El cerebro tiene sus propias herramientas para el dibujo. El ojo humano puede alejarse y acercarse a una imagen, deformarla y buscar en ella nuevas interpretaciones. Buen ejemplo de ello es el test de Rorschach, la técnica del psicoanálisis donde las manchas y su interpretación sirven para evaluar la personalidad. Los dibujos de Marco Alom (Tenerife, 1986) se prestan a ese juego. Si un día fueron de lo figurativo a lo abstracto, ahora han decidido recorrer esa senda a la inversa. La abstracción y la memoria juegan un papel decisivo en su nuevo proyecto: Murria. Esta muestra, que presenta una selección de 25 dibujos realizados a lo largo del pasado 2020, puede verse en la Sala de Arte Contemporáneo (SAC) de Santa Cruz de Tenerife hasta el 26 de marzo.

Afincado en El Hierro, este joven creador no puede separar su producción del territorio que le rodea. “Muchas de las piezas son lugares que tienen una importancia. Marcan mi paisaje, son hitos de mi paisaje interior, dibujos que hago desde el recuerdo”.

Pero para recorrer la asombrosa exposición que Alom cuelga en los bajos de la popular Casa de la Cultura es necesario poner el foco de atención en su título. “Murria es un término castellano que significa tristeza, melancolía. Es una palabra que en Canarias usábamos bastante. De ahí sale murriento y murriao, todas esas expresiones”, detalla. Una crónica escrita por Juan Antonio de Ursuáustegui, ilustrado amigo de Viera y Clavijo que en 1779 viajó a la isla del meridiano, colocó al artista en este camino creativo. “Mi trabajo siempre ha girado en torno al territorio, a la identidad y a cómo afecta al individuo y lo moldea”, explica.

Una crónica del siglo XVIII

Es en esa crónica donde Alom descubre la murria. Su autor asegura que en diversos lugares de la Isla hay gente que —afectados por el clima, la geografía o el aislamiento— empiezan a aislarse en sí mismos hasta que dejan de hablar con los demás. “El cronista le da una connotación en la que parece casi como si la murria fuera un ser viviente que acecha. Casualmente, hablaba de los mismos territorios o espacios que yo estaba tratando: sitios como los malpaises y la zona del norte, lugares muy afectados por la niebla y los mares de nubes”.

Ese concepto en torno al aislamiento le sirvió a este joven artista para empezar a trabajar, para reflexionar en torno a la idea del viaje interior. “Busqué, probé y me decidí a hablar del paisaje a través del dibujo”, asegura. Alom transita por los paisajes herreños para “dibujarlo con los pies” y de ese ejercicio nacen las piezas que el espectador puede disfrutar ahora en la SAC. El horario actual del espacio, situado en la calle Comodoro Rolín, se extiende de lunes a viernes de 11:00 a 14:00 horas y por las tardes de lunes a jueves de 17:00 a 20:00 horas. Los fines de semana y los días festivos permanece cerrada al público.

Con solo un bolígrafo pilot, el autor hace impresionantes ejercicios de memoria donde el paisaje, al final, se convierte en el elemento secundario. “Dibujo el recuerdo, la idea que tengo de ese paisaje”. El malpaís de la Restinga, las zonas costeras que marcan el punto más al sur de Europa, se presentan al visitante como elementos duales: lo que parece y lo que aparece conforme el ojo se va a acercando a ellos. “El territorio te habla y tú siempre tienes una cosa nueva que descubrir”.

Ahí es cuando entra en juego un verbo en concreto: fijarse. “Cuando te fijas en algo es como si te quedaras agarrado. Cuando observas algo durante mucho tiempo se deforma, buscas lecturas y surgen cosas nuevas”, apostilla. Por eso la distancia es esencial para entender las creaciones que forman parte de Murria. “No solo soy yo el que dibujo. Cuando alguien los observa también empieza a dibujarlos con su propio cerebro. Es un fractal, de uno siempre surgen otros nuevos”, detalla.

De esta forma, el joven creador presenta elementos sacados de su contexto, como un fragmento de un muro o varios trozos de la antigua piedra de un molino. Se convierten en nuevas abstracciones que traen consigo lecturas e ideas también novedosas.

Murria se nutre además de lo que Alom denomina “piezas bisagras”. Sirven para conectar sus nuevas investigaciones con la obra que había desarrollado hasta el momento. Destaca, por ejemplo, Visión I, 2020. “Vemos carneros pero a medida que nos vamos fijando, estos empiezan a deformarse y terminan convirtiéndose en una especie de malpaís”, precisa.

La segunda sala de la muestra acerca al visitante a la parte más humana de la nueva producción de Alom. “Habla más del contexto humano, del paso del tiempo, el resto, la ruina, lo que va a quedar”, especifica.  Prueba de ese cambio de tercio son los concheros aborígenes, un elemento curiosamente poco abordado en el arte canario que el artista plasma como testigo de la fugacidad del paso del ser humano por el mundo. “Pasa el tiempo y no único que queda es la lapa. De lo otro no hay nada. Siempre está presente la poética del paso del tiempo: no como algo bueno o malo, sino como un fenómeno inevitable”.

En las piezas de Murria hasta lo que parece simplemente una pared encalada puede despertar nuevas interpretaciones. Surgen rostros del blanco pétreo, perfiles que suben hacia el cielo de las ánimas. Los huesos pueden tornarse piedra y las aves se derriten como la cera. “Me agrada ver las distintas reacciones ante las obras. Algunos me dicen que sienten paz y otros todo lo contrario. Yo lo veo como algo bueno porque encaja con mi idea original: yo dibujo con el bolígrafo pero cada cerebro es como una pluma mental. Cada concepción de la pieza es nueva”.