Ginebra, mayo de 2009 Boulevard Georges-Favon, número 2, última planta.

La cuenta del jefe de Estado, Juan Carlos I, a nombre de la Fundación Lucum, número 505523 lleva abierta en el banco Mirabaud de la ciudad helvética desde el 8 de agosto de 2008. El monarca retiraba, a partir de esa fecha, cantidades para sus gastos y actividades de manera regular, casi todos los meses. Y realizaba transferencias especiales, como ordenar un débito de 1.242.956 euros en mayo de 2009 para hacer un préstamo personal a su examante Corinna zu Sayn-Wittgenstein para comprar un apartamento en la estación de esquí suiza de Villars.

Estamos en mayo de 2009 y el fiscal del cantón de Ginebra, Sergio Mastroianni, coordina la comisión rogatoria de España en las oficinas de Rhône Gestion. Los policías españoles siguen sus instrucciones.

El gestor de fortunas Arturo Fasana debe entregar documentación sobre Francisco Correa, el cabecilla del caso Gürtel, a José Luis Olivera, jefe de la Unidad de Delincuencia Económica y Fiscal (UDEF) desde 2006, y al inspector de la UDEF con carné 81.067, Manuel Morocho Tapias (…)

En las últimas plantas del edificio de Rhône Gestion los policías constatan, mientras esperan los documentos sobre Correa, la existencia de determinadas carpetas, una de las cuales lleva la inscripción VIPS. Intentan averiguar qué contiene. Fasana explica que esa documentación está fuera del perímetro de la comisión rogatoria. Son importantes clientes españoles que ocultan su dinero a la Hacienda española en la cuenta Soleado, cotizado objeto de deseo de la Policía española.

Entre los papeles hay otra cuenta, la de la Fundación Zagatka, cuyo primer beneficiario es Álvaro de Orleans Borbón y, el tercero, Juan Carlos I: la cuenta 0251-798208-9 en el Credit Suisse, que abona gastos del rey. Las carpetas están al alcance de las manos de Olivera y Morocho, pero no pueden, legalmente, acceder a ellas. ¿Y si por azar hubiesen tenido acceso a esas cuentas en mayo de 2009? Habría estallado la bomba de relojería que el propio jefe del Estado había colocado en Suiza el 8 de agosto de 2008, al recibir los cien millones de dólares del Ministerio de Finanzas de Arabia Saudí, bajo la batuta de Ibrahim ben Abdulaziz Al Assaf, un dinero no declarado a la Hacienda española. Le habrían pillado, como suele decirse, con el carrito del helado. Aunque Juan Carlos I gozara de inviolabilidad, ello no hubiese podido impedir una abdicación forzada, una destitución de emergencia, más grave que la que se produjo en junio de 2014.

Madrid, octubre de 2018

El descubrimiento de la cuenta de Juan Carlos I en Suiza lo aproxima a los delincuentes de la corrupción. Francisco Correa y Pablo Crespo, líderes de la Gürtel, empezaron a pronunciar el nombre de Juan Carlos I a partir de julio de 2018, al filtrarse las revelaciones de Corinna. Ellos, como el rey, eran clientes de Rhône Gestion. Se sentían identificados con Juan Carlos I. Como si fueran compinches. Crespo, desde la prisión, señala respecto de las cuentas del Rey: «La única persona que podría aclarar esto es Arturo Fasana». (…) A Crespo lo seguiría Correa. El 12 de marzo de 2020, tres días antes de emitirse el comunicado de Felipe VI sobre las cuentas de las fundaciones Lucum y Zagatka, Correa respondió a preguntas de uno de los abogados de los acusados durante el juicio de la Audiencia Nacional en torno a la facturación inflada por sus empresas durante la visita del papa Benedicto XVI a Valencia en 2006.

