Se dedica a arrancar confesiones ajenas ante las cámaras, pero no se corta cuando le invitan a mirarse en el espejo. Tras un año difícil, toca pasar revista a la pandemia, la política, Ayuso, Rocío Carrasco y Mila Ximénez. Le salvan, dice, el trabajo y el teatro.

No se atreve a poner la mano en el fuego sobre su futuro como presentador, pero tiene claro que en estos años 20 le encontraremos a menudo sobre un escenario. Desmontando a Séneca es su tercera obra de teatro, pero no la última.

«La gente no entiende que, tras una semana de trabajo en la tele, me meta miles de kilómetros en el cuerpo para hacer cinco funciones en dos días, pero es que no conocen el caudal de energía que recibes cuando estás ahí arriba. Es extraño, pero fantástico», asegura.


El sábado anterior a la declaración del estado de alarma, Jorge Javier Vázquez (Badalona, 1970) estrenó su última obra de teatro, Desmontando a Séneca, un monólogo en clave de humor a partir de textos del pensador cordobés que le sirven de coartada para reflexionar sobre las grandes preguntas de la existencia. Luego vino lo que vino, y aquella gira que guardó un año en un cajón, le lleva ahora —del 25 al 27 de julio— al Teatro Tívoli de Barcelona. En breve se tomará unas vacaciones de la tele y de un año que ha sido duro para todos, y también para él.

¿Recuerda el día del estreno, al otro lado de la pandemia?

Si le soy sincero, no sé ni cuántos años han pasado. Ha sido todo tan extraño que no logro distinguir. Personalmente, lo he pasado peor en la segunda parte de la pandemia que al principio, pero me parecería inmoral quejarme conociendo el sufrimiento que ha habido. A mí me ha salvado el trabajo. Este año he currado más que en toda mi vida, pero lo hacía para no pensar en lo que estaba pasando.

¿La pandemia le ha cambiado en algo?

Sí, para peor. Noto que ahora me cuesta más relacionarme. Veo a la gente con unas ganas locas de salir a la calle y volver a las terrazas y disfrutar, pero yo no consigo sentir esa necesidad. Al contrario: no me apetece compartir con multitudes, prefiero estar en casa, tranquilo.

¿Y eso es malo?

No me gusta, porque no va con mi carácter. Me incomodan las señales que tienen que ver con el hecho de cumplir años. No quiero convertirme en un ya lo he vivido todo, porque entonces la vida no tendría sentido. Con la pandemia también me he vuelto más intolerante.

¿En qué lo nota?

Hay cosas que antes me daban igual y ahora no las consiento. Por ejemplo, no permito que se discuta sobre derechos básicos ya conquistados porque ahora algunos los quieran cuestionar. Tengo 50 años y no estoy dispuesto a aguantar ciertos discursos. Me niego. Igual que me niego a hablar de política con personas que tienen una ideología radicalmente opuesta a la mía. No pienso perder más tiempo con esa gente.

Hemos vivido una emergencia sanitaria. ¿Por qué hemos hablado tanto de política?

Porque la derecha no ha hecho oposición, sino que ha querido desguazar España. La actitud del PP durante la pandemia me ha producido un enorme desencanto. Y luego verles de la mano de quien van, y con esa soltura, y a la luz del día… Tienen discursos tan rancios y arcaicos, tan cutres… Pero lo asombroso es que hay gente que los compra.

Alguna explicación habrá.

A mí lo de Madrid me ha dejado alucinado. A ver, la gente ha votado lo que ha votado y yo lo acepto, pero eso no me impide señalar que el discurso de Ayuso es lo peor que se ha escuchado a esta Comunidad en muchísimo tiempo. Su oratoria es tan primaria, tan pobre, tan naíf… Si la viéramos en una serie de televisión, nos descojonaríamos. Pensaríamos: no puede ser, el guionista se ha pasado con ese personaje. Lo que peor llevo es que gente muy cercana a mí la ve bien. No me cabe en la cabeza.

En la campaña apoyó públicamente a Gabilondo. ¿Siempre tuvo esa vena política?

