Su destino se unió un día como el de los personajes a los que interpretan, pero a diferencia de Soledad Montalvo y Mauro Larrea, Leonor Watling (Madrid, 1975) y Rafael Novoa (Bogotá, Colombia, 1971) no vivieron una historia de amor a mediados del siglo XIX, sino que compartieron en el año 2019 un rodaje fascinante: el de La Templanza.

Ha sido un largo recorrido hasta llegar a este esperado estreno. ¿Satisfechos con el resultado?

Leonor Watling (L. W.): Sí. Es un trabajo increíble de todo el equipo: arte, vestuario... Y que un director de fotografía dirija diez capítulos con tantas localizaciones es una locura. Estoy muy agradecida de estar dentro de algo tan bonito.

Rafael Novoa (R. N.): Hay una producción, dirección, vestuario, actuaciones... Estamos ante un producto de calidad con todos los ingredientes necesarios para que funcione. Más allá de que pueda ser un éxito o no está la calidad de producto que se puede encontrar el espectador. Desde la historia al desarrollo de todo esto.

Por suerte no les pilló la pandemia durante el rodaje, porque fue largo y discurrió por muchos lugares. ¿Cómo lo afrontó, Leonor? ¿Aparcó su grupo de música?

L. W.: Cuando me llegó la propuesta, lo primero que pensé fue que no. Eran seis meses y yo estaba con la serie Nasdrovia (Movistar+), no había leído la novela de María Dueñas.... Pensé: ‘Esto es muy gordo’. Pero me leí los guiones, y me enamoró. Y le dije a mi marido (Jorge Drexler): “Hasta enero no nos vamos a ver mucho, ¿cómo lo ves?” (ríe). Es que tengo con la interpretación una relación de respeto, cariño y amor-odio...

¿De amor-odio, dice?

L. W.: Sí, porque es muy difícil ser actor. Admiro a los que lo son al 100%, porque yo no soy capaz de mantener eso en mi vida los 365 días del año. Pero lees el guion, quién va a hacer el vestuario, quién se encargará del arte... y piensas que te ha tocado la lotería. Y, sí, tuve que parar la contratación de Marlango.

¿Cuándo se dieron cuenta de que formaban parte de algo grande?

R. N.: Cuando me llegó el proyecto y leí la historia, pensé que era un regalo. En la vida del actor no todos los personajes van a ser lo que tú esperabas al 100%. Pero siempre hay algún proyecto que es una oportunidad para jugar y apasionarte aún más. Y este lo ha sido.

L. W.: Cuando estás metido en un proyecto, son tantas horas, tienes que estar tan involucrado, que nunca piensas si funcionará. Yo la sensación que tenía cuando rodábamos era la de estar en algo grande en el sentido humano, de energía, de estar contando algo muy bonito. Pero nunca pienso en lo que viene después. Si piensas que no lo va a ver nadie, es como ponerte a pensar si te vas a morir. Nosotros solo podemos comunicar al espectador lo que esa gente ha hecho. Y en un mundo donde hay tantas opciones, decirle: ‘Si te gusta María Dueñas y te gusta este tipo de historia, esta es preciosa’.

Es una supreproducción: 150 actores, un vestuario impresionante, 200 localizaciones... ¿Ayuda todo eso a construir el personaje?

L. W.: A mí me ayuda la ropa. En la novela me encanta que está superdetallado cómo viste Soledad. Pero en la obras de época, lo del vestuario es más peligroso. Porque si el vestido no es bueno y la peluca no está bien colocada, es imposible creértelo. Da igual que seas Robert de Niro: no hay manera. Pero si te ponen un pelo que parece que es el tuyo y diseñan un vestido con una tela antigua, te plantas ahí y con no tropezarte ya está la mitad hecho. Y no es fácil no tropezarse, ¿eh?

R. N.: El vestuario te lleva a una época, entre 1850-1870 , y uno la empieza vivir, a sentir. Leonor me mostró una foto de una bisabuela suya que iba con una vestimenta similar. Ese vestuario no es fácil: es exigente, es pesado, pero te transporta.

L. W.: Yo ya he hecho otras ficciones de época, pero con este vestuario llegábamos a los decorados y pensábamos: ‘Vamos a no hacer nada, que el personaje ya está’.

¿Tuvieron un trabajo previo para meterse en esa época?

R. N. : El mejor regalo que uno tiene es el libro. En mi caso me funcionó muchísimo, porque mi personaje está escrito de una manera muy precisa. Normalmente tienes que hacer un trabajo de estructuración, pero aquí ya venía delineado y solo tenías que empezar a pensar como él y entender por todos los estados por los que pasaba. Buscar un poco más de humanidad. Los príncipes azules no existen. Los personajes, cuanto más reales son, se vuelven más atractivos. Y no son tan obvios. Algo que me llamó la atención también fue que la historia no tiene un final obvio. Me encantó y me enganchó.

L. W.: Como siempre pasa en las novelas, lo bonito es que cada uno tiene a su Mauro y a su Sol. Hay tantas versiones como lectores y esta es una más. ¿Si hay un trabajo previo? Ensayamos poco. Pero sí que teníamos claro de dónde venía cada uno cuando nos encontramos.

R. N. : Cada uno trabajamos nuestra historia por separado. Y cuando Leonor y yo nos encontramos, ya nos vimos con nuestra vestimenta.

L. W.: Es que él rodó su historia, y yo, la mía. Y no tuve que imaginarla. Soledad ya había estado en Londres con su marido, feliz. Y uno ve que la realidad es compleja, porque el suyo no es un matrimonio de conveniencia. Se quieren, se respetan. Y contar eso es algo muy bonito.

¿Es enriquecedor trabajar con gente de diferentes procedencias?

R. N.: Supremamente enriquecedor. Desde la primera persona del elenco que tuve la oportunidad de conocer, que fue Leonor. Sentir su generosidad y su pasión por lo que hace y desarrolla es un abreboca de lo que me encontraría. Da gusto trabajar así. Y quiero seguir haciéndolo.

¿En España?

R. N: Bienvenido sería, claro.

L. W. : A mí me ha ayudado mucho que a los personajes ingleses los interpreten actores ingleses.

¡Cómo ha explotado sus orígenes ingleses y su dominio del idioma!

L. W.: Es que Soledad viene de Londres, adonde se fue con 19 años. Toda su vida adulta y todo lo que ha construido ha sido en Gran Bretaña. Y poder utilizar como actriz todo eso que no había podido usar hasta ahora ha sido muy bonito.

Usted tiene raíces gaditanas. ¿Qué ha supuesto trabajar en una serie que pone Jerez en el mundo?

L. W.: España tiene un jerez y no se ha contado bien. Porque en 1850 fue una locura. Ojalá sirva esta serie para que la gente diga: ‘¡Oye, vamos a Jerez de la Frontera!’.