Experto en blanqueo

Correa explicó que había llegado a Fasana a través de Ramón Blanco Balín, experto en blanqueo de capitales y asesor de Orange Market, una empresa de entre la veintena de consejos de administración a los que pertenecía. Declaró que se lo había presentado Alejandro Agag, yerno de José María Aznar. Fue, según explicó en el juicio, quien lo llevó a Ginebra y le presentó a su vez a Fasana y a Dante Canonica.

Ambos le pidieron, señaló, que no hiciese preguntas después de indicarle que las cuentas de su sociedad, Golden Chain Properties, S.A., abierta en el banco Credit Suisse, pasarían por la cuenta Soleado, incluida la del rey de España. Fasana fue detenido e imputado en el caso Gürtel pero finalmente la causa contra él fue archivada. Señala Correa: «Yo he tenido ganas de llorar al escuchar desde mi celda en Nochebuena que la justicia es igual para todos [discurso de Juan Carlos I del 24 de diciembre de 2011]. Ese señor que está en la misma cuenta, que tiene el doble de dinero que yo, está en libertad».

Pero lo que el cabecilla de la trama se calló en el juicio fue una historia que había revelado el periodista Manuel Cerdán en 2013. En el verano de 2008, cuando se realizó la transferencia de cien millones de dólares, Fasana se trasladó a Madrid para visitar a Juan Carlos I en la Zarzuela. Fasana se lo dijo a Correa, quien decidió enviarle su coche, un Audi A8, para recogerle a la puerta del palacio.

El desprecio de Juan Carlos I por el Estado de derecho, según sus trapicheos con Javier de la Rosa y Mario Conde, para poner solo dos ejemplos, ya había sido un hecho antes de ocultar los cien millones transferidos en 2008 a su cuenta de Suiza. Pero su impunidad no quedaría en evidencia —si se exceptúa su lobi en la operación Lukoil— hasta el procedimiento helvético.

En abril 2010, había entregado a Fasana en metálico el equivalente de 1,7 millones de euros para ingresar en su cuenta del banco Mirabaud. Juan Carlos I venía de reunirse con el rey de Baréin, Hamad bin Isa Al Khalifa, ya que ambos fueron invitados de honor de Mohamed bin Zayed, el príncipe heredero de Abu Dabi, en 2010, en el Gran Premio de Fórmula 1 Etihad Airways.

Otro tanto ocurrió durante la visita oficial de Juan Carlos I y la reina Sofía a Suiza en 2011, la primera en 32 años. El 9 de mayo de aquel año, antes de viajar, según consta en las anotaciones de Fasana, el jefe del Estado, como de costumbre, lo llamó. Tenía necesidad de retirar 250.000 euros en metálico de su cuenta bancaria. Fasana debía enviarle el dinero a la suite de su hotel en Berna. El 13 de mayo, tras recibir a los emigrantes españoles en Lausana, ya tenía en su posesión el dinero solicitado. La prensa helvética, a raíz del tiempo que había vivido Juan Carlos I durante su infancia en Lausana, lo definió como «el rey español que tiene tanto de suizo».

La segunda regularización fiscal, de cuatro millones de euros, en concepto de vuelos privados por valor de ocho millones (2016-2018) pagados por la Fundación Zagatka, provocó una reacción del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. «Siento el mismo rechazo que la mayoría de la ciudadanía frente a estas conductas incívicas. Si alguien ha cometido irregularidades lo que deberá hacer es repararlas». Tanto la vicepresidenta Carmen Calvo como el jefe del Gobierno siguieron el guion acordado con la fiscal general del Estado, Dolores Delgado, sobre la segunda regularización.

Cortafuegos

Calvo dijo que no era una «buena noticia», pero esta definición solo fue un escudo de autocomplacencia. «Es ejemplo de un país que funciona y exige cuentas a todo el mundo». Sánchez también señaló: «No hay que cuestionar la profesionalidad, la independencia de la Agencia Tributaria». Y, sobre todo, defendió a Felipe VI. «La Casa Real actual ha marcado un antes y un después a favor de la transparencia y del buen uso de los recursos públicos. Tengo que recordar que aquí no se están cuestionando las instituciones, sino el comportamiento de una persona».

