“Si yo me hubiera podido vestir de mujer desde pequeñita, me hubiera vuelto loca”. Marcela Rodríguez Acosta, nacida en Tazacorte y transexual porque le dio la gana (ella utiliza otra expresión), recuerda que esperaba la llegada del Carnaval para poder vestirse de mujer, una razón de ser y una lucha que le trajo más de un quebradero de cabeza, alguna pelea y decenas de noches en comisaría en la época franquista, régimen que aplicaba la ley de vagos y maleantes a los homosexuales.
Con seis años de edad, su familia se trasladó desde La Palma hasta Tenerife “por vergüenza”. Con la alegría y gracejo que la caracterizan dice que ella es “palmera de toda la vida, catai, catai”, recordando la copla. Una hermana de Marcela se había quedado embarazada de un hombre casado y sus padres, junto a sus seis hijos —de ellos tres transexuales—, decidieron emprender una nueva vida en Santa Cruz.
Marcela y uno de sus hermanos pasaron tres meses en el preventorio de La Esperanza mientras sus padres y otros dos hermanos trabajaban en una pensión de Santa de Lima hasta que su padre, que se había reconvertido de limpiabotas en La Palma para trabajar en las obras, alquiló un pisito, primero en El Cardonal y luego en la calle Santa Rosa de Lima, para luego mudarse a la calle San Miguel, hasta que le tocó la casa en la que ahora viven, hace 44 años. Su progenitor trabajaba de portero en un edificio de Alfonso Soriano, coronel médico, mientras que la madre desarrollaba su labor en la casa de del mismo Soriano, “su suegra era la marquesa de Celada, de La Laguna”, precisa. Cosas de la vida, el hijo, también médico, operaría a Marcela cuando recibió un cuchillazo en la mano de un individuo que fue a agredirla.
Se define carnavalera de toda la vida. Su primer recuerdo de Carnaval la transporta a La Palma, cuando tenía seis años. “Pepe Viña era el dueño del cine de Tazacorte. Allí hacían también obras de teatro de niños y representaciones; era el rico del pueblo y confeccionaban vestuarios. No sé si recuerdas la película de Marisol en la que sale con un traje turquesa bailando con Antonio Gades... Había un traje como ese, con volantes... ¡Ay, yo me lo puse y me fui por Tazacorte por la avenida! ¡Ay la cuerada que me dio mi hermana, que es la mayor de todas, cuando me cogió! ¡Ay cuando me cogió! Recuerdo la cuerada de mi hermana que me dio con una alpargata y me dejó el culo rojo... pero ¡el gusto de poner aquel traje! Yo era la niña bonita de Pepe Viña y la mujer, porque me veían esa cosita afeminada y allí en la casa tenían una habitación y cuando vi los trajes... ¡ay Dios mío de mi vida!”. “También tenía una colección de patrones de los modistos del siglo XIX y yo, una niña, me ponía los modelajes de papel, porque no había visto los trajes. Cuando ya los descubrí...”.
El próximo 21 de febrero Marcela cumple 66 años. “Nací en el mes de los carnavales”, presume. “Yo esperaba como agua de mayo el Carnaval para vestirme de mujer, no hay vuelta de hoja”.
Ya con doce años, viviendo en la calle Santa Rosa de Lima, recuerda que se hacía faldas aprovechando que conocía a unos descendientes de los reyes de Portugal. “No me olvido de su nombre: Adria Beatriz Gómez Zamorano de Albuquerque, su padre tenía la cerrajería en Taco. Yo compraba los dedales de lentejuelas en las Tres Muñecas, en la calle del Castillo, que era donde único había, y estábamos semanas y meses bordando”.
