E s una invitación sexual a todos los espectadores masculinos», «no está tan delgada como para ser anoréxica», «así era el cóctel de pastillas con el que se intentó suicidar» o «parece venir de una convención de zorras intergalácticas». Estas frases, impronunciables en plena época del #MeToo, llenaron durante décadas los quioscos de todo el mundo. Son titulares y extractos reales de tabloides del corazón, en artículos que despellejaban a celebridades como Britney Spears, Mary-Kate Olsen, Christina Aguilera o Lindsay Lohan, entre otras, muchas otras.

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Aunque el acoso mediático que ha recibido Meghan Markle (y que tanto ha dado que hablar) demuestra que esta tóxica dinámica de la prensa del corazón está lejos de desaparecer, hay un contramovimiento que quiere denunciarlo, exponerlo y concienciar al público para que deje de alimentar esta maquinaria.

BRITNEY SPEARS. ‘Framing...’ ha echado luz sobre su caso.

Lo demuestra el éxito de Framing Britney Spears, un documental que se adentra en cómo la prensa del corazón destruyó a la cantante y se alimentó de sus fragmentos para llenar titulares morbosos y perniciosos, o el documental que Paris Hilton publicó en YouTube contando su historia más allá de las polémicas, o las decenas de cartas abiertas de periodistas disculpándose a Megan Fox por ignorar su #MeToo.

MEGAN FOX. Periodistas se han discuplado por ignorar su #MeToo.

«Haciendo retrospectiva, la misoginia de los 90 y los 2000 que tan normalizada teníamos, hoy sería calificada de violencia explícita», recordaba The New York Times. Es fácil entender el porqué de esta frase: viene a la cabeza, por ejemplo, Britney Spears, menor de edad, teniendo que hablar de sus pechos en una entrevista con un adulto. O la comediante Tina Fey asegurando que Christina Aguilera, tras sacar Dirrrty, un vídeo explosivamente sexual, «le había provocado una venérea con solo mirarla». O cuando un grupo de fans acosó a una veinteañera Alanis Morissette para robarle la ropa interior de su maleta.

CHRISTINA AGUILERA. Otro de los filones de la década.

«Mucho dinero en juego»

«En aquella época ya sabíamos que estaba mal lo que hacíamos», cuenta Ben Widdicombe, periodista de cotilleos, en The Guardian. «Britney necesitaba estar sola, pero la vorágine del capitalismo no iba a permitirlo. Había demasiado dinero en juego. Estaba seriamente preocupado de que Lindsay Lohan, Paris Hilton o Britney Spears muriesen. Britney tenía problemas mentales; Lindsay, problemas de drogas, y Paris bebía y conducía. Y los medios de comunicación fingían cubrir estas cuestiones con pesar, pero en realidad esperaban sus muertes, porque sacarían mucho dinero de ellas», mantiene.

LINDSAY LOHAN. Una de las damnificadas de la década.

Otro ejemplo paradigmático es Sinéad O’Connor, hoy casi más conocida por sus polémicas que por su música. Su debacle mediática empezó en 1992 cuando, tras romper la foto del papa Juan Pablo II en el Saturday Night Live para denunciar la pederastia del Vaticano, el programa recibió 4.400 quejas telefónicas. Para muchos, se acababa de convertir en la enemiga pública número uno. Para la prensa sensacionalista, en una máquina de sacar titulares.

SINÉAD O’CONNOR. Señaló la pederastia en el Vaticano y se lio.

Caso O’Connor

Aprovechándose de que O’Connor era una persona «fácilmente desagradable» y «polémica», como la describieron en los 90, sacaban de contexto todo tipo de declaraciones. La constante abrasión mediática, sumada a muchos factores personales, empeoraron su salud mental… Y eso alimentó todavía más la maquinaria capitalista de los tabloides, porque, a mayor escándalo, mayor beneficio sacaban de sus desgracias. Al final, el resultado es la Sinéad que hoy conocemos: una mujer rota, con idas y venidas en instituciones de salud mental, titulares rocambolescos y declaraciones subidas de tono de las que se informa sin demasiado interés. Ahora, para la prensa, convertirse al islam y decir que las personas blancas son asquerosas (sucedió en 2018) es solo una excentricidad más de una loca que solo busca atención. Un juguete roto con el que el rodillo mediático se ha cansado de trastear.

