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Lacoplasale definitivamente del armario

Una generación de jóvenes artistas e investigadoras reivindican este estilo y a sus folclóricas como señas de identidad e inspiración | La novela gráfica ‘Doña Concha’, basada en la vida de la cantante, ilustra la vuelta de un género

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Que un grupo de indie rock de tanto éxito como Vetusta Morla haya utilizado un sample de una canción de Concha Piquer para La Virgen de la Humanidad, uno de los sencillos que adelantaron su nuevo disco, supone en cierta manera cerrar el círculo abierto por la copla como expresión popular española de masas hace casi un siglo.

Se trata, es cierto, de un encuentro anecdótico. Esta formación madrileña está compuesta por seis hombres treintañeros, con nombre artístico inspirado en La historia interminable, el bestseller del alemán Michael Ende, y su sonido es más cercano a la épica y el melodrama guitarrero de bandas británicas como Radiohead o Muse que a las historias de amor y desengaño de Imperio Argentina o Juanita Reina. Y, sin embargo, marca un hito importante: la vuelta al mainstream de la copla, y con ello una simbólica culminación de décadas de marginación, desprecio y ninguneo de un género y unas artistas que, recordemos, fueron la expresión autóctona por excelencia de la música popular durante la mayor parte del siglo pasado en los hogares españoles.

Con nombre propio

En 2020 se cumplían 30 años de la muerte de Concha Piquer, fulgurante estrella de los arranques de la copla e intérprete de algunas de las canciones inmortales del género. El programa de TVE Lazos de sangre dedicaba un especial a la artista. En clave de sociedad y echando mano del rico archivo de la cadena pública, se ahondaba en la Piquer y su carácter de mujer moderna con una tertulia en la que participaban Boris Izaguirre, Nieves Herrero o Encarna Polo.

Un año después, el mismo en el que fallecía Concha Márquez Piquer, hija y heredera en más de un sentido de la cantante valenciana, Carla Berrocal pública Doña Concha (Reservoir Books), cómic pionero en abordar la vida de una folclórica y el género que la hizo universal, y una de las contadas biografías sobre una mujer que triunfó globalmente en una época en la que España vivía encerrada en sí misma. Doña Concha es un cómic magnífico, formalmente impecable y conceptualmente ambicioso que funciona por sí mismo, como biografía y como carta de amor a la copla. Cada año se publican cómics interesantes y un puñado de cómics buenos o muy buenos, pero es difícil encontrar lo que se propone —y consigue— Carla Berrocal con Doña Concha.

También en 2021 artistas como Rosalía, C. Tangana, La Mala Rodríguez, María José Llergo, Silvia Pérez Cruz o Alaska participan en una serie documental sobre la vida y milagros de Lola Flores, coplera convertida más tarde en icono pop y fenómeno de masas, aka Lola de España. En este mismo aquí y ahora, C. Tangana recupera al coplero Pepe Blanco para su disco de confirmación El Madrileño, grupos como Ruiseñora giran por todo el país con una propuesta que mete en una batidora psicodelia, copla y sonidos populares, y voces jóvenes y dispares como Queralt Lahoz, Ede o Maria José Llergo reivindican, asumen como propia e integran la copla en su propuesta musical sin pedir permiso ni perdón.

Todas ellas y todos ellos llegaron a este sonido recorriendo distintos caminos. Todos, a su manera, se rindieron ante ella. Carla Berrocal admite que este tipo de música no había formado parte de su vida: «En mi casa no se escuchaba copla. Mi padre no es muy melómano y mi madre es chilena, por lo que no teníamos ese background musical». La dibujante cuenta cómo se acercó al género a través de su abuela. «Estaba en una residencia de ancianos con una demencia senil bastante severa y le poníamos tango, rancheras y de todo. Un día le pusimos coplas y, de repente, empecé a flipar», recuerda.

De entre todas las folclóricas, la ilustradora conectó con Concha Piquer. «Me veía sumergida en sus letras por su capacidad interpretativa», cuenta, «empecé a documentarme y vi que había tenido una vida alucinante. Y me planteé hacer un cómic quizás por el paralelismo, por ser ambos dos medios muy maltratados». Este flechazo con la cantante valenciana no es una cuestión baladí. Como explica Juan Torres Orta, catedrático de Física y Química que ha dedicado su vida a la canción popular andaluza y autor del ensayo La copla. El alma del sur (Utopia, 2021), Concha Piquer es «la auténtica creadora del género, la que pasea la copla por el mundo entero». Torres Orta destaca cómo «la tonadillera valenciana, con su acento entrañable, su voz de campana de cristal y su finura y depurado gusto, fue la que le dio los toques definitivos al género». A partir de una figura tatuada de éxitos, pasiones y grandes momentos como el de Concha Piquer, Carla Berrocal planeó ir más allá con un libro que homenajease a la copla.

«La copla siempre ha tenido una lectura de música rancia y facha. Solo la investigación académica la ha puesto en valor», destaca Berrocal. La dibujante admite la frustración que esto le ha generado: «En el fondo se trata de un género musical que ha sido muy maltratado y olvidado por esta cosa que tenemos en España de hacer borrón y cuenta nueva. Hay que tener en cuenta que cuando acabó la Guerra Civil no todo el mundo estaba a favor de Franco».

