Parece ser que Carrero Blanco fue el mayor protagonista de los ministros de Franco para que acelerase la sucesión, ya que previamente éste le había informado al Príncipe sobre sus planes, aunque sin concretarle fecha. Don Juan Carlos guardó bien el secreto, hasta que a mediados de 1969 juró como sucesor a la jefatura de Estado ante las Cortes, que votaron a favor en la víspera. Previamente había formulado mil reparos a su preceptor y hombre de su máxima confianza, el gran jurista Torcuato Fernández Miranda, quien con su preclara inteligencia pudo convencerlo diciéndole que en las leyes políticas franquistas en el articulado se establecía también su posible derogación, como de forma muy concreta el artículo 10 de la Ley de Sucesión. Todo esto, naturalmente, se mantuvo oculto durante años, hasta que con motivo de la tramitación de la Ley Para la Reforma Política, de la que fui Ponente, conociéndolo de boca del mismísimo Fernández Miranda, con quien había trabado leal amistad siendo él Presidente de las Cortes y yo un simple Procurador en representación de la Administración Local.

Fernández Miranda demostró con creces su plena confianza en mí, hasta el punto de que en ocasiones, hallándome de conversación con aquel en su despacho, especialmente sobre aquel proyecto de ley en tramitación y la Transición en general; en ocasiones sonaba un teléfono de color rojo -el del Rey- en cuyo momento Fernández Miranda, se podía en pié, en posición de firme, para iniciar la conversación, momento en el que yo, siempre, por obligada discreción, me ponía en pié, haciendo un inequívoco gesto de ausentarme del despacho, lo cual Fernández Miranda siempre impedía haciéndome un fuerte gesto con la mano. Fui testigo de muchísimas conversaciones mantenidas con el Rey, algunas de cierta importancia, pero que me llevaré a la tumba, acaso bien pronto, habida cuenta de que, como decimos los canarios ya estoy dentro de los 88 nada menos, como el Rey emérito. Salvo que los chinos opinen otra cosa, pues desde siempre el número 8 ha sido considerado por la cultura china como el número que simboliza la buena fortuna, la buena suerte. Esto es así porque en el idioma mandarín el número 8 suena como "ba" y es muy parecido a cómo se pronuncia "enriquecimiento".

Pues bien, allá por septiembre de 1975, y, por lo tanto con antelación a mi conocimiento de la razón por la que Don Juan Carlos había jurado las leyes franquistas, sin el menor conocimiento, por lo tanto, de ello, visité en mi condición de presidente del Cabildo Insular de Gran Canaria a Venezuela. El motivo del viaje oficial a Venezuela tuvo por principal objeto "develar" en Caracas, como dicen los venezolanos, un busto de Don Benito Pérez Galdós, ejecutado por nuestro paisano el escultor Juan Jaén, que se ubicaría en una de las principales vías caraqueñas. La obra, en bronce, se ubicó en la Avenida de Los Próceres

El día señalado para la inauguración, nos desplazamos hasta el lugar fijado al efecto en una guagua que tanto en su parte delantera como en la trasera llevaba un cartel que decía: "Prensa española". A medida que nos acercábamos al lugar donde se iba a descubrir la escultura de don Benito, la crispación se disparaba y los abucheos crecían.

Acercándonos al lugar, se respiraba un ambiente tenso. A uno y otro lado de la carretera aparecían carteles y pancartas con las leyendas: "Franco, asesino", "Canarias Libre", "¡¡¡Libertad!!!. Las noticias hablaban del último fusilamiento: dos miembros de ETA político militar y tres del FRAP, acababan de ser fusilados por decisión de franco. Se trataba nada menos que de las famosas penas de muertes de Burgos, que deterioraron enormemente la imagen de España en el mundo civilizado contrario a la pena capital. A medida que nos acercábamos al lugar del acto, el ambiente era más crispado y nos temíamos lo peor.

Así lo relató Elfidio Alonso: "Cuando se celebraron los actos de Caracas en honor a Galdós, no pudieron interpretarse los himnos de España y Venezuela, porque en el día de la inauguración de la plaza, que lleva el nombre del escritor grancanario, ocurrió algo trágico e inesperado: Franco había ordenado la ejecución de los etarras. El presidente Carlos Andrés Pérez optó por no acudir a los actos, delegando en el canciller Escobar Salom, quien pronunció un discurso bastante duro contra el régimen franquista, mientras Rafael Clavijo, presidente del Cabildo tinerfeño, Matías Vega, ex Embajador de España en Caracas, Lorenzo Olarte y demás autoridades canarias aguantaban el chaparrón...

