"David Silva no jugó un minuto ayer, pero su pueblo natal, Arguineguín, demostró su pasión por el fútbol y fidelidad sin condiciones a la selección española. El Sur vive con entusiasmo el Mundial y mezcla culturas en torno a la cita más importante del verano", escribió entonces el periodista Juampe Borrego, que añadió en su texto: "En esta ocasión no fue el grancanario el blanco de las alabanzas, sino "¡Villa, Villa, maravilla!", dice que gritaban los centenares de personas que tomaron la localidad moganera con el sabor agridulce de una victoria de la Selección sin David Silva en el campo. Sin embargo, "Arguineguín, el pueblo que lo vio crecer, celebró el primer triunfo de España en el Mundial de Sudáfrica con la pasión con que allí se vive el fútbol".

En el concurrido Restaurante Apolo XI se congregaron casi todos los paisano, y recibieron con los brazos abiertos a sus visitantes. Hubo una ausencia importante esa jornada. Bueno, hubo exactamente once ausencias importantes. "Quienes le quieren mucho y las circunstancias se lo han permitido", contaba en otra crónica quien firma este texto diez años después, "viajaron a Sudáfrica porque no han querido perderse la final, el momento más importante, hasta ahora, en la carrera del deportista de Arguineguín. Así, sus padres, Fernando Jiménez y Eva Silva; sus hermanos, Natalia y Nano; su primo Ranzel, y los padres de éste, que también han criado al actual campeón del mundo, lloraban como magdalenas el domingo en las gradas del estadio Soccer City de Johannesburgo al ver a David, que es como ellos lo llaman cariñosamente, correr feliz con la bandera de Canarias atada al cuello y la histórica Copa del Mundo en sus manos". Y aunque David Silva se quedó en el banquillo, sus paisanos también disfrutaron de lo lindo.

Volviendo a la familia desplazada a Sudáfrica, el primo del Campeón, que se crió junto a él en casa de Antoñita la tirajanera, que es como llaman cariñosamente todos a la abuela de los Jiménez Silva, para Ranzel "fue muy especial ver a David allí el domingo, con sus compañeros levantado esa copa". Ranzel, todo una palmera de hombre con casi un metro ochenta de altura, reconoce que lloró. "Y fue mogollón", añadía más tarde, después de aterrizar en Madrid junto a su familia, tras un vuelo larguísimo desde Sudáfrica. "David viajó en un avión con el resto del equipo", explicaba, "y nosotros lo hicimos en otro vuelo con todas las familias de los deportistas, celebrándolo igual que ellos".

"Pese al trofeo, la medalla de oro, su bandera tricolor, los nervios y el agotamiento, el grancanario David Silva tendrá que esperar aún unos días para tomarse sus merecidísimas vacaciones y perderse con sus amigos en la playa de Patalavaca, en Mogán, ya que, antes de poder descansar, el futbolista debe trasladarse hoy a Manchester, desde Madrid, para concretar algunos asuntos relacionados con su contratación por el club británico", concluía otra crónica de aquellos días que culminaría con la llegada del jugador a Gran Canaria, en un vuelo a las dos y pico de la madrugada, procedente de Manchester, donde acababa de cerrar su contrato, una rúbrica que le daría en los años siguientes motivos para seguir siendo un deportista feliz.