En el verano de 1981, los Centros para el Control de las Enfermedades de EE UU describen cinco casos de «un cáncer extraño y mortal» que sólo afecta a varones. Un año después, aquella nueva enfermedad recibe el nombre de Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida (Sida) que, a día de hoy, se estima que ha provocado la muerte de 39 millones de personas en todo el mundo, casi 60.000 en España y alrededor de 400 en Canarias sólo desde el 2000. Aquella plaga que algunos bautizaron como «peste rosa» por afectar casi en su mayoría a hombres homosexuales es hoy una enfermedad crónica con tratamiento efectivo, una buena noticia a la que se suma, cuando se cumplen cuatro décadas de su detección, la entrada en Fase III del antídoto preventivo, un estadio que significa el inicio de los ensayos en humanos de la añorada inyección.

«La llegada de la vacuna claro que es una buena noticia pero los especialistas consideramos que, a corto y medio plazo, no va a cambiar demasiado la situación, un panorama que de todos modos difiere mucho de lo que nos encontramos cuando comenzamos a tratar los primeros casos. Ahora existen unos medicamentos muy efectivos con los que hemos logrado frenar los fallecimientos y convertir en indetectable el virus en sangre”, confiesa uno de los mayores especialista en enfermedades infecciosas de Canarias y, también, un testigo directo de aquellos duros años en los cuales no se sabía cómo tratar a los pacientes que llegaban a los hospitales.

Por respeto a sus pacientes prefiere mantener el anonimato pero reconoce que “era durísimo ver cómo en dos meses morían chicos muy jóvenes sin que pudiéramos hacer nada por ellos”. Aquellos primeros enfermos perdían incluso la visión. “Era una enfermedad devastadora”, añade.

Aquellos primeros años de epidemia estuvieron marcados por el nacimiento de lo que hoy conocemos como activismo en tratamientos del VIH, que surge en EEUU fruto de la reacción de jóvenes, mayoritariamente homosexuales, que ven cómo una enfermedad desconocida se propaga de forma incontrolada produciendo un número muy elevado de muertes en dicha comunidad. «Al tratarse de una enfermedad que afectaba exclusivamente al colectivo LGTBI se despreció mucho a los enfermos y además estaba esa estigmatización social que se sufría, en la que tuvo mucho peso la demonización por parte de la religión», explica Alfredo Pazmino exactivista residente en Tenerife y enfermo de VIH.

La muerte del actor Rock Hudson, en 1985, acercó la enfermedad a la opinión pública mundial desvinculándola de aquella imagen sórdida con la que pretendieron relacionarla los grupos más reaccionarios. El Sida tenía cara y además era la de un profesional querido y admirado, un shock que supuso sin embargo un punto de inflexión en la lucha contra la enfermedad mediante investigaciones, con EEUU a la cabeza.

Las muertes no hacían más que multiplicarse y fue gracias a la presión de los activistas estadounidenses se logra convencer a la Administración de Medicamentos y Alimentos del Gobierno de Estados Unidos para que agilice los procesos de desarrollo y aprobación de fármacos, que eran eternos. Así, en 1988 dicha agencia implementa nuevas regulaciones para acelerar la aprobación de terapias prometedoras y se aprueba la distribución de AZT (Retrovir), el primer antirretroviral que llega a los pacientes pero que por su toxicidad, especialmente la anemia, genera una corriente de escepticismo sobre su efectividad, hasta el punto de que algunas personas, a pesar de tener acceso, deciden no tomarlo.

Las distintas consecuencias que el virus del VIH generaba en el organismo jugó también en contra de la rápida obtención de los fármacos así que mientras llegaban, se empieza a administrar profilaxis para prevenir infecciones y se autoriza el acceso temprano al aerosol de pentamidina para prevenir la neumonía; un año más tarde la agencia norteamericana aprueba fluconazol (Diflucan) para el tratamiento de dos infecciones graves asociadas a sida: la meningitis criptocócica y la candidiasis. La enfermedad, mientras, seguía incontrolada con África convertida en el nuevo epicentro global y demostrando que el Sida no entendía ni de géneros ni de condición sexual pero tampoco de color ni de estatus social.

