¿Cómo fue su relación con Gayla, su perro guía fallecida el 13 de febrero tras casi trece años juntos?

Al principio como toda relación tuvo un tiempo de ajuste. Se tardan algunos meses en establecer el vínculo profundo entre la perrita y el ciego. Desde que me la entregaron yo estaba fascinado con ella: aún recordaré ese maravilloso 11 de marzo del 2009. Inicialmente ella no quería estar conmigo porque quería irse con su entrenador, que era a quien conocía así que me tiré casi dos horas cantándola -con razón quería irse-, acariciándola e intentando jugar con ella. Pero lo cierto es que no tenía ni idea de perros, era el primero.

A lo largo de los meses fuimos ganando confianza mutua a pesar de los golpes y caídas. En algunas ella me miraba como diciendo: “a ver tontaco si te acabo de decir que no sigas”, pero claro yo estaba acostumbrado a utilizar el bastón y a veces no reconocía sus instrucciones. Por otra parte, ella tuvo que adaptarse a la intensidad de la gran ciudad y los viajes ya que era muy sensible. Eso me llevó a entender mucho más mis emociones y sentimientos, a ser más auto consciente ya que cuando yo estaba frustrado, enfadado o triste ella se bloqueaba pensando que tenía que ver con algo que había hecho. Adopté la costumbre de en esos casos, agacharme junto a ella y decirle: “oye, que está todo bien, no tiene nada que ver contigo”. Entonces ella seguía como si no hubiera ocurrrido nada. Como se pueden imaginar en esos momentos mi estado emocional ya había cambiado.

Otra de las grandes virtudes que siempre destaqué de Gayla fue su capacidad de percibir a las personas y los lugares. Había gente que no quería ver ni en pintura y casas que se negaba a entrar, lo cual era muy útil porque se acaba confirmando que ella tenía razón. Más de una persona ha salido de mi vida debido a esto. A nivel de trabajo era una perra muy entregada; daba igual cómo se encontrase que siempre daba su 100% a menos que lloviera o el suelo estuviera mojado, en cuyo caso, más vale que uno se armase de paciencia porque era ella la que estaba irritada y el trabajo se volvía tedioso.

Creo que ella le salvó la vida al menos en dos ocasiones.

Me salvó de ser atropellado en San Francisco y Wisconsin. Cuando uno llega a confiar tanto en un ser vivo que no hay órdenes sino sensaciones compartidas, entonces se ha logrado algo sublime, difícil de describir. Un simple gesto de mis dedos en el arnés y ella giraba inmediatamente o se detenía; una mirada suya de reojo ya me indicaba que teníamos que tener cuidado con el obstáculo frente a nosotros. En ese instante, ya no es un trabajo entre un perro guía y su dueño sino un lenguaje basado en la confianza, la sensibilidad y la unión. Un lenguaje que quizás solo se comparta con aquellos compañeros de vida por los que estaríamos dispuestos a darlo todo.

¿Qué raza era?

Gayla era labrador americano.

¿Cuándo la recibes y qué edad tenían ambos?

La recibí en 2009; ella tenía 16 meses y yo 21 años.

¿Era un animal especial?

Todos los perros son especiales para sus dueños, pero ella tenía algo: consiguió que todos aquellos que no les gustaban los perros se acabaran enamorando de ella, empezando por mi familia que al principio no querían tener perro y en sucesivas visitas y llamadas por quien se preguntaba primero era por Gayla. Pero también la familia que la cuidó el primer año, que habían tenido 33 futuros perros guía a lo largo de 25 años, me dijeron que fue uno de los que más les costó separarse. La señora que la cuidó que ya tendría 70 años cuando me la entregó, se hizo cinco horas de coche solo para poder despedirse y en ese entonces no lo entendí.

Muchas veces fue un elemento fundamental en mi trabajo como coach porque aquellos que pasaban un rato con ella acababan calmándose. Pero destacaría el tiempo que pasó con una buena amiga en EEUU, que recientemente me dijo lo que significó para ella esos meses y cito textualmente: “Gayla me cambió la vida”. Bueno, alguien que nace llamándose Gayla Iris Simpson, apunta maneras. Simpson es el apellido de la familia que la cuidó.

¿La mantuviste junto a ti hasta el final?

Así es. Tenía claro que no quería separarme de ella. Por eso mismo cuando hubo que tomar la decisión quise estar con ella hasta su último suspiro.

¿Falleció en Gran Canaria?

Sí. Acabábamos de regresar para establecernos de nuevo en la isla y a lo largo de esas semanas se deterioró de manera muy rápida.

Relatabas el otro día que su respiración era casi el latir de tu corazón: -¿Cómo se siente uno la escuchar, por tanto, que su corazón se para?

El sentimiento de pérdida es indescriptible. Ha sido una constante durante 12 años. Hubo noches que me desperté porque no la oía respirar y me asustaba enormemente pero cuando ves que es real, que no se puede cambiar nada que ya no tiene solución de ningún tipo, entonces es como si la vida perdiera algo de sentido. Es un silencio atronador que tengo la sensación que nunca podrá volver a llenarse de sonido. Es curioso como para algunos el silencio es relajante, parece una señal de reverencia en algunos momentos, para mí es el sonido de la tristeza y la soledad.

¿Cuántas cosas viviste con ella?

Medallas, récordds del mundo y de Europa, cruzar la meta del Ironman de Lanzarote, amores y desamores, alegrías y tristezas, la llegada de nuevos perros a nuestra vida, y sobre todo destacaría los 4 años en EEUU donde tuvimos aventuras sin fin y en algunos momentos pasamos verdadero miedo mientras que en otros fueron de alegrías y logros indescriptibles. Tengo que decir que más de una vez yo creo que estuvo apunto de hablar escuchándome a mí intentando aprender inglés al principio ya que todas sus órdenes eran en inglés debía de pensar, madre mía vaya dueño más zopenco tengo...

Si le digo una cosa: yo creo que Gayla flipaba contigo cando dabas conferencias. ¿Te transmitía cariño?

La verdad es que en las primeras conferencias me transmitía seguridad y calma. Me daba mucho juego en algunos momentos cuando se aburría de escucharme.

Desde hace tiempo usted ya contaba con otro perro guía ¡y felices los tres! ¿No?

Yo estaba muy feliz con ellos, Gayla no lo era tanto con Harry. No le hacía mucha gracia ese joven desgarbado que había aparecido en casa. A la única perra que ella tuvo un verdadero amor fue Adele, quien fue mi segunda perra guía y que ahora vive en Las Palmas con mi amigo Roge, ya que no era apta con la alergia tan grande que tenía al polvo.

¿Qué te enseñó Gayla?

Paciencia, expresar amor de forma completa y sin esperar nada a cambio; a regular mis emociones y a aceptar las cosas tal como vienen. Pero sobre todo entendí que cuando uno crea esa relación de la que hablaba antes, podemos llegar a hacer grandes cosas.

¿Qué le dirías a quienes van a optar por un perro guía?

¡Que lo hagan ya! Pero hay que estar preparado, no es un bastón sino un ser vivo con sus necesidades e intereses. Lo primordial es que aprendan a conocerlo, entenderlo y confiar; si lo hacen así tendrán el mejor compañero de vida que puedan imaginar.

¿Algo más que añadir?

Sí; la lección más importante que aprendí con ella es que los grandes valores tales como el amor, la confianza, la valentía, la entrega, son cosas que son ajenas a los grandes discursos. Estos valores sólo se pueden encontrar realmente en los pequeños actos de cada día, y como ella y otros animales han demostrado ni siquiera se necesitan palabras.