El juicio por el asesinato del jesuita Ignacio Ellacuría y otros cuatro religiosos españoles en El Salvador en 1989 arrancó el día 8 de junio en la Audiencia Nacional de Madrid. En el banquillo de los acusados, el excoronel y antiguo viceministro de Seguridad Pública salvadoreño Inocente Orlando Montano, y René Yushsy Mendoza, teniente del Ejército. Para la Fiscalía, ambos "participaron en la decisión, diseño o ejecución" del asesinato, el 16 de noviembre de 1989, del entonces rector la Universidad Centroamericana (UCA), Ignacio Ellacuría, Ignacio Martín Baró, Segundo Montes, Amando López y Juan Ramón Moreno. También asesinaron a tres salvadoreños: el sacerdote Joaquín López, la empleada doméstica Julia Elba y a su hija menor, Celina.

Desde Extremadura sigue con especial atención lo que sucede en Madrid uno de los hombres que más a fondo estudiaron aquella tragedia: el padre jesuita Pedro Armada Díez de Rivera. Armada (Madrid, 1948), que fue destinado en 1984 a la Escuela de Agricultura y Ganadería de Estelí, en Nicaragua. En 1989 fue a El Salvador, investigó el caso de los asesinatos y siguió el proceso judicial. Es coautor del libro Una muerte anunciada en El Salvador. Volvió a España y, aunque con la salud debilitada por las consecuencias de un virus tropical, ha ejercido como superior y ha trabajado en pastoral parroquial en distintos lugares. Actualmente se ocupa de las obras de la Compañía de Jesús en Extremadura y vive en Villafranca de los Barros (Badajoz). Es el tercer hijo de los diez que tuvo el matrimonio del exgeneral Alfonso Armada y Francisca de Paula Díez de Rivera.

¿Qué sentimientos le produjo el comienzo de este juicio?

Muchos sentimientos y muchos recuerdos. Piense que me tocó vivir todo aquello muy de cerca. Y, además, por encargo del padre provincial, me tocó investigar y dar seguimiento a aquel caso hasta la celebración del juicio en San Salvador en 1991. Allí fueron juzgados nueve militares salvadoreños, los "autores materiales", pero no quienes dieron las órdenes. La Fuerza Armada salvadoreña se encargó de montar un dispositivo de encubrimiento que impidió eficazmente cualquier intento del juez de investigar y descubrir la verdad. Al abrirse este nuevo proceso en España, esta vez contra los autores intelectuales, se reviven los momentos de hace treinta años. Hay dolor y hay esperanza. Hay recuerdo agradecido a nuestros hermanos jesuitas y a la huella que dejaron en nuestras vidas y en las de tanta gente.

¿Qué papel juega la Compañía de Jesús en este proceso?

Curiosamente, la Compañía de Jesús no ha intervenido judicialmente en este juicio ni en el que se celebró en San Salvador. Allí, la acusación particular la ejercieron las familias de los jesuitas asesinados. Aquí, la acusación parte también, según me dicen, de algunos miembros de las familias, de la Asociación Pro Derechos Humanos de España y del Center for Justice & Accountability de Estados Unidos. Pero tiene cierta lógica que todos miren hacia nosotros, pues seis de los asesinados pertenecían a la Compañía de Jesús. Y una de las dos mujeres estaba vinculada a ella por razones de trabajo. La otra era su hija de 15 años. Y, también, de alguna manera, porque este caso dio visibilidad a algo terrible: por primera vez en El Salvador, después de años y años en los que hubo miles de asesinatos sin que los asesinos