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11-S: Canarios en la zona cero

Una veintena de isleños fueron testigos de los atentados en Estados Unidos el 11 de septiembre de 2001 | «Creí que el avión venía a mi despacho», recordaba Juan Antonio C. B.

El canario José Guerra y Kent Olson fueron testigos del ataque al WTC el 11 de septiembre en Nueva York. Las fotos que realizaron se publicaron dos días después en el periódico ‘La Provincia’. | ELD

Desde su despacho en la planta 40 de un rascacielos que se levantaba frente a las Torres Gemelas de Nueva York, el economista grancanario Juan Antonio B. C. vio el 11 de septiembre de 2001 como el segundo avión en colisionar contra los edificios volaba primero en dirección a su oficina. «Escuché una explosión pero no sabíamos qué había ocurrido, aunque una de las torres ya ardía. Creíamos que era un accidente pero poco después vi desde la ventana de mi despacho cómo un avión caía contra el otro edificio. Estamos tan cerca del World Trade Center que en un principio pensamos que la aeronave venía contra nosotros... Todo tembló... Después pude ver entre el humo a algunas personas que se lanzaban al vacío desde las plantas más altas de los dos rascacielos incendiados», recordaba ese mismo día para La provincia este joven canario cuyo relato, 20 años más tarde, sigue resultando sobrecogedor.

Como él, alrededor de una veintena de canarios fueron testigos de los atentados de Al Qaeda en Nueva York y Virginia —sede del Pentágono— el 11 de septiembre de 2001. «Nunca olvidaré el olor a carne quemada que hoy tiene Nueva York», reconocía dos días después el informático tinerfeño Rafael Ramos, que en aquel momento era director de los servicios informáticos del Hospital Universitario de Nueva York, a tan solo 200 metros de los que fuese el World Trade Center.

«Estaba dando clases cuando oímos el primer impacto. Se estremeció toda la ciudad», recordaba en La Opinión de Tenerife el 14 de septiembre. Su visión del «caos y horror» le llevó a pensar «que estábamos viviendo una guerra o una serie de ataques terroristas con aviones kamikazes». Dijo entonces que la gente «comenzó a correr en todas las direcciones» y tampoco olvidaba como de repente empezaron a caer del cielo millones de papeles» que al cabo de segundos «eran cristales de todos los tamaños y trozos de metal encendidos».

«Muchos de nosotros creíamos en un principio que lo que ocurría no era cierto, que aquello era una película. Hasta dentro de dos días los neoyorquinos no llorarán», señalaba el 13 de septiembre desde su casa de Nueva York Enrique Olarte Lecuona, otro informático grancanario que vivió en primera persona la «locura terrorista» que cambió la fisonomía de Manhattan y trastocó el orden mundial.

Dice que él mismo cuando abrió los ojos después de «mal dormir unas horas», se planteó si «todo lo sucedido el martes había ocurrido de verdad o si aquello había sido simplemente una pesadilla. Pero luego», continúa, «te asomas a la ventana, ves todo ese caos y compruebas que es cierto: las Torres Gemelas no están y con ellas desaparecieron los edificios más emblemáticos de la ciudad», añadía Enrique Olarte Lecuona.

Los atentados en Nueva York del 2001 fastidiaron el regreso a España de la madre y hermana del economista Juan Antonio B. C., que con las maletas hechas tuvieron que aguardar en Nueva York «con las maletas hechas» a que se reanudara el tráfico aéreo y, sobre todo, a conseguir dos plazas en un avión para regresar a su país. «Ellas están más tranquilas hoy, pero han visto algo que nunca se imaginaron. Vinieron por mi cumpleaños y se han tenido que estar unos días más», explicaba el 12 de septiembre a pocos metros de las dos casuales testigos de la tragedia.

José Sánchez es otro canario que con 38 años en aquel entonces, llevaba tres trabajando en un estudio de arquitectura en la Gran Manzana y tiene «muchos amigachos» aquí, decía, y reconocía sentirse feliz porque ninguno de sus conocidos «ni amigo o familiar de ellos» muerto en esta masacre.

Sin embargo, Enrique Olarte sí que ha escuchado de boca de los suyos lo que él califica de «historias para no dormir’’. Entonces explicaba que la novia del hermano de una compañera de trabajo «no estaba en la planta donde impactó el primer avión porque había viajado ese día a Chicago. Si no», decía hace 20 años, «ni lo cuenta».

Carla Herrera, de 26 años y origen canario, relató entonces haber escuchado las primeras noticias desde su apartamento en Manhattan, aunque decidió ir a trabajar porque parecía tratarse solamente de un accidente. «Ya en la calle comprobé que los metros no funcionaban y tuve que coger una guagua para dirigirme a mi oficina, en la Oficina de Turismo español. Durante el camino pudo ver a miles de personas en la calle, en medio de un clima de desconcierto general, sin saber qué hacer y presos del pánico». Entonces fue cuando se dio cuenta de qué ocurría.

«Esto parece un mal sueño del que nadie despierta y a la gente continúa en estado de shock y le cuesta creer lo que ha pasado», explicaba en 2001 el música grancanario Danny García, residente entonces en Nueva York.

El guitarrista residía entonces en un apartamento, situado entre la séptima avenida y la calle 21, «muy cerca del World Trade Center». Los atentados sobre las Torres Gemelas le cogieron muy cerca de allí. y decía que la vida ya no era igual en las calles de una ciudad «que vive la peor de las pesadillas posibles». «La ciudad tiene el mayor despliegue policial y de seguridad en su historia, con el estado de alerta, vuelos cancelados, algo muy extraño cuando normalmente estamos acostumbrados a que pase un avión cada cinco segundos; pero pese a lo dramático de la situación la gente se ha volcado ayudando como pueden», contaba.

«En una ciudad como Washington es asombroso ver solo sobrevolar en el espacio aéreo los F19», explicaba el nadador canario Frederik Hviid, que residía aquel 11 de septiembre en Washington, objetivo de uno de los aviones que los terroristas de Bin Laden planeaban estrellar contra el edificio del Capitolio y acabó colisionando en un páramo de Pennsylvania gracias a la valentía de los pasajeros que se enfrentaron a los secuestradores.

«Estoy más tranquilo», concluía Olarte días más tarde, «pero pasará mucho tiempo hasta que uno logre calmarse por completo».

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