“Yo poco fui a la escuela. Con 12 años, como no me gustaba estudiar, me puse a lavar coches, porque el dinero hacía falta en casa; el primer sitio fue en el taller de coches y recauchutado de gomas que estaba en la calle Salamanca... Yo fui la niña de ese taller con don Antonio Méndez y su hijo Sergio Méndez”. “Siempre tenía la suerte de caer graciosa y en gracia, que me sacaban en coche por la tarde. Don Antonio siempre le daba una vuelta en coche a su esposa y me llevaban con ellos... Lo más lejos que íbamos era hasta el muelle del Dique del Este, toda la avenida de Anaga, Valleseco...”.
La tele que le regaló Franco
“Vi cuando pusieron la estatua del dictador”, dice en referencia al montaje de la escultura El ángel caído del cielo, de Juan de Ávalos. “Son tres o cuatro piezas: tiene la base, el cuerpo, las alas y el tío encima; estuvieron tres o cuatro días para ponerla en los años setenta”. Interrumpe la conversación para invitarnos a su habitación y mostrar un televisor que cubre gran parte de la pared. “Eso me lo regaló él”, dice en referencia a Franco, para explicar que lo compró con la indemnización que recibió a finales del año pasado, unos 6.000 euros, por “los abusos” que sufrieron los transexuales en la época franquista.
Cuando se le pregunta si nació niño, Marcela Rodríguez responde: “Eso porque lo dices tú”. Cuando se le intenta replantear la cuestión, sentencia: “La pregunta es necia”, para lanzar un guiño a su interlocutor: “Si no hago la guasa no soy yo”.
“En plena dictadura no te podías vestir de mujer. Date cuenta que llevábamos una blusa o un pantalón fuera de lo normal en color y nos detenían. Mi hermana La Gitana fue detenida por llevar un pantalón verde y una camisita entre chico y chica, en los años setenta, y estuvo quince días y tuvo que pagar una multa para salir de la cárcel. Incluso le aplicaron la ley de vagos y maleantes, que se conocía también como peligrosidad social, porque decían que todo homosexual era un peligro para la sociedad”.
“El modisto Julián Escribano Ortiz, que era de Madrid e hizo una reina del Carnaval que salió con un traje de época, me cosió mucha ropa a mí”. El Carnaval empezaba un sábado y ya desde el lunes tenía las uñas pintadas, y su madre no la dejaba salir de casa. “Y de rojo, lo más escandaloso, entonces no tenías donde elegir”. “Luego ya me iba a El Kilo o Galerías Batista y me hacía mis trajes y mis tocaditos”.
“En aquella época no eran disfraces en sí; eso surge de treinta y pico años para acá. Entonces nos vestíamos de mujer porque era lo que nos gustaba, y a los gays también, pero las transexuales nos volvíamos locas. No existían los chinos, entonces disfraz, disfraz... Además, no teníamos la cultura carnavalera que tenemos ahora. Yo me ponía con unas boas en la puerta de la plaza del Príncipe e iba hasta la Ni Fú-Ni Fá pero como una loca, y estaba como en Hollywood, porque luego llegaba la noche... Me llegué a vestir con la ropa de mi hermana, una falda y un sombrerito que vendían en los carritos ambulantes, hace ya más de 53 años. Mis primeros disfraces de Carnaval fueron la ropa de mi hermana la mayor y le ponía algún accesorio”.
De la ropa de la hermana al primer disfraz
Uno de los primeros disfraces que se hizo Marcela Rodríguez fue una fantasía de egipcia, que todavía conserva. Coincidiendo con la celebración del Carnaval 1989 bajo el motivo de Egipto fue la primera vez que la organización le permitió inscribirse con nombre de mujer; los años anteriores, apuntaban el nombre de Marcelo y desfilaba en la modalidad de individual femenina.
Antes, en el Carnaval prohibido, “éramos nosotras quienes vigilábamos a la policía, para ver por dónde venían y si podíamos salir a dar una vuelta por la plaza del Príncipe o la calle de La Rosa, el Parque Recreativo... El Carnaval de antes lo vivíamos huyendo; era como la presa que espera al cazador a pegarle tres tiros”.