No, yo nunca he tenido formación política, ni he sido activista, ni en mi casa se hablaba de este tema. Franco murió cuando tenía 5 años y me crie rodeado de esos tics de no te metas en política y no te busques problemas tan habituales en la dictadura. Mis posicionamientos me los ha dado mi propia experiencia y encontrarme con propuestas e ideas con más sentido común que otras. Siempre he votado socialista, pero nunca he militado en ningún partido. Lo de Gabilondo surgió porque estaba en casa viendo lo que estaba pasando en Madrid y me pregunté si podía ayudar en algo. Pensé que era peor seguir callado.

¿Se arrepiente de haber mostrado un perfil tan político?

No, por mí diría más cosas y mucho más gordas, pero entiendo que no puedo utilizar el púlpito que tengo en la tele para dar continuamente mi opinión. De todos modos, Sálvame es un programa pegado a la actualidad, y uno no es de piedra.

Su programa continúa batiendo récords de audiencia. ¿A qué lo achaca?

La pandemia nos ha hecho ver a todos lo importante que es el entretenimiento, algo que no valoramos hasta que nos encierran en casa. Sálvame ha conectado con la gente que estaba confinada y que encontraba en nosotros cuatro horas diarias de amores, desamores, alegrías y decepciones, que son los elementos de los que está hecha la vida. Lo que más me divierte del programa es cuando elevamos a la categoría de drama auténticas naderías.

El caso Rocío Carrasco, al que han dedicado largas horas, no era ninguna nadería. ¿Por qué ha tenido tanta repercusión?

Porque ha removido los cimientos de una sociedad que siente miedo, pudor y vergüenza a enfrentarse a las situaciones que ella ha contado, y que se dan más a menudo de lo que pensamos. Y porque ha roto un tabú: decir públicamente, sin miedo a que la llamen «mala madre», que su hija la maltrató y que no puede mantener una relación con ella. Rocío ha hecho por la lucha contra la violencia de género más que muchas campañas de concienciación. Pero también me he llevado alguna sorpresa negativa.

¿Cómo cuál?

Como oír a mujeres afearle que haya confesado su sufrimiento en público. Aquello de: «Eso lo resuelves en casa, y si no puedes, pues te aguantas». Para mi asombro, recibo mensajes de madres de hijos maltratadores que dicen que Rocío debería haberse callado y seguir soportando lo que ellas soportan sin rechistar. Esto revela lo mucho que queda por avanzar.

¿Que Rocío Carrasco fiche ahora por Sálvame desacredita su testimonio?

¿Por qué? La cadena ha decidido contratarla porque es el personaje del momento y ella tiene ganas de trabajar. Rocío ya estaba en la tele antes de vivir lo que ha vivido. Hacer otras insinuaciones me parece muy peligroso. Porque entonces, ¿qué vida han de tener las víctimas? ¿Deben quedarse en casa y seguir ejerciendo de víctimas para siempre? Permitamos que Rocío recupere su vida.

Este año también se ha producido el fallecimiento de Mila Ximénez, colaboradora de su programa y amiga suya. ¿Qué ha supuesto para usted esta pérdida?

Ahora me doy cuenta de que, sin ser consciente, me he pasado el año cabreado con el mundo, incluso con ella, y era por haberse puesto enferma. Era mi compañera de vida, no me cabía en la cabeza que pudiera desaparecer. Había dejado los antidepresivos, volví a tomarlos y, cuando se acercaba su final, pedí a mi médico que me subiera la dosis porque quería estar fuerte. Así que, Mila, donde estés, que sepas que estoy tomando más pastillas por tu culpa (risas).

Recordarla le hace reír. ¿Es buena señal?

Me da tranquilidad haber podido despedirme de ella. Estuvimos recordando y hablamos de cuando me separé de mi novio y ella me decía: «¡Ay, Jorge, qué mal me viene esto para mi hígado!». Hemos vivido juntos tantas cosas buenas que no puedo recordarla con pena. No sé si mi actitud es infantil o fruto de la medicación, o que el cuerpo está aguantando mientras dure el programa y luego me vendrá el bajonazo. O puede que, como dice Séneca en mi obra de teatro, la muerte forma parte de la vida y he logrado aceptarlo.