Como suele ocurrir con todas las grandes historias, la biografía de Dolly también tiene un lado oscuro que, para perpetuar su leyenda, ha quedado oculto durante décadas. Es el caso, por ejemplo, de la complicada relación entre los miembros del equipo científico del Instituto Roslin, autores de este experimento. Dolly nació como parte del trabajo doctoral de la investigadora Angelika Schnieke, en colaboración con Jim McWhir y Keith Campbell. Pero el día en el que se publicó el artículo, el nombre de estos investigadores, incluido el de la madre científica de Dolly, acabó relegado a un segundo plano. Y el logro científico pasó a asociarse directamente con el nombre del investigador escocés Ian Wilmut, quien acaparó tanto los focos mediáticos como todos los honores del experimento.

La polémica impregnó los siguientes años tras el nacimiento de Dolly. Willmut fue denunciado por discriminación racial por parte de otro investigador del Instituto Roslin. En el juicio, además, se vio obligado a confesar que él no había participado en los experimentos que habían llevado a la creación de Dolly y que el mérito, en realidad, era para sus colegas. El escándalo fue tal que incluso se inició una campaña para que se retirara el título honorífico que había recibido de manos de la reina Isabel II.

Cuando en 2012 se entregó el Premio Nobel de Medicina a los precursores de la clonación y la reprogramación celular, muchos se sorprendieron por la ausencia de Dolly. El galardón premiaba a John Gurdon, el primero que logró clonar ranas en 1966, y a Shinya Yamanaka, por sus descubrimientos en células madre pluripotentes. Ni rastro, pues del equipo científico del Instituto Roslin y de su célebre oveja clonada. Todo apunta a que la «mala prensa» de los científicos les cerró la puerta del Nobel. Y eso que, hoy por hoy, la comunidad científica sigue hablando de Dolly como uno de los grandes hitos en la historia de la ciencia.