaca, por ejemplo, una reproducción de la plaza del Castillo de Pamplona de 5.000 piezas. «Y ahora mi idea es construir a escala el palacio de Olite».

Al margen de los tradicionales sets de Lego habituales en los grandes comercios, los auténticos AFOL suelen comprar piezas sueltas y a granel en tiendas especializadas. Y con el material disponible hacen trabajos originales o MOC (My Own Creation, Mi propia creación). Fernández, por ejemplo, se ha especializado en entornos urbanos y ferroviarios, con edificios, estaciones y vías, pero también son muy habituales los dioramas inspirados en franquicias del cine y el cómic, así como reproducciones de todo tipo de monumentos. «Me gusta el tema medieval y similares, tipo El Señor de los Anillos», comenta Mikel Gómez. «Es brutal el tirón que tiene Star Wars y todo lo que lleva asociado. Creo que es de lo que más vendemos», añade Carlos Valencia.

El efecto del ‘talent show’

Se necesita tiempo y dedicación. Los sets oficiales de Lego de mayor tamaño y precio (hasta 800 euros), como el Coliseo romano o el Halcón Milenario de Star Wars, cuentan con cerca de 8.000 piezas y requieren de unas 20 o 30 horas de construcción, con un prolijo manual de instrucciones. Los MOC, en cambio, no tienen límite. «Los hay que pueden llegar a tener 100.000 piezas, pero no hace falta tener tantas para hacer cosas extraordinarias», dice Fernández, aunque admite tener en casa una habitación dedicada al Lego, «con las piezas guardadas en cajones, cajas de tornillería y táperes de todo tipo».

«Yo no tengo una gran colección particular ni creo que sea necesario. Lo más importante es activar la imaginación y hacer cosas propias, sin instrucciones», precisa Gómez. En el mismo sentido, Valencia, el propietario de Galegory, recomienda para empezar los llamados sets de 3 x 1, con instrucciones para realizar tres figuras diferentes, «y luego ir creando viendo lo que sale».

«En general, los juegos de construcción han sobrevivido bien a la era digital», dice Fernández. La existencia de Lego Masters, un concurso televisivo dedicado a Lego, no es casual. «Aquí el gran punto de inflexión fue el estreno en 2014 de The Lego Movie. Eso sí aumentó el número de aficionados», prosigue el miembro de la asociación Alebricks. Los tres aficionados agradecieron el programa de Antena 3, pero lamentan los horarios criminales, la búsqueda de rivalidades inexistentes entre los participantes y la ausencia de pedagogía, que acabaron provocando la cancelación prematura del concurso. «Yo echaba de menos que no se explicara cómo construir con ladrillos formando en círculos o en diagonal», pone como ejemplo Valencia.

«Lego no solo ha sobrevivido, sino que lo ha hecho muy bien. Incluso la pandemia, que ha obligado a permanecer más tiempo en casa, le ha ido bien —sentencia Gómez—. Para muchos padres, Lego es una manera divertida e instructiva de que los hijos pasen menos tiempo viendo la televisión o en el móvil. No conozco un juguete como Lego que trabaje tanto la creatividad. Traspasa la barrera del juego». Además de mejorar las habilidades manuales y la capacidad espacial, Valencia, que organiza cursillos en su tienda Galegory, insiste: «Como ya hacen muchos colegios, con Lego se puede aprender física, mecánica y hasta programación».

Gómez, que junto a su pareja organiza cursillos para niños con fines educativos, lamenta una realidad indiscutible: es un sector muy masculinizado. «Las mujeres construyen mejor que los hombres. Lo hacen bien y son muy creativas, pero llega un momento en que pierden el interés y están en otras cosas», dice. Luego cuesta que se reenganchen.

La ‘culpa’ es de un carpintero danés

El danés Ole Kirk Christiansen (Filskov, 1891-Billund, 1958) tenía cuatro hijos y se quedó en paro. Habilidoso carpintero, montó un taller en el que, además de escaleras de mano y tablas de planchar, fabricó juguetes de madera. En 1934, adoptó el nombre Lego —de ‘leg godt’ (juega bien)— y logró acertar con los ladrillos de ensamblaje. Tras un incendio, compró la primera máquina en Dinamarca de moldear plástico y lo empleó en sus bloques, pero fue su hijo Godtfred quien ideó el sistema de «juego total». Lo que siguió fue un éxito meteórico: hoy se venden siete ‘sets’ por segundo (el de ‘Eternals’ es uno de los 10 juguetes más vendidos de los pasados Reyes), hay 86 piezas por cada habitante del planeta y el valor global de la compañía se estima en 5.300 millones de euros (en pandemia, solo en 2021, Lego creció un 46%).

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