Cuando uno busca, pongamos por caso, las biografías de Aristóteles, Van Gogh o Churchill, encuentra que eran hijos de médico real, pastor calvinista y político carismático. Pero, ¿y las madres, que, en ausencia de esos hombres tan ocupados, eran las que nutrían, cimentaban emociones y validaban talentos? A estas alturas, cuando sabemos que la Historia —en mayúsculas— ha ninguneado la importancia de las mujeres como palanca de cambio, o las ha sacado del baúl para poner énfasis en la necesidad de la tutela masculina, sobra extenderse en la respuesta.
Se merecen una revisión. Porque, desde la domesticidad, tuvieron un efecto civilizatorio de primer orden. A veces, desafiando el juicio de los otros, como ocurrió con Thomas Alva Edison, el inventor de la bombilla eléctrica, a quien los maestros devolvieron a casa con una carta que decía: «Su hijo está mentalmente enfermo, es inviable e improductivo, y no podemos permitir que venga más a la escuela».
Edison encontró la carta tras la muerte de su madre, Nancy Matthews Elliot (1810-1828), que prefirió ocultarle el oprobio y no cejó en darle clases y leerle a Shakespeare y Dickens, algo rarísimo en la época. «Mi madre me hizo. Estaba segura de mí —reconoció el inventor, que hoy sabemos que era disléxico—; sentí que tenía alguien a quien no debía decepcionar».
También tuvo una fe ciega en su hijo María Picasso (1855-1938), cuyo apellido eligió Pablo Ruiz para firmar sus obras. «Si te haces soldado llegarás a general, si te haces cura llegarás a ser Papa», le blindó el ego, mientras guardaba todos los dibujos de niñez y juventud para alborozo de pinacotecas y estudiosos. La de Federico García Lorca, Vicenta (1870-1959), alfabetizó a cientos de campesinos y, todas las noches, sin falta, leía en voz alta todo tipo de libros. «Ella me ha formado a mí poéticamente —admitió el granadino—, y yo le debo todo lo que soy y lo que seré».
Chispazos políticos
De Putlibai Gandhi (1839-1891), una mujer que practicaba con alegría y humildad el ayuno de penitencia regulado por los ciclos de la luna, su hijo Mohandas, impactado por su serena «santidad», elevó esa renuncia a expresión de la protesta no violenta. O Alberta Williams (1904 1974), pacifista y miembro activo de la comunidad baptista, que trabajó a fondo el orgullo negro de Martin Luther King y del resto de sus hijos. «Recordad siempre que sois tan buenos como los demás», insistía, y les asentó la idea de que la escavitud tenía una raíz social, y no natural.
Y está Gladys Smith (1912-1958), que traspasó su gusto por el gospel y el blues a su hijo Elvis [Presley]; le regaló una guitarra de 12 dólares en vez de la bici que pedía y, como era un niño tímido y solitario, le masajeó la vanidad hasta límites estratosféricos. «Ella siempre fue mi mejor chica», dijo El Rey en su funeral —Gladys murió a los 46 años—, y su carrera dio un (mal) giro.
Capital también Amalia Nathansohn (1835-1930), una judía polaca narcisista y mordaz que sostuvo con su primogénito Sigmund [Freud] —al que llamaba «mein goldener Sigi» (mi Sigi de oro)— una relación de idolatría mutua —con fantasía erótica incluida—, que, tal y como consigna en el libro La interpretación de los sueños, le llevó a su célebre teoría del complejo de Edipo.
Si, como afirma Boris Cyrulnik, autor del término resiliencia, «los mil primeros días de nuestra existencia nos configuran», quizá sea hora de valorar el trabajo reproductivo y revisar las entradas de la enciclopedia. Aclaremos, pues, que Aristóteles era hijo de la médica Festis; Van Gogh, de la protoecologista Anna Carbentus, y Churchill, de la socialité con punch político y periodístico Jennie Jerome.