Los años siguientes se continúan desarrollando antirretrovirales de la misma familia que AZT. Cada uno se combinaba con otros que batallarían contra las diferentes infecciones provocadas por el virus pero nada de eso impidió que los hospitales se colapsaran de los 90 de enfermos inmunodeprimidos en todo mundo. A pesar de la aparición de nuevos antirretrovirales, los primeros años noventa son muy duros.

En 1995, con la aprobación del primer inhibidor de la proteasa (IP), se produce un giro radical en el tratamiento del VIH. El empleo del fármaco, en combinación con dos ITIN, consigue reducir la carga viral y producir aumentos notables de CD4. Crece una ola de optimismo, en los que se constata la recuperación rápida de muchas personas con Sida. Sólo había un problema: la complejidad de la toma de los tratamientos, de hasta tres o más veces diarias y con restricciones alimenticias, requiere una gran disciplina y su tolerancia, asimismo, era mala.

La situación fue desarrollándose cada vez más rápida y de manera más precisa con el éxito logrado con la combinación de dolutegravir (inhibidor de la integrasa) y lamivudina (inhibidor de la transcriptasa inversa análogo de nucleósido). En la actualidad se ha reducido a un único comprimido.

«Es una situación impensable en los inicios de esta enfermedad y se ha logrado que los pacientes infectados tengan la misma calidad de vida que cualquiera que no lo esté», explica el epidemiólogo canario.

Sobre la vacuna que entra en fase III dice que, aunque se demuestre efectiva en dos o tres años, «no cura el Sida». «Podría ser que impidiera un contagio pero para eso están ya los comprimidos», añade este especialista sobre una campaña que ya inicia su ensayo con humanos y para el cual se están buscando desde hace unos meses voluntarios, un experimento que parece no contar con demasiado apoyo debido a los riesgos que conlleva porque para poder probar el medicamento se deberá buscar a personas que estén dispuestas a asumir conductas sexuales de riesgo para infectarse y que así se demuestre la efectividad o no de la vacuna.

La otra gran novedad es el cabotegravir, un medicamento que estará disponible este diciembre entre los pacientes españoles. A diferencia de los tratamientos actuales que requieren que las personas tomen una pastilla cada día, el cabotegravir es inyectable y se administra en un período de dos meses, posiblemente con dos dosis. No obstante, los especialistas dicen que la lucha futura está en acceder al reservorio donde se mantiene oculto el virus dentro del cuerpo humano, tipo el intestino el bazo. Que un medicamento erradique de esos órganos el VIH sí que sería una verdadera victoria y entonces incluso se podría hablar de cura.

Fruto de todos estos avances y los que llegarán, José Martín, nombre ficticio de un joven de 23 años de Las Palmas de Gran Canaria que, como Alfredo Pazmino, tiene VIH, asegura llevar «una vida completamente normal», gracias a su tratamiento. «No hay nada que no pueda hacer, la verdad como es el caso de otras enfermedades que te debilita mucho o no puedes comer ciertas cosas. Con las medidas de seguridad normales en cualquier relación sexual puedo hacer todo sin riesgo de contagiar a nadie y creo que eso es lo más importante», cuenta este chico que se enteró con 17 años -«nunca me olvidaré de ese día», recuerda-. Se me inflamó un ganglio en el cuello y fui al médico y pensaron que era un cáncer linfático... Pero resultó ser VIH. Estaba con mis padres en la sala del médico y me quedé helado cuando me enteré pero hoy en día estoy contento con mi vida», reconoce este grancanario.

«Tardé unos meses en aceptar que tenía que medicarme de por vida ya que me recordaba a mis abuelos tomando muchas medicaciones todos los días», agrega.