“¿Que si corrí delante de la policía? Claro que corrí!”, se responde Marcela. “Antes de que me llevaran yo corría, gordita y todo”, apostilla. “Antes era el Carnaval clandestino, y luego con la democracia empezó el cambio, cuando se fueron en 1976 las Fiestas de Invierno”.
Recuerda que, después de trabajar en el taller y recauchutados de la calle Salamanca, se fue a trabajar a las grúa Autobianchi, en la calle San Miguel. “Por aquella época cobraba yo veinte duros a la semana”. “Trabajaba limpiando coches y había un aparcamiento de noche y salía a recoger muchos coches con ellos; me lo pasé increíble, para qué te voy a mentir”, comenta de forma pícara.
Luego conoció el mundo de la noche, “a maricones y transexuales y dije: aquí no voy para atrás ni para coger impulso”. “No era un mundo de espectáculo, sino que conocí travestis; en esa época no éramos transexuales. Éramos travestis, maricones, bujes, vacioletas... porque era como nos llamaban”. “La mujer de una transexual está en su cabeza, no tiene por qué estar operada”, sentencia Marcela, como “una mujer que hace hombre; no hace falta que le pongan un pene”. “Hace veinte años si no estabas operada no te consideraban así, ni en el carné de identidad”.
Marcela admite que fue la mujer más feliz del mundo cuando aprobaron la ley que permitía poner, en su caso, el nombre femenino y salió con su DNI con su nueva inscripción. “Lo fui a recoger con mi marido y llevaba el carné en la mano; lo estuve enseñando dos meses. Fue el regalo más bonito que he recibido... Eso sería a comienzo del siglo XXI”, afirma después de pedir a Momi, su marido, que le precise el año. “¿Tú sabes lo que es ir al médico y pedirle que por favor no me llamara Marcelo, sino que preguntara por Marcela?”, recuerda.
“Siempre he llamado la atención por lo grande y alta que soy, pero cuando me llamaban y me levantaba yo... ¡Es que somos unas alcahuetas de primera! Y yo me sentía humillada, como rara. Eso lo veo hoy; en aquel momento se me hundía el cielo y la tierra porque yo sabía que de maricón no pasaba, pero era maricón mujer. Pero no te lo podría describir como lo digo ahora, Marcelo era una mujer, hasta que vino un gobierno y me puso un rabito en la o. Entonces sí fui yo. Estaba desubicada hasta entonces. Se me sube la tensión nada más recordar cuánto luché por mi nombre”.
Recuerda su paso por los programas de televisión con Pepe Navarro y Ana Rosa Quintana... “pero en el hotel me tenían que registrar como hombre”, se lamenta, “A amigas mías las ponían en el hospital con otro hombre... ¡Yo no quiero estar ingresada con un hombre en una habitación!, porque no soy un hombre. Eso ha cambiado. Ahora estoy en una habitación con una mujer, y para eso yo luché mucho”.
La primera vez que se vistió de mujer fue a la boda clandestina de su amiga La Vargas; “fue la primera vez que me puse una falda y un moño precioso que me hizo mi amiga Cheroky; yo iba que flotaba. De eso hace más de cuarenta años, porque el 5 de febrero de 1982 comencé con Momi; el próximo año cumplimos cuarenta. Yo doy mi vida por él”.
Mucho fue perseguida Marcela por defender su condición sexual. “Hasta venían los grises a buscarme y casi se disculpaban diciendo que venían porque les mandaban de la brigada y me pedían que subiera al coche para no tener problemas”. “Hasta fui acusada por injurias al jefe del Estado, que estuve 79 días en la cárcel... y eso que me pedían doce años y un día y un millón de pesetas de fianza, pero como no fui a la escuela me agarré a eso y dije que había firmado la conformidad, pero no lo había leído... yo lo que dije es que todo había sido porque me negué a relaciones sexuales, y por eso la causa fue sobreseída”.