Durante buena parte del año 2019 y comienzos de 2020 el escritor Juan José Millás y el paleontólogo Juan Luis Arsuaga se fueron citando en Madrid, Guadarrama, Ávila o Arenas de Cabrales para hablar sobre el origen del ser humano, nuestra evolución como especie y lo que nos ha ha llevado hasta aquí. De aquellos diálogos, en los que el periodista valenciano adopta el papel del discípulo díscolo y el codirector de Atapuerca el del maestro imperturbable, nació La vida contada por un sapiens a un neandertal (Alfaguara), un cuaderno de viajes muy divulgativo, generoso en diálogos, que se puede leer como novela. Reunidos en un encuentro telemático, el neandertal y el sapiens echan la vista atrás para explicar cómo se gestó esta alianza de ciencias y letras en la que sorprende, dadas las circunstancias actuales, ver la libertad con la que dos seres humanos viajan por España, comen en restaurantes, se abrazan o salen al encuentro de multitudes.

Juan José Millás: Confío en que esto sea pasajero, un año de nuestras vidas, y que pronto recuperemos lo que era normal. Pero es verdad que, viendo una película, cuando los personajes se besan piensas “¡pero por qué lo hacen!”. Me sucede también en otras circunstancias, como viendo una película reciente en la que no entiendes que un personaje, en una posición apurada, no utilice el móvil, ya que entonces todavía no los había. Como todo va tan deprisa, tan acelerado, hay cosas que, siendo muy puntuales, nos producen esa extrañeza, pero esperemos que esto sea un año y recuperemos la alegría de la vida

Juan Luis Arsuaga: A mí me pasa lo mismo, pero el ser humano tiene una capacidad de adaptación asombrosa. El fútbol, como espectáculo de masas, sigue siéndolo, pero de masas sentadas en el sofá de su casa. Se ha descubierto que el público en los estadios es irrelevante, su función es dar ambiente e influir en el árbitro, poco más. Es un fenómeno interesante este paréntesis, pero solo es eso.

¿No hay, pues, que temer un cambio trascendental para la especie después del covid?

J. L. A.: Pero como que ahora es de día, no tengo la más mínima duda. Eso no quiere decir que haya desaparecido por completo; se unirá a nuestras preocupaciones cotidianas, que son continuas. Desde el momento en que uno se sube a un coche, por ejemplo, asume un riesgo. Y lo tenemos aceptado. Vas por la carretera y ves un accidente y una ambulancia recogiendo un cadáver y seguimos. Uno va asimilando esos riesgos y los incorpora a sus rutinas. A lo mejor hay que vacunarse todos los años, no lo sé. Cuando dicen que esto ha llegado para quedarse, una frase que se repite mucho, no pensamos que eso sucede con todo. Hoy se me han fundido unas bombillas de filamento y voy a ir a comprar unas de led, porque la luz led también ha llegado para quedarse.

J. J. M.: Yo de esto no entiendo nada, pero escucho que la previsión es que se convierta en una especie de gripe, y la gripe se lleva a seis mil persona al año en España, cosa que tenemos asumida como aceptable. Con este virus puede que pase lo mismo, que mueran o muramos siete mil al año y se acepte. Y volvamos a la rutina. Pero será una rutina distinta, porque el covid ha acelerado muchas cosas, ha sido como uno de esos aceleradores de...

J. L. A.: Un catalizador.

J. J. M.: Eso, un catalizador, que ha acelerado un cambio en marcha, el de este recorrido del mundo analógico al digital. Ha dado un empujón brutal en esa dirección.

Aunque despertó también ese interés por recuperar hábitos perdidos: hacer pan, el regreso a los pueblos…

J. J. M.: Creo que es algo efímero a lo que se ha dado más publicidad de la que merecía. No creo que la gente haya vuelto al campo. Se va uno y parece que se han ido medio millón. Los pasos atrás, si los hubiera, serán escasísimos.

En el otro sentido, el de la digitalización. En el libro se habla mucho de saltos evolutivos y su vinculación con ciertas tecnologías. ¿Es posible predecir algún cambio, como especie, provocado por la revolución digital?

J. L. A.: El auténtico cambio llegaría con la manipulación genética. Todo el mundo nace sin saber utilizar un móvil, y el cambio no va del exterior a los genes. Por mucho que manejemos móviles, seguiremos naciendo sin saber utilizarlos, así que la tecnología cambia nuestra vida, pero por el aprendizaje. Otro cosa sería que decidamos modificar nuestro genoma. Eso sí que sería un cambio biológico. Y ahora tenemos la herramienta. La edición genética la explicamos en la Universidad, pero no se ha aplicado nunca al ser humano. Mientras no lo hagamos, seguiremos naciendo como nacemos, por mucho que seamos nativos digitales.

J. J. M.: Pero aunque móvil y ordenador no forman parte de nuestro organismo, sí son extensiones suyas. Cuando muere alguien, la verdadera autopsia habría que hacérsela a su ordenador o a su móvil, no a su cuerpo. Ahí estará toda la información. Suelo decir, de broma, que no entro en páginas porno y entro mucho a la página del New York Times de manera que cuando me muera y mis hijos le hagan la autopsia a mi ordenador dirán: “Mira papá, qué hombre tan curioso, no sabía inglés y leía el New York Times”. Por otra parte, he discutido a veces con Arsuaga sobre las razones éticas y el cuidado que hay que llevar con la edición genética. Yo estoy de acuerdo, pero él es más optimista respecto a que se haga, y yo pienso que todo lo que se puede hacer, se hace.

