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ANTROPOLOGÍA ‘AGENDER’

La moda sin género no es un capricho ‘millennial’

Keith Richards le cogía la ropa a Anita Pallenberg y Diane Keaton se anuda la corbata desde hace 40 años | La revolución de géneros que vive la moda tiene sus antecedentes en los sísmicos 60 y 70

Elton John, siempre dispuesto a desafiar las normas. E. D.

Anda la moda revolviendo los conceptos y ampliando su fondo de armario. Una novedad para un gremio que ha vivido la última década en una especie de limbo en el que casi todo valía si servía para conseguir muchos likes.

Cuando Alessandro Michele presentó en Londres la colección de hombre de Gucci para el otoño de 2016, puso sobre la pasarela el tema del género. Su discurso gender-neutral, con una propuesta masculina de un nivel creativo que se salía de los márgenes, mostró trajes de florecitas y no se cortó un pelo a la hora de salpimentar con fantasías de todo orden las siluetas. Le siguieron otros radicales como Maison Margiela o la cadena británica Top Shop.

El efecto agender —traducido como sin género, género no binario o género neutro— se aplica a las personas que no se identifican con un solo sexo, sino que pueden pasar de uno a otro o manifestarse de forma neutra. Por eso también se les llama de genero fluido. El no gender es una forma de aplicar la igualdad de sexo a la moda por la vía de la neutralidad. Ni ropa de hombre ni de mujer. Ropa. Prendas, accesorios universales, que pueda vestir cualquier persona.

Desde aquel desfile de Gucci, la propuesta se ha extendido como una mancha de aceite. Gucci sigue en ello, Vuitton también, el norteamericano Telfar y Rad Hourani lo llevan en el ADN, al igual que Palomo Spain. Pero son las marcas jóvenes como Riley Studio Toogood, Nicopanda o Sloane Studios las qe han logrado que grandes almacenes como Selfridges en Gran Bretaña, o Nordstrom en EEUU, tengan un espacio dedicado a las prendas sin género. Marcas históricas como Equipement, conocida por su camisas, tiene también una línea gender-fluid, y en su web no hay apartados masculino y femenino; una forma de vender que se extenderá.

También la cosmética lanza productos que no distinguen entre sexos, como ha hecho Rihanna con su marca Fenty Beauty, o la clásica Origins, que también lanza fragancias sin género. La prueba definitiva de que el no gender está en la calle es que Mattel, el fabricante de Barbie, lanzó una línea de muñecas de género neutro a finales de 2019.

Visto desde una perspectiva histórica, lo que hoy llamamos sin género se remonta a los años 60. En esa década, la más transgresora del siglo XX, también se destriparon los conceptos y se puso en cuestión el orden establecido. La juventud tomó el mando de una sociedad en la que ya no encajaba y lo puso todo patas arriba con banda sonora de los Beatles: libertad sexual, feminismo, contracepción, comunas, prensa libre, desarme, diversidad, respeto. En definitiva, contracultura que amparaba la lucha por nuevos derechos políticos y sociales.

En los 60 se llamaba unisex

La moda fue una forma de expresión de todo ese malestar, que tuvo su primer epicentro en el Soho londinense, donde Mary Quant sacó las tijeras y puso en la calle la minifalda. Y en medio de este contexto de anarquía y libertad, lo neutro, en términos de moda, se llamó unisex.

Fulares, estampados, collares, terciopelo, pantalones de campana, cinturones artesanos, bolsos y blusas de seda; además de chaquetas bordadas, caftanes y pieles... anunciaban estilo y fantasía para todo el que quisiera apuntarse, sin tener en cuenta el sexo. Así lo entendió Keith Richards, que cuenta en Vida (Libros Cúpula), su libro de memorias, que no le gustaba ir de compras y hacía sus shopping en el armario de su pareja, Anita Pallenberg, una de las it girls inspiradoras del momento.

De allí sacaba las blusas de seda con mangas abullonadas, las americanas estrechas de terciopelo bordadas, los pañuelos, los sombreros de ala, los chaquetones de cordero peludo o las chaquetas de piel de leopardo que usaba en su descontrolado día a día. A Jagger le iba más el glittering, y saqueaba todo lo que brillaba en el vestidor de su entonces novia, Marianne Faithfull, mucho más que una musa influencer de rockeros y diseñadores.

