Cuando el techo de Notre Dame de París fue pasto de las llamas, la tarde del 15 de abril del año pasado, los grandes monsieurs de la moda y dos de las grandes fortunas de Francia, léase François-Henri Pinault, del grupo Kering, y Bernard Arnault, propietario del grupo LVMH, se comprometieron a apoyar económicamente su restauración. El primero anunció que daría 100 millones de euros; el segundo sacó pecho y 200 millones de su talonario. La decisión, aplaudida y también criticada, era una más de las acciones en las que las marcas de lujo han acudido al rescate del patrimonio histórico artístico en beneficio propio.

A finales de febrero, en coincidencia con los desfiles de la moda parisina, otro nombre fetiche anunció una contribución económica al patrimonio de la ciudad. Christian Dior -perteneciente a LVMH- firmó un acuerdo de cinco años con el Museo del Louvre para restaurar los jardines de las Tullerías, en el distrito I, el primer jardín público que tuvo París, situado entre el Louvre y la Concordia, un espacio Patrimonio de la Humanidad desde 1991 que, antes de la crisis del covid-19, visitaban 14 millones de personas cada año.

En esto del mecenazgo cultural los grandes logos muchas veces han llegado donde no alcanzan los fondos públicos con sus recortes. No es altruismo desinteresado ni limosna. También hay postureo en el amor al arte. Les sirve para darse publicidad y obtener exenciones fiscales.

Desde que el Museo del Louvre, hace 15 años, se unió a las Tullerías se instalaron nuevas esculturas, se limpiaron fuentes y recuperado arbolado... La primera acción prevista por el binomio Dior&Louvre era la repoblación de una zona del oeste del parque, con 166 árboles de cuatro especies diferentes. Sin dejar París, Chanel contribuyó con 25 millones de euros a mejorar el imponente aspecto de ese edificio de hierro y cristal que es el Gran Palais. Ubicado en los Campos Elíseos y construido para la Exposición Universal del 1900, Chanel le lavó la cara y a cambio cada temporada es el escenario de sus magnos desfiles, que lo transforman desde en un pueblo alpino cubierto de nieve hasta una playa caribeña.

En Italia también las grandes familias de la moda son los nuevos Médici. Si el Coliseo de Roma luce hoy así es en parte gracias a Diego della Valle, presidente y CEO del Grupo Tod's, la empresa italiana especializada en calzado y artículos de ropa. "Era casi un deber moral", aseguraba el empresario cuando, en el 2013, puso sobre la mesa 25 millones de euros para que el Ministerio de Bienes y Actividades Culturales afrontara una ambiciosa rehabilitación. Tras meses de andamios, en la inauguración, el entonces primer ministro Matteo Renzi, agradecía a Della Valle la donación anunciando que se ponía en marcha una nueva política de incentivos fiscales que beneficiaría a las empresas que ayudasen a velar por el patrimonio.

Tomaron nota en Bvlgari y coincidiendo con el 130º aniversario de la firma de joyas, donaron 1,5 millones de euros para limpiar y consolidar la escalinata de la plaza de España. Sin dejar la ciudad eterna, Bvlgari ha restaurado el mosaico de las Termas de Caracalla y, antes de que la pandemia de coronavirus paralizara las actividades públicas y privadas, estaba mejorando el área del Largo Argentina, donde apuñalaron a Julio César.

Fendi, otro de los apellidos que sacan lustre del made in Italy, financió con 2,4 millones de euros la limpieza de la Fontana de Trevi, dentro de su programa Fendi for fountains. Eso sí, una vez reluciente y sin monedas, aprovechó para celebrar su 90º aniversario con un evento inolvidable en el que el difunto Karl Lagerfeld presentó un desfile nocturno con las modelos sobre una gigantesca pasarela de cristal. Fendi anunció hace meses que también ayudará con la restauración del templo de Venus y Roma, al este del Coliseo, a través de una donación de otros 2,5 millones de euros.

En otra ciudad que respira y vive del arte, Florencia, Salvatore Ferragamo, un nombre indisolublemente asociado a la capital del renacimiento -en el centro histórico se ubica su museo-, donó 600.000 euros para recuperar ocho salas de la Galería de los Uffici, uno de los museos más visitados de Italia. El año pasado adecentó también la fuente de Neptuno y a principios de 2020 estaba haciendo lo mismo con las esculturas de la Piazza de la Signoria, entre ellas el David en Piazza le Michelangelo, la réplica en bronce del original en mármol que se exhibe en la Academia. El proyecto fue posible gracias a la donación de un millón largo de euros. También otro apellido ilustre de la ciudad, Gucci, aportó dos millones de euros para mejorar unos trasnochados jardines Boboli hace ahora tres años. A cambio, su director artístico Alessandro Michelle pudo disponer de la Galería Palatina del Palazzo Pitti, un espacio privilegiado que nunca antes había acogido un desfile de moda. El ayuntamiento quedó encantado.

Y en Venecia, la ciudad de los canales, Renzo Rosso, el dueño de la marca de moda juvenil Diesel, aportó cinco millones de euros para salvar el puente de piedra de Rialto sobre el Gran Canal. "Si creamos beneficios, es normal que se beneficien los bienes culturales y la sociedad, sobre todo en este momento. Esto no significa que lo privado deba sustituir al Estado, pero sí debe colaborar", dijo. Eso sí, a cambio de los fondos, Rosso pudo exhibir publicidad de sus pantalones tejanos en el mismo puente y en los autobuses acuáticos.