En el libro se habla de su experiencia con el genetista Ginés Morata, especializado en la mosca del vinagre.

J. J. M.: Yo hice un reportaje en su laboratorio, y él hacía moscas a la carta. Tú le decías: “Hazme una mosca con un ojo en el abdomen”, y te la hacía, ese tipo de diabluras. Y él me dijo un día: “Me gustaría poder despertarme dentro de trescientos años solo unos minutos para ver cómo es formalmente el ser humano, porque estoy seguro de que no tendrá nada que ver con lo que es ahora”. Él pensaba que habríamos hecho uso de estas habilidades y del mismo modo que ahora vas a que te pongan un piercing en la nariz, irás a que te pongan un tercer ojo en la frente.

J. L. A.: Pero en el libro se habla de selección natural y sexual, y en ese sentido la gente no quiere tener un ojo en la frente, quieren tener abdominales.

J. J. M.: Dales tiempo.

J. L. A.: No, la gente quiere la tableta de toda la vida. En el fondo, porque somos fruto de la selección sexual, lo que queremos es ser guapos. Habrá alguno que quiera tener un ojo en la frente, pero si les das a elegir entre el ojo y los abdominales, preferirán los abdominales, porque todos tenemos un patrón de belleza biológico, y no creo sinceramente que nadie quiera ser otra cosa que no se aparte del ideal de belleza humano. Es lo mismo que el ciervo, que no quiere ser otra cosa que el papá de Bambi, porque todos los animales tienen su patrón de belleza. A mí, cuando me dicen cómo seremos en el siglo XXII, yo siempre digo que, si pudiera elegir, querría ser como Brad Pitt, que a sus años está estupendo, Y no conozco a nadie que entre Brad Pitt o tener, no sé, los dedos pegados, no escoja ser Brad Pitt. Y en el otro género pasa lo mismo. Pero lo interesante, como contamos en el libro, es cómo el mecanismo evolutivo de la selección sexual nos ha hecho como somos. Es decir, una parte bonita de la respuesta a la pregunta de por qué somos así es que nos gustamos así. Y si hubiera una manipulación genética a la que apuntarse sería la que nos aproxime a eso, al canon de Policleto, a que no se nos caiga el pelo a los hombres, por ejemplo.

J. J. M.: Yo me acuerdo de aquella escena de La guerra de las galaxias y me veo dentro de doscientos años entrando a un bar y encontrándome con un tipo con el brazo de un ciervo. No soy tan optimista y creo que no tenemos la sensatez del ciervo.

Hablando de cánones clásicos. Este libro parece que actualiza y da una vuelta de tuerca a un género muy popular en otros siglos, el de los diálogos.

J. J. M.: Cuando empezamos el libro estaba muy preocupado por el género al que lo asignábamos, mi cabeza de novelista tendía a buscar una unidad narrativa, pero Arsuaga me dijo que no me preocupara, que la unidad sería un efecto colateral de lo que hiciéramos. Me lo explicó tan bien que bajé la guardia y nos lanzamos sin miedo, sin ponerle etiquetas. Una vez acabado el libro vi, con gran satisfacción, que había una unidad brutal, no buscada, aunque los libreros no sabían dónde colocarlo, porque es un libro de diálogos que no es un libro de diálogos, uno de aventuras que no lo es, y esa carga híbrida creo que es una de las cosas más notables.

Si aplicamos el canon del diálogo socrático, aquí también hay un juego entre el maestro y un alumno díscolo, que a veces se resiste a la mayéutica.

J. J. M.: La relación entre el alumno y el profesor constituye uno de los hilos conductores, porque el libro cuenta también cómo se relacionan dos personas muy diferentes que tienen muy poco que ver, uno de las humanidades y otro de las ciencias. Pero se da la circunstancia que el de ciencias no lo confiesa pero querría haber sido escrito, y el de humanidades, científico. Y ahí es donde nos encontramos, en una especie de muro en el que se construye un lenguaje común.

¿Y qué le pareció al científico este género híbrido del escritor?

J. L. A.: Yo iba viendo los sucesivos capítulos de nuestro viaje a ninguna parte y veía que iba a ser un acierto y un “bestia-seller”.

Llama la atención, dentro de la producción literaria de Millás y la generación narrativa a la que pertenece, muy urbana, que en el libro haya una reconciliación con el paisaje, propio de otro tipo de escritores. Y una manejo exacto del vocabulario referido a plantas, flores…

J. J. M.: Como cuento en el libro, visitar la naturaleza con Arsuaga fue como un chute de LSD, para asombro de Arsuaga, que está acostumbrado.

J. L. A.: Es que resulta que un paisano de una aldea de Asturias maneja un vocabulario bastante más alto que la media de un ciudadano de Madrid. Solo en un arado hay no sé cuántas palabras.

J. J. M.: Suelo decir que la palabra es un órgano de la visión, porque cuando vas al campo y eres un ignorante, no ves nada o solo ves árboles. Pero si vas con un experto, ves pinos, abedules, chopos. De repente, al nombrar a esos árboles, los ves.