Su marido, Filipo, tomó una segunda esposa y a ella, que descendía de Aquiles, le sentó fatal. Volvió a su tierra natal con su hijo y su rencor. Su furia bárbara fue el modelo de negocio de Alejandro.
Madre atenta al confort y al «tránsito intestinal» de Wolfie, confió más en su talento musical que en su elección de novietas. Mientras le duró —que fue poco—, le transmitió una cierta ‘joie de vivre’.
Involucrada en la política corsa, se empeñó hasta el delirio en la higiene de sus hijos y en transmitirles una idea clarita del poder. «Cuando ella muera, solo me quedarán inferiores», dijo Napoleón.
Tras entrar en pánico cuando su hijo, de 11 años, se embarcó hacia la India —lo detuvieron en la primera escala—, Sophie Allotte le hizo prometer que la pluma sería su único sextante. Y lo cumplió.
De familia ashkenazi ilustrada, se desenvolvía bien entre intelectuales, bohemios y artistas. Representó lo creativo frente a la fuerza despótica del padre. Kafka pensaba en ella como su lectora.
«Recuerda siempre que eres tan bueno como los demás», fue la idea que clavó a martillo en Martin, a quien explicó que la causa de la esclavitud era social y no natural. Murió como él, asesinada.
Ella marcó el paso de su hijo único (¿demasiado?). Cuando en 1910 presionaron a FDR para hacer carrera en el senado, dijo: «Querría consultarlo con mi madre». Eso sí, se ganó a las feministas de la época.
Decidida a que sus hijos escalaran a la cima de la política —uno detrás de otro—, Rose E. Fitzgerald hizo ficheros con notas escolares, controló ‘looks’ y eligió las amistades apropiadas. Todo menos la ternura.
Hija de ventrílocuo y arpista judíos alemanes, acostumbrada a la bohemia, no solo animó a sus hijos dar el salto a Broadway, sino que fue su astuta mánager y la única capaz de pararles los pies.
Las lecturas en voz alta de autores como Víctor Hugo, su afán en alfabetizar a los campesinos y el aliento de la singularidad de Federico, marcaron su poesía y su compromiso.
Casada con un primo hermano, Adèle se culpó de la deformidad de Henri, al que protegía, jaleaba y llevaba a rehabilitación cuando se pasaba con el ajenjo, alcohol muy de Montmartre. Murió en sus brazos.
Contrarrestó la ausencia del padre durante los primeros tres años, con oleadas de amor e influyó en su vocación (era una ‘clubber’ de primera). Lennon le dedicó ‘Julia, Mother’ y ‘My Mummy’s Dead’.
Seguramente, fue la única mujer que le comprendió. Le escuchaba y le hacía bailar. Su muerte —él tenía 9 años— y el inicio de abusos por parte del pastor de su iglesia desencadenaron su tormenta interior.
Tenía 20 años cuando se casó con Jakob, de 40. Bella y estilosa, en un viaje en tren el niño la vio desnuda y, zas, del rechazo al padre-rival y el amor por la madre deseada, dio con el complejo de Edipo.
Representó para e su primogénito varón la plenitud vital, la ternura y la simpatía, pero también el autodominio ante las peores adversidades, rasgos que saltarían a sus comedias y tragedias.
Olympia de Epiro ALEJANDRO MAGNO
Anna Maria Pertl WOLFGANG A. MOZART
Letizia Ramolino NAPOLEÓN BONAPARTE
S. Allotte de la Fuye JULIO VERNE
Julie Löwy FRANZ KAFKA
Alberta Williams MARTIN LUTHER KING
Sara Ann Delano FRANKLIN D. ROOSEVELT
Rose E. Fitzgerald JOHN F. KENNEDY
Minnie Schonberg HERMANOS MARX
Vicenta LorcaFEDERICO G. LORCA
A. Tapié de Celeyran HENRI TOULOUSE-LAUTREC
Julia Stanley JOHN LENNON
Mildred Winslow JAMES DEAN
Amalia Nathansohn SIGMUND FREUD
Mary Arden WILLIAM SHAKESPEARE