La libertad de expresión es uno de los grandes temas que toca Los favoritos de Midas. Y el personaje de Mónica, la avezada periodista que inicia una relación con el empresario al que interpreta Luis Tosar, es el que mejor defiende ese compromiso por contar la verdad en la miniserie de Netflix. Marta Belmonte (Barcelona, 1982), la actriz que da vida a la reportera, confiesa que, viniendo como ella de una serie diaria como Servir y proteger (TVE-1), tuvo que pegar un frenazo y adaptarse a un tempo de rodaje diferente en este proyecto de Mateo Gil.

A su personaje, Mónica, también se le plantea su propio dilema moral. En su caso, mantener o no una relación sentimental con su jefe, Víctor Genovés (Luis Tosar).

Se da cuenta de que tener una perspectiva desde fuera es relativamente fácil, pero cuando estás ligado emocionalmente a esa persona que tiene un conflicto tan grande como Víctor, tus principios no están tan claros. Ella necesita dar un paso atrás en esa relación porque no tiene perspectiva. Esta serie presenta un panorama social muy convulso, pero todos los personajes tienen que tomar decisiones individualmente, van a estar absolutamente solos para decidir.

¿Cree que Mónica es la conciencia de Víctor?

Es su único clavo de toma de tierra con la normalidad, con la humanidad, con la gente que no está en la superélite. Es como la concentración de los ideales de la persona que le gustaría ser a él, de la familia, del amor... Y hay un momento en el que se ve si uno puede avanzar hacia los favoritos de Midas con eso...

La serie presenta un panorama social muy agitado, que el público puede identificar con cosas que han pasado hace poco en diferentes países. Incluso las imágenes de las manifestaciones son reales.

Cuando rodábamos, en Francia, estaba todo que ardía con los chalecos amarillos, en España también había mucho descontento, en Chile la situación era bárbara... La coincidencia era tremenda, era como que el panorama social se estaba acelerando y se estaba adelantando a la serie. Ahora, con la pandemia, ha habido una priorización de la salud pública y todo eso ha quedado un poco apagado. Imagino que tendrá que volver.

La revuelta española que se vive en la serie, en cambio, no se explica demasiado.

Una vez que Mateo Gil presenta la situación social, no hace falta comentarla mucho, porque ya hay un desasosiego todo el rato. Se centra en los personajes y cómo van a mover ficha respecto de lo que está pasando. Además, la decisión de uno va a implicar cambios en la vida del otro. El paisaje de fondo, el colchón de ruido está tan presente que no hacía falta asociarlo con una ficción trepidante. La elección ha sido más fría, casi nórdica, para que el espectador lo mire con la distancia suficiente para ver a las personas sin que se lo coma la situación, lo que podría ser una situación política en cualquier país y respecto de cualquier conflicto.

¿Ve Los favoritos de Midas casi como un nordic noir?

Tiene algo frío. Además, es como invernal, tiene algo plomizo, esa cosa medio distópica futurista que ya lleva implícito ese desasosiego, la incomodidad... Las personas son las que dan calor a las tramas.

Mónica no solo encuentra calor en Víctor, sino también en su madre, a la que interpreta Elena Irureta (Patria).

Su relación es uno de los puntos más cálidos de la serie. Con el personaje de su mentor [Carlos Blanco, el director del periódico] hay también una relación muy personal, pero con su madre es como ir al confesionario, es un espejo constante. Además, Mónica se abre con su madre, tiene la suficiente confianza con ella para que le diga alguna burrada.

¿Cómo ha sido trabajar con Luis Tosar? ¿Impone su presencia y su currículum?

No habíamos coincidido antes y fue muy bien. Al principio imponía un poco. Es un compañero excepcional y tiene una profesionalidad bastante abrumadora, por lo que entiendes el nivel de trabajo que tiene. ¡Es tan currante y divertido a la vez! Sabe muy bien cuándo es el momento de jugar y relajar el ambiente y cuándo hay que centrarse y hacer lo que tienes que hacer. Fue una gozada. Había momentos en el que veía trabajar a los demás y era un regalo.

¿Confirma que existe ese efecto Tosar del que habla Mateo Gil, que paraliza a los actores que ruedan una primera toma con él?

Es un amor, campechano, te lo pone todo fácil, pero es que lo has visto tantas veces en la pantalla... Y cuando pasa eso, los primeros dos minutos estás como intentando acoplar la imagen en vivo con la imagen que tenías de él en la pantalla. Mateo me decía: ‘Os pasa a todos. En la primera toma con Luis no sé dónde estáis’. O sea, que igual es verdad...

Usted venía de la serie de TVE-1 Servir y proteger, con un ritmo de rodaje mucho más rápido. ¿Trabajar en una ficción diaria curte mucho a un actor?

Venía de un año madrugando, aprendiéndome 300.000 secuencias y Mateo me tuvo que decir: ‘Frena’. Era otro tempo y tuve que pegar un frenazo y escuchar mucho a Mateo. Fue un gustazo.

Nació en Barcelona, es medio mañica y lleva 15 años en Madrid. Vaya mezcla.

Nací cerca del Carmel y, hasta los 14 años viví en Barcelona. Pero mi padre es aragonés y, por motivos de trabajo, nos fuimos a Zaragoza. Acabé el instituto allí y luego volví a Barcelona a estudiar interpretación. A los cuatro o cinco años me salió una oportunidad en Madrid y ya llevo 15 años. Más allá del politiqueo, la acogida de los actores catalanes en Madrid siempre ha sido exquisita. Al contrario, por el tema de idioma, es más complejo entrar en el mercado teatral y audiovisual catalán siendo de fuera.