Porque la copla, como género cantado por mujeres y escuchado principalmente también por mujeres, y con letras compuestas por hombres homosexuales como Federico García Lorca o Rafael de León, fue un núcleo de resistencia de perdedores y desheredados en una época de represión y oscurantismo, contando historias de amores prohibidos y pasión en un momento en el que casi todo estaba castigado. Las amas de casa pobres y sometidas y la comunidad queer de la época se refugiaban en un walk on the wild side subrepticio y aparentemente inofensivo. Tatuaje, Ojos verdes o Pena, penita, pena eran el liberador blues tolerado para aquellas y aquellos mártires de la patria que no tenían otra vía de escape en un tiempo y un lugar en el que todo estaba en su contra.

Las más jóvenes, las más fans

«Muchísimos de nosotros tenemos ese recuerdo: la copla, el cuplé, el bolero o la zarzuela que nuestras abuelas tarareaban mientras trabajaban. Música que ha sido mirada por encima del hombro, al igual que esos cuidados que facilitaban», recuerda Lidia García. García es investigadora en el Departamento de Historia del Arte de la Universidad de Murcia y experta en cultura popular española. Su labor académica, sus publicaciones en Twitter a través de su cuenta The Queer Cañí Bot y, su podcast ¡Ay campaneras!, conforman una lectura desprejuiciada de la copla y sus estrellas. Una puesta en valor de su relevancia cultural, pero también de su significancia desde un prisma feminista y queer. Algo que, después de mucho tiempo, es posible en España. «Ha habido un cambio generacional», señala García. «Entre los que rozamos los 30 hay un interés generalizado por la copla que, a su vez, tiene mucho que ver con los lazos intergeneracionales con las mujeres que nos han precedido. No me parece casual que la música que escuchaban las abuelas se haya silenciado, como ocurrió con el papel que jugaron sus cuidados», destaca.

La investigadora señala la década de los setenta del siglo pasado y el final de la dictadura como el momento en el que «se rompe un poco con ese relato tan acusado del ascenso social a través de la música y con ese viaje de la heroína que tenían las folclóricas». Y añade que la impronta del pop y el rock anglosajones como símbolo de ruptura y modernidad, entendible por la apropiación de la copla que había hecho el régimen franquista, supondrá también que la música popular deje de ser un método de ascenso socioeconómico para mujeres de origen humilde y, en general, evolucione hacia un modelo dominado por hombres de clase media-alta.

Tanto Carla Berrocal como Lidia García destacan a Pedro Almodóvar, Terenci Moix o Ana María Matute como los pioneros que se acercaron a esa parte de cultura popular desde una perspectiva diferente. Berrocal reflexiona que quizás no estaban en el momento correcto. «Igual Almodóvar sí tiene esta cosa de resignificación y reapropiación interesantísima de lo español, pero yo creo que ahora se está empezando a dar cada vez más, precisamente por esa falta de prejuicios», concluye.

Lidía García rebobina para llegar al inicio de la recuperación de la copla y todo lo que le rodea, que sitúa a principios de los 2000 gracias a shows televisivos como Operación Triunfo, herederos de los concursos de talentos de la posguerra de donde emergieron figuras como Rocío Jurado. Desde entonces, como cuenta Berrocal, habría surgido una conexión que engloba a un público e interpretaciones diversos y actuales. «Hay una generación que no ha crecido bajo el ala de la dictadura o la Transición, bastante liberada de prejuicios, que es capaz de recuperar su propia cultura sin ningún tipo de peaje ideológico», cuenta.

Así lo sienten Ruiseñora, dúo musical madrileño compuesto por Atilio González y Elia Maqueda que, en sus propias palabras, mezcla saetas y psicodelia, copla y electrónica, refranero popular y sonidos progresivos. «Siempre hemos dicho que no somos grandes conocedores del género de la copla», advierten. «Sí que nos gusta e interesa, y sobre todo creemos que hay todo un mundo melódico en la canción tradicional que merece la pena explorar para reflotarlo y darle vueltas», aclaran.

«Los ejes temáticos de la copla son los más universales: el amor, el desgarro», destaca Lidia García. «Ahora no te cortejan en una reja, sino que te mandan un whatsapp, pero los sentimientos son lo mismos», añade. Una visión compartida por Juan Torres Orta, para quien copla y flamenco son símbolos de patrimonio, universalidad y mestizaje. «Van pasando los años, y, como todo en la vida, nuestras canciones reciben influencias musicales de todos los géneros. La música, desde sus ancestros, siempre ha sido pura fusión de culturas y folklore», concluye el catedrático.

La evolución ha permitido que en 2021 se pueda poner en valor la copla y sus artífices desde el respeto a los clásicos, la modernidad, el feminismo, lo queer o todo ello a la vez. También ha permitido una suerte de reconciliación nacional con un género que ha aportado mucho más de lo que se ha querido admitir durante tantas décadas. Por fin, España abraza una manera de expresar la sentimentalidad y ciertos temas perennes de la que ni las décadas ni el desdén han podido borrar. La copla, que nunca se fue, ha salido del armario más viva que nunca.

Lidia García: «Muchas tenemos ese recuerdo: abuelas tarareando copla mientras trabajaban; música mirada por encima del hombro, como esos cuidados que facilitaban»

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