Llegar a este lugar de Lanzarote es encontrarse con unos muros blancos y un entorno muy bien cuidado desde la entrada, en cuya pared principal podemos ver el año de su fundación, 1775. Una historia y una tradición que posicionan a la bodega El Grifo como la más antigua de las Islas Canarias y una de las diez más antiguas de España.

En este histórico enclave vitivinícola encontramos vides del siglo XIX enmarcadas en nichos protegidos por piedras muy bien dispuestas y con un entramado interior con suelo volcánico que permite disfrutar de una vista distinta a lo habitual en otros viñedos. Las distintas variedades son vendimiadas a mano y sus caldos mantienen esa personalidad proveniente del suelo, el sol y los vientos de la Isla.

Aunque no pudimos ver con detalle el proceso de producción y la sala de barricas sí tuvimos la fortuna de pasear entre las vides antiguas para encontrarnos con José Luis en ese entorno que lo vio crecer verano tras verano.

¿Dónde estamos?

Pues nos encontramos en la casa de mi familia, aquí pase todos los veranos de mi vida cuando mi madre nos traía a ver a los abuelos maternos que son conejeros. Vine por primera vez con unos dos años.

Se siente medio canario pero, ¿dónde nació?

Nací en Pamplona, ya hace 76 años, pero todos los veranos de mi niñez los pase en esta isla con mis hermanos y la familia de mi madre.

¿Qué recuerdos tiene de esos viajes?

Alguna vez los repaso con mis hermanos, y de lo que más me acuerdo es de la comida que nuestra madre nos preparaba para el viaje. Siempre era el mismo menú, lo recuerdo perfectamente; consomé, huevo y bistec. ¡Cómo olvidarse de ese menú! Por aquel entonces no sabía lo que era un consomé y nosotros hablábamos de caldo con todo ese sabor. Pero lo mejor era al llegar. En aquella época no llegábamos como hoy, a Lanzarote directo, sino que viajábamos en coche hasta Madrid y desde ahí cogíamos un avión que nos traía a Gando. Lo recuerdo muy bien, era en un fokker. Si lo pienso era una locura. Al llegar hacíamos noche en la base de Gando en cuartos de literas. Para nosotros era una gran diversión, pero se hacían largas las ocho horas de vuelo.

¿Cuánto tiempo pasaban en Lanzarote?

Creo recordar que eran algo más de tres meses. No solo veníamos a estar de vacaciones, que eran pocas, también veníamos a trabajar en la viña.

Cuando se marchaban, ¿se llevaban algún producto para casa?

Lo recuerdo, nos llevábamos queso, café, legumbres... y algo que no puedo olvidar es el membrillo. Ese membrillo casero, envuelto en papel y atado con cuerdas que nos tenía que durar todo el invierno, aún lo puedo saborear. También llevábamos cigarrillos. Canarias era una gran despensa en aquella época. Y del regreso a casa no nos podemos olvidar de mi madre, dándole algo de lo que llevábamos al aduanero para que nos dejara pasar. Recuerdo la vergüenza que pasaba.

¿Por qué con la viña?

Somos la quinta generación de una larga saga familiar entregada al campo y a la viña, esta relación tiene su origen en mi tatarabuelo Manuel García Durán, quien, a su vez, a mediados del siglo XIX, se la compró a la familia Castro Medinilla. Ellos y cuatro generaciones precedentes desde 1775, fecha de construcción de la bodega.

¿Puede haber una sexta generación?

Te voy a contar algo, que tanto mi hermano como yo decimos, ‘cada generación es dueña de su destino’

¿Quién dirigía la bodega cuando usted era pequeño? Tengo entendido que su familia era una adelantada en el concepto de la mujer en el mundo del vino.

Pues sí, mi abuela primero y después mi madre, Antonia Rodríguez-Bethencourt García, fueron las propietarias (y no los maridos que era lo normal en la época) y mi madre estuvo al frente de la bodega hasta finales de los 70, que es cuando mi hermano Fermín y yo entramos a gestionarla después de la donación materna. Todo vino provocado porque algunos viticultores se habían ido y a mí me dio miedo que se dejara de hacer vino, por ello entramos nosotros en la historia.

¿Fue una decisión obligada?

No, pero vimos que si se llevaba la uva a otro proyecto éste moriría y, claro, también había muchos componentes románticos. Aceptamos el reto, y eso que ni mi hermano ni yo sabíamos nada de la viña ni del vino. Yo por aquel entonces ya tenía, familia, niños y despacho montado.

¿Qué recuerdos guarda de esos  veranos?

Recuerdo ver llegar la uva en cajas encima de camellos —sí, sí, camellos— y cómo se pisaba la uva, además recuerdo cómo mi madre por aquellos años sesenta compró maquinaria en Logroño, moderna para esa época, cerca de nuestra casa, ya que vivíamos la mayor parte del año allí. Aunque se invertía para tener maquinaria mejor, seguían siendo muy duras las labores diarias de la bodega. Recuerdo que no había carreteras. Me acuerdo de un día que me fui en mula a la villa a buscar a mi primo Josemi, él iba en una burra y nos fuimos a pasear.

¿Algún sabor que recuerde de esa época? ¿Qué le cocinaba su abuela?

No recuerdo ningún plato en especial, pero sí recuerdo los libros de sus recetas. Se pasaban las recetas como una gran herencia. Ojalá tuviese el hambre de cuando era joven. Ahora como poco, pero en aquella época tenía siempre ganas de comer; comíamos con ira. Recuerdo que cuando hacía la milicia en Tenerife aguantaba gracias a comer gofio en el desayuno.

¿Solo tiene recuerdos en la bodega de niño?

No, los recuerdos más frescos son de los años setenta, cuando viajaba desde Pamplona los meses de agosto para hacer la vendimia con mi madre. Por aquel entonces yo ya trabajaba en el despacho y aprovechaba las vacaciones judiciales para escaparme y ver a mi madre trabajar como una más y luchar por su bodega. Ella fue todo un ejemplo.

Cada vez que vuelve a Lanzarote, ¿a dónde le gusta ir a comer?

Soy muy bueno de boca, pero sí que tengo claro que voy adonde tienen mi vino. Tenemos que promocionarlo y, además, apoyar a nuestros restauradores.

Juan José Otamendi es todo un ejemplo de empresario del vino, culto y con una gran trayectoria profesional. Su pasión por los libros lo ha convertido en un bibliófilo distinguido en la materia. Posee libros del mundo del vino de Canarias que pasaron a la historia, como por ejemplo un libro de vendimia de 1900. Cinco generaciones de trabajo y éxito, que esperamos que continúe con la sexta en cuanto les toque.