Oportunidad para resarcirse

Con la llegada del #MeToo, muchas mujeres que habían sufrido estas violencias misóginas vieron su oportunidad para resarcirse. Pero otras sintieron que ni así serían «salvables». De esta forma lo contó Megan Fox: «Nunca pensé que fuera una víctima que pudiera despertar empatía. No sé si algún día seré considerada una mujer cuya historia merezca ser comprendida». El odio mediático de Fox fue por el tipo de papeles en el que sus agentes la encasillaron: descrita como «la perfecta chica de fraternidad», hacía de mujer hipersexualizada, de acompañante sexy y de simple objeto sexual. Cuando intentó hacer cine más serio, fue ridiculizada. «Queríamos que fuese solamente sexy para odiarla o desearla, ya está», recuerda la periodista Aisha Victoria Deeb.

De hecho, la debacle mediática de la actriz empezó cuando denunció que, con 15 años, Michael Bay la había obligado a bailar en bikini y tacones mientras le limpiaba el coche como casting de Transformers. ¿La reacción de la prensa sensacionalista? Llamarla desagradecida por «insultar» al director que la había catapultada a la fama. Era 2009, todavía faltaban años para el #MeToo, así que se quedó prácticamente sola en su denuncia. «No se le perdonó que fuese inteligente», concluye Deeb.

Paris Hilton, lo mismo. Como cuenta en su documental, uno de los episodios más traumáticos de su vida fue la sex tape: tenía 18 años, su novio la coaccionó para grabarla y luego se filtró el vídeo. Ante lo que sentía que podía destruirla, sacó pecho y lo usó para convertirse en el personaje mediático, polémico y desenfadado que tanto conocemos. Para la prensa, pasó a convertirse en «una zorra»; para ella, fue un mecanismo de defensa casi instintivo. «Si eso ocurriera hoy no se contaría la misma historia, pero me convirtieron en la mala, como si hubiera hecho algo malo. Fue como ser violada electrónicamente», aseguró. La nueva ola del feminismo coincide en el diagnóstico, y por eso, tanto ella como Fox, están recibiendo tantas disculpas públicas.

Este nuevo movimiento de revisión de la misoginia sistemática hacia las celebrities está, además, manchando a todo tipo de periodistas, incluso a los de mayor prestigio de EEUU. Un ejemplo es Oprah Winfrey, que, aunque ahora está en todos lados gracias a su entrevista a Markle y Harry, hace apenas unos meses estuvo al borde de ser «cancelada»: se hizo viral una entrevista de 2004 en la que, hablando con las gemelas Olsen, le preguntó a Mary-Kate sobre su peso, una pregunta para nada inocente teniendo en cuenta que su rostro estaba en todas las portadas por «demasiado delgada». Unos meses después de la entrevista, ingresó en una clínica para tratar su anorexia.

Producto perfecto

Por supuesto, la prensa no es la única culpable. La industria de las celebrities también promovía esta maquinaria feroz con la misma vehemencia: las productoras querían un producto perfecto que explotar en la prensa… u otro que vendiera cuando el anterior acabara roto. Por citar un ejemplo, a Morissette se la obligó a estar más delgada, a que fuera más dura, a que fuese más sexual, a que fuese cualquier cosa que sirviera para vender. Como recuerda, la presión por ser un producto apetecible fue una carga muy dura, y hasta llegó a afirmar: «Si no fuera por la terapia no seguiría aquí». En esto último coincide la gran mayoría de estas celebrities.