Le faltó decir «el comportamiento privado». Porque fue precisamente eso lo que, en su carta antes de abandonar España, apuntó Juan Carlos I. «Con el mismo afán de servicio a España que inspiró mi reinado y ante la repercusión pública que están generando ciertos acontecimientos pasados de mi vida privada…» ¿Pero cómo separar sus vidas pública y privada siendo jefe de Estado? ¿Cómo encajar en el puzle su «relación de negocios» con Corinna zu Sayn-Wittgenstein, a la que antes de la cacería de elefantes de abril de 2012 —en octubre de 2011 y enero de 2012— «donó» 1.596.000 libras esterlinas para ayudarla a adquirir un apartamento en Eaton Square en Londres, cuyo precio era de más de cinco millones de libras?

La conducta del Gobierno de Pedro Sánchez, empero, se ha diferenciado de la que tuvo en su momento Felipe González, por ejemplo, ante la amistad «particular» de Juan Carlos I y el presidente de Banesto, Mario Conde. En junio de 1993, el rey presidió el acto del doctorado honoris causa del banquero en el paraninfo de la Universidad Complutense de Madrid, un evento en el que participaron banqueros y empresarios y que fue utilizado por Conde para sembrar la desconfianza en los partidos políticos y enfatizar el papel de la sociedad civil. Seis meses más tarde, Banesto era intervenido por el Banco de España. El 28 de diciembre de 1993, Conde intentó frenar la medida involucrando a Juan Carlos I, quien ese día no se puso al teléfono. Pero al día siguiente el rey, que salía de viaje a la estación de esquí de Baqueira Beret, habló con el banquero. Ya tenía Juan Carlos I la versión de los hechos que le había dado Felipe González e instó a Conde a seguir las indicaciones del Banco de España. González estaba preocupado por lo que no sabía más que por lo que sospechaba. Y era que el rey tenía cuentas bancarias en Banesto que Conde podía utilizar como medida de presión. Una de ellas era la cuenta de crédito número 148677-172, abierta el 26 de mayo de 1992, cuyo origen se remontaba a 1989. Esa cuenta tenía un saldo negativo, a 29 de diciembre de 1993, de 150 millones de pesetas. Y había una segunda no formalizada, la número 14893-172.

Inmunidad y abuso de poder

El jefe del Estado. Y el Estado. Terminamos nuestro periplo. Hemos expuesto los hechos. El rey de España, que diría Jorge Luis Borges, ha considerado por su cuenta y riesgo que el Estado es una «inconcebible abstracción», se ha comportado como un individuo, no como un ciudadano con la máxima representación del Estado. Ha convertido su inmunidad en abuso de poder e impunidad. Siempre se puede optar, como han hecho grandes personalidades españolas, por cerrar los ojos ante estos hechos.

En el capítulo XXII de la primera parte de la novela de Cervantes, don Quijote apunta al cruzarse con el comisario y al ver el encarcelamiento de Ginés de Pasamonte: «Allá se lo haya cada uno con su pecado; Dios hay en el cielo, que no se descuida de castigar al malo ni de premiar al bueno, y no es bien que los hombres honrados sean verdugos de los otros hombres, no yéndoles nada en ello. Pido esto con esta mansedumbre y sosiego, porque tenga, si lo cumplís, algo que agradeceros; y cuando de grado no lo hagáis, esta lanza y esta espada, con el valor de mi brazo, harán que lo hagáis por fuerza».

Podemos imaginarnos al glorioso hidalgo en la campiña suiza, cruzándose con Juan Carlos I, quien se traslada con un maletín repleto de billetes por valor de 1,7 millones de euros para entregárselo a Arturo Fasana. En abril de 2010, este último lo espera para almorzar en su mansión.