Corría el minuto 116 de partido Holanda-España cuando un estruendo recorrió Canarias aquella noche del 11 de julio de 2010. Desde Valverde a Caleta de Sebo, de punta a punta del Archipiélago, el gol de la Selección de España de Fútbol -"¡¡Iniesta de mi vida!!", que dijo José Antonio Camacho- supuso la primera prueba de que sí era posible: los futbolistas españoles podían proclamarse por primera vez en su historia campeones del mundo. Y unos veinte minutos más tarde, con el pitido final de la segunda parte de la prórroga, aquel primer estruendo se convirtió en un terremoto, en una sacudida más emocional que sísmica; en la fanfarria que daría paso a la banda sonora posterior, a ese grito de "yo soy español, español, español?" que se extendió por todo el Archipiélago la madrugada de hace diez años.

"¿Mañana se trabaja?" La pregunta la lanzaba a escasos segundos de acabar la primera parte de la prórroga del partido el camarero de un bar de holandeses del Centro Comercial CITA, en Playa del Inglés, en Gran Canaria, que, junto a quien escribe, era el único español entre aquella marea naranja de seguidores holandeses que, todo hay que decirlo, ya llevaba un rato retorciéndose en sus sillas esperando el desenlace del encuentro. Marcó Iniesta y el resto ya es historia aunque para muchos de aquellos y aquellas holandesas la victoria de España fue también la excusa para continuar su merecida celebración como subcampeones del mundo. Pero ¿qué le va a enseñar sobre juerga un holandés a un español -y a un canario- que por primera vez celebraba que su país ha logrado la Copa del Mundo?

Comenzaron las bocinas e incluso las vuvuzelas sonaron esa noche como violines de cualquier orquesta sinfónica. De repente, nos gustaban a casi todo. La música y las pitas de los coches se mezclaron en las calles y plazas de todo el Archipiélago con las lágrimas y los buches de Tropical y Dorada; con los abrazos y los brindis de ron amarillo y cola.

"Gracias Iniesta, hoy me voy de fiesta", chillaban desde un coche paralizado en medio de la marea de vehículos que minutos después de alzar Casillas la Copa del Mundo colapsó Paseo de Chil, en Las Palmas de Gran Canaria, en dirección a la Plaza de España, donde casi 20.000 personas saltaron y bailaron hasta el amanecer. "¿Mañana se trabaja?", continuaban preguntándose muchos aficionados con ganas de convertir en una fiesta eterna aquella noche histórica.

También fue la Plaza de España de Santa Cruz de Tenerife otro epicentro festivo de la celebración en Canarias. Un tipo con un carrito de supermercado y con sus amigos metidos dentro se abrazaba a todo lo que se le ponía a mano en las inmediaciones de la inmensa charca del centro santacrucero donde los chapuzones con bandera rojigualda al cuello se convirtieron en tendencia por obra y gracia de la chiquillería y, no nos engañemos, también de los adultos. Aquella noche de hace una década más de 15.000 personas tomaron Santa Cruz mientras otros miles celebraban en La Laguna, Los Cristianos o Guímar, donde los coches, a todo claxon, circulaban locos de San Pedro de Abajo a San Pedro de Arriba.

La playa del Reducto, en Arrecife, Lanzarote, tuvo más actividad esa noche de julio de 2010, al amparo de una inmensa pantalla de televisión instalada en la capital conejera, que toda Timanfaya junta durante la década. En tierras palmeras, que ese verano de 2010 vivía sus multitudinarias fiestas lustrales en honor a la Virgen de las Nieves, en Santa Cruz de La Palma, había tanta gente en la explanada del muelle que aquello parecía Colón, en Madrid. Imágenes similares de júbilo se vivieron en Puerto del Rosario y Gran Tarajal, en la isla de Fuerteventura, y en San Sebastián de La Gomera, Hermigua y Valle Gran Rey o, ya en tierra herreña, en el propio Valverde, a punto de escorar esa noche la isla por los saltos que dieron sus habitantes celebrando la victoria, una felicidad que logró reunir a todo el país bajo la misma bandera y cuyo recuerdo resuena aún hoy en nuestra memoria.