Fue descubierto el busto de Galdós, mientras algunos tanques y fuerzas del ejército venezolano custodiaban discretamente las entradas y salidas de la plaza. Se temía que los vascos emigrantes reventaran el acto, en señal de protesta por los fusilamientos. Entonces ante el asombro general la Banda Municipal de Caracas se arrancó con el pasodoble "Islas Canarias", como himno representativo de nuestra tierra.

Aquel día -decía Elfidio Alonso- comprendí que, sin letra, el pasodoble "Islas Canarias" podía pasar por un himno revolucionario y contestatario..."

Recuerdo, como ahora mismo, aquellos momentos. Son instantes que nunca se olvidan, entre otras cosas, porque estaba en primera fila junto al cámara Jorge Perdomo, el ayudante Heriberto Cáceres... Se acentuaban las protestas... Las octavillas llovían... "Viva Canarias Libre"..."Libertad", "Muerte al dictador"...Incluso, una de las octavillas resbalaba por el cuerpo de Matías Vega Guerra (Embajador en Venezuela) y, cuando estuvo cerca de sus manos, la agarró... Entonces, sonaron las notas del pasodoble Islas Canarias y seguidamente, un palo de agua, como queriendo borrar aquellos delicados momentos, dispersó a los asistentes.

Muchos lectores es posible que no puedan hacerse una idea del enorme cariño y consideración que los venezolanos prestan a los canarios, allí conocidos como "isleños", ya que a los venezolanos de la famosa isla Margarita nadie les llama Isleños sino "margariteños". No en balde el canario, tras la inmigración, se ha ganado a pulso el respeto de Venezuela entera por su tenacidad, laboriosidad y honestidad en todos los trabajos que ha desempeñado especialmente en la agricultura, con independencia de que los próceres más ilustres de la historia venezolana han sido isleños o descendientes directos de isleños. Incluso el único amor que tuvo el libertador Simón Bolívar en su vida, era una canaria procedente de Teror, llamada María Teresa del Toro con la cual, tras dos años de noviazgo, Bolívar, contrajo matrimonio. Un matrimonio que duró menos de un año y tras el cual juró y cumplió su juramente que no volvería a casarse, tras fallecer su esposa a los 21 años después de 8 meses tan solo de matrimonio de fiebre amarilla, aunque no faltan quienes discrepan y atribuyan su muerte a la tuberculosis, tan frecuente en aquellos años. Un busto de María Teresa del Toro existe en Terror, donde fue inaugurado por Rafael Caldera, dos veces Presidente de Venezuela, a quien tuve el honor de acompañar ha dicho acto, quien ha sido uno de mis grandes amigos.

Recuerdo, como si fuera ayer mismo, que los periodistas me hicieron la siguiente pregunta: "Señor Presidente: ¿es usted monárquico o republicano?" a lo que yo conteste rápidamente: "Soy monárquico de Don Juan Carlos" Con lo cual, merced a mi matización dejaba bien clara mi posición al respecto. Nunca me arrepentiré de albergar tal sentimiento ni de explicitarlo en la forma en la que lo hice, pues, obviamente, quien luego sería Su Majestad ha sido uno de los Monarcas más importantes de nuestra historia, entre otras cosas como el gran artífice de la Transición Española, que desde las tinieblas del franquismo nos condujo a la luminosidad de la Democracia. Sin perjuicio también del indiscutible mérito de su preceptor, don Torcuato Fernández Miranda, a quien la izquierda, deleznablemente está borrando de los libros de historia y Adolfo Suárez, quien en frase del propio Alfonso Guerra recogida en sus últimas memorias, ha sido el mejor presidente de nuestra democracia.

Con anterioridad he hablado de temas atinentes a conversaciones que escuché entre Torcuato Fernández Miranda y el actual Rey Emérito, que por una discreción elemental, al no haberlo dicho ninguno de ellos, me considero en el deber sagrado de no comentar. Pero, por el contrario, si debo de poner en conocimiento del lector algunos hechos que seguro no conoce, la opinión pública más generalizada, al atribuir a Adolfo Suárez la legalización del Partido Comunista. Yo, que soy suarista hasta la médula y que el día de su muerte, las lágrimas que por él derramé hicieron que subiera la altura del Océano Atlántico, de suerte que lo llevo siempre en mi corazón como si formara parte de mi propia personalidad, por lo que de cuando murió, tuve la sensación de que me arrancaban un trozo de mi alma.