Pallenberg y Faithfull se surtían en Carnaby Street, donde florecían tiendas como TreCamp, del empresario de la moda John Stephen junto a salas de conciertos como el Marquee Club; y posteriormente —en los 70— en Biba, la más legendaria de las tiendas del Londres moderno.

Brian Jones, Jimmy Hendrix, Stevie Wonder o Rod Steward —rey de las mallas animal print— por citar solo a los más famosos, aparcaron el género a la hora de vestirse y optaron por la libertad con la complicidad de algunos diseñadores que estaban en la misma onda, como Ossie Clark y Vivienne Westwood, o como Bob Mackie y Thierry Mugler, autores de inolvidables looks para el atrevido Elton John.

Los 70: Bowie y el ‘prêt-à-porter’

Y entonces apareció Bowie, señor del glam rock y creador de Ziggy Stardust, que a los 17 años, cuando aún se llamaba David Jones, había fundado la Sociedad para la Prevención contra la Crueldad hacia los Hombres con Pelo Largo, como muestra un vídeo de la BBC de 1964 donde fue entrevistado como activista. Camaleónico abanderado de la androginia —otra versión del género fluido—, Bowie trabajó su aspecto como una faceta más de su música. Con cada disco alumbraba a un nuevo ser que le acompañaba también en su vida cotidiana, tan fluida como su vestuario.

Es conocida la anécdota del fotógrafo Michael Putland, que acudió a retratar a Bowie a su casa y lo encontró pintando el techo del salón con el mismo look de flores con gorra a juego que había llevado en un concierto dos días antes. Su colaboración con el japonés Kansai Yamamoto, recientemente fallecido, dio como fruto las extraordinarias piezas que Bowie lució en sus giras con Ziggy Stardust y Aladdin Sane: aquellos famosos monos y túnicas unidos para siempre al recuerdo del añorado cantante. Yamamoto también vistió a Elton John y a Stevie Wonder.

Todo esto sucedía mientras en París Pierre Cardin, Paco Rabanne, Ted Lapidus e Yves Saint Laurent lanzaban el prêt à porter para acercar la moda a todos los bolsillos. Los primeros apostaron por un futuro donde las siluetas enfundadas en monos elásticos y geométricas túnicas igualaban a los sexos en un estilo galáctico que después perfeccionó Star Trek con sus eskijamas; y Saint Laurent, con su batalla para vestir con traje pantalón a las mujeres como hacía su musa y alma gemela, Betty Catroux.

Nueva ola

Desde aquellos tiempos hasta llegar a la nueva ola que nos ocupa, pasaron Prince, Jean Paul Gaultier con falda, o unas Diane Keaton y Fran Lebowitz que preferían las americanas y corbatas a los fru-frús. Aquí tuvimos a Miguel Bosé. Y antes que nadie estuvo Gabrielle Chanel, que también prefería la práctica indumentaria masculina y no dudó en apoderarse de los tejidos reservados a los hombres.

Parece que esta vez puede ir en serio, el tema está en la calle y los millennials han demostrado que lo convencional no va con ellos. Cada vez más tiendas —físicas y digitales— mezclan ropa de ambos géneros, y algunas marcas abandonan el patronaje segregado o la doble carta de color para ofrecer sus productos a quien quiera comprarlos.

En 2016, el músico y actor Jared Leto hizo la promoción de su película Escuadrón Suicida vestido de colores pastel, con levitas estampadas, jerséis con animalitos y flores en la solapa. Una transformación que algunos atribuyeron a que el papel que interpretaba —el Joker— le había perturbado la cabeza. En diciembre de 2020, el cantante Harry Styles fue el primer hombre en ocupar en solitario la portada de Vogue USA, con un vestido de encaje blanco, fotografiado por Tyler Mitchel. La revista incluía también un reportaje de moda en el interior donde Styles vestía atrevidos looks, casi todos con falda. Algunos eran de Alessandro Michele, quien también estaba detrás de la radical transformación de Leto. El diseñador de Gucci, resucitador de marcas, es el gran activista de la causa agender.

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