Sin embargo, habida cuenta de mi obligación de narrar fielmente los acontecimientos vividos, obligación éticamente insoslayable, deseo que el lector sepa que el verdadero artífice de tal legalización fue precisamente Don Juan Carlos I, de lo cual es testigo más que cualificado mi compadre José Manuel Otero Novas, Ministro de la Presidencia, quien tenía su despacio junto al mío en la Moncloa y con quien naturalmente entablaba numerosas e importantes conversaciones.

En una de las visitas que frecuentemente hacía Otero a la Zarzuela, vino en conocimiento del deseo de su Majestad de legalizar al partido comunista, cosa que por cierto no era del agrado de Felipe González quien de tal suerte pretendía que el PSOE monopolizara toda la izquierda española. Enterado Suárez, por Otero Novas, de la impaciencia del Rey, puso de inmediato manos a la obra, ejecutando con eficacia extraordinaria la voluntad real ya que resultaba alto difícil no irritar al "búnquer" franquista, para cuyas cúpulas militares era preciso combatir a muerte el comunismo.

Suárez no pudo hacer otra cosa que negar ante los generales tal legalización, pese a lo cual, aprovechando un Sábado Santo en que los altos mando militares se encontraban dispersos fuera de sus destinos, hizo pública la legalización del partido comunista, y como se dice vulgarmente, cogió a toda España, con el paso cambiado.

La decisión de Adolfo se llevó con el máximo secreto. Yo, por el contrario, algo sabía de su intención, "lo cual ha constituido siempre para mí un gran honor, ya que la desconocía incluso la práctica totalidad de los miembros de su Gabinete. El Viernes Santo precedente, después de ver la magna procesión, me encontré en la calle con Aníbal Santana -quien no si entonces o más tarde sería condueño del excelente restaurante El Pote, a quien conocía de La Caja de Ahorros por mí presida, de quien tenía un alto concepto, sintiendo por él verdadero afecto, sabiendo además que era comunista. Y, sin duda, por llevar en el cuerpo alguna copa de más, yo que prácticamente soy abstemio, al encontrármelo en la calle le di un abrazo diciéndole: "Aníbal muy pronto te van a legalizar", lo cual atribuyó a la copa de más de ron con miel que me había tomado, llevándose, por lo tanto, una sorpresa mayúscula al día siguiente, tras salir Adolfo en la televisión anunciando sorpresivamente la buena nueva.

En aquel entonces, siendo consejero del Presidente del Gobierno, durante el mes de Julio, mantuve una entrevista con el Capital General de Canarias Mateo Prada Canillas, en el Hotel Mencey, donde tomamos un café en un ambiente cargado de tensión. Prada Canillas era un hombre poco dúctil y duro, franquista y anticomunista al cien por cien, por lo que, terminada la conversación en la que hablamos mucho de España, me dijo: "Le ruego que desde que vea al Presidente le diga que nunca le perdonaré que nos haya engañado diciéndonos que nunca legalizaría el Partido Comunista". Pero resulta más que indudable que la legalización en si misma fue un factor decisivo para que el mundo entero se percatara de que España era un país plenamente demócrata y, conocida posteriormente, nuestra Constitución, se le considerase una de las más modernas del mundo.

Creo que me debo obligado a decir -por decírmelo el propio Rey- que fue inmensa la lealtad de Santiago Carrillo como de Marcelino Camacho, líderes del PCE y CCOO, respectivamente, tanto con la Corona como con Adolfo Suárez la familia del cual los ha considerado siempre como unos amigos de una inquebrantable lealtad. De igual forma, desconoce la opinión pública que el Rey emérito planteó tanto a Suárez como a Otero Novas, precisamente en una reunión mantenida con éste en el Hotel Santa Catalina de Las Palmas de Gran Canaria, la posibilidad de que el electorado se decantara o no por la Monarquía, con independencia de la Constitución. Después de una amplia conversación, desistió de su criterio que acreditaba por sí solo el talante tan democrático de su Majestad, dispuesto incluso a poner en riesgo a la propia Corona.

No puedo soslayar el prestigio que Don Juan Carlos I ha dado a España y los innumerables beneficios que el país ha obtenido con su más de centenar de viajes a extranjero donde siempre fue objeto de un respeto generalizado, especialmente en los países árabes, aunque muchos de los que han salido beneficiados no abren hoy el pico para pronunciar una sola palabra en favor de lo mucho y bueno que hizo el Padre de la Transición y de la Democracia, ante la feroz cacería que por el coletudo que nos desgobierna en unión de los dos proetarras de Bildu y que si Dios no lo remedia llevarán a España al precipicio. por eso mismo, yo que no me distingo precisamente por ser partidario de Pedro Sánchez, tengo que alabar su defensa de la Corona, al decir que "una cosa son las personas y otra la Institución".

Por otro lado, Felipe VI ha tenido que separar la relación paterno-filial de la Corona, tristeza que ya le tuvo que suponer cuando, acaso con cierto exceso y dudosa legalidad, privó a su hermana que jamás sería condenada, del título de Duquesa de Palma , conculcando con ello la presunción de inocencia, incluso antes de que su esposo Iñaki Urdangarín fuese condenado, quien, pese a lo que creía mayoritariamente la ciudadanía, dio con sus huesos en la cárcel.

Creo no ser tampoco sospechoso de mi inclinación en favor del PP, lo cual no es óbice para que finalice esta modesta colaboración con las siguientes palabras escritas recientemente por el empresario español Juan Antonio Megías, bajo el título "El largo camino hacia el exilio" diciendo:

"Que el mejor Rey que haya tenido España se exilie no es fruto de la casualidad, ni de las malas compañías, ni de sus negocios fuera o dentro de España, ni de su afición a la caza mayor, ni de sus devaneos. Todo eso era conocido desde hace mucho y, durante años, España se lo había perdonado. Desde Colón de Carvajal hasta Corinna Larsen, pasando por los regalos de las casa reales de muchos países árabes (el primer Fortuna, los Ferraris, La Mareta y un largo etcétera), todo había sido aceptado por el país que bien gobernó durante cuatro décadas. Pero aquella España que elegía a Don Juan Carlos para irse de cañas, a distancia de cualquier otro candidato, ha cambiado mucho en estos últimos diez o quince años. Hoy, los terroristas de ETA se pasean entre vítores por las calles del País Vasco, se sientan en las instituciones y prestan su apoyo parlamentario a la coalición de gobierno, PSOE-PODEMOS, que lo acepta sin reparos. Hoy, muchos escaños de los parlamentos están ocupados por delincuentes condenados por la Justicia, esa misma Justicia que ha sido convertida en instrumento de persecución política". "Hoy, un vicepresidente del gobierno, Iglesias, lo es tras haber aceptado donaciones para su partido de varios de los regímenes más corruptos del mundo, lo es habiendo colocado a sus "diversas" en cargos públicos, incluso en un ministerio. Esta España ya no es la que fue. Aquella España habría votado mayoritariamente un referéndum de amnistía a favor de Don Juan Carlos en agradecimiento por los altísimos servicios prestados frente al golpe del 23-F, por su digna representación de nuestra nación ante el mundo a lo largo de cuarenta años (¡ay, qué cifra!), por su gallarda defensa de nuestros intereses; por aquel "por qué no te callas" que, en defensa de un presidente de gobierno que no la merecía, lanzó al gorila rojo venezolano. Y es que hoy, en España, cogobiernan los pupilos de aquel gorila rojo llamado Chávez; mandan quienes prefieren irse de cañas, y de otras cosas, con Maduro y con los terroristas de ETA antes que con Don Juan Carlos. Hoy, esta España es la que se cisca en el Dios cristiano y compadece al yihadista, la que aborrece el toreo por cruel (y por español, qué coño) pero asiste impávida al degollamiento público de corderos". "España agoniza", concluye Megías. Yo, por el contrario, aun no siendo tan pesimista, no creo esté en peligro de muerte. Pero pudiera estarlo si el vicepresidente carroñero de la coleta conque Dios nos ha castigado incrementa el poder, ya notable, que obtuvo tras su pacto con Pedro Sánchez.

¿No sería hora ya de que Sánchez y Casado se sienten a hablar serena y civilizadamente sobre el futuro de la patria común y, por razones de Estado aparquen momentáneamente sus diferencias? Tengo la seguridad más absoluta de que la mayor parte de España no solo lo entendería, sino que lo agradecería profundamente, de igual forma que aconteció cuando, también por razones de Estado, unieron sus fuerzas el PP y el PSOE, hace ya años, en Euskadi.

De momento solo hay lo que tenemos. Un Vicepresidente coletudo y carroñero, perseguidor implacable del Padre de la Transición, merced a la cual fue posible la Democracia, incapaz de enseñar la mansión que adquirió antes de estar el Poder, lo que agradaría a todo el pueblo, de igual forma que si les mostrase a la par el piso de Vallecas donde vivía "se sentía tan a gusto" según decía siempre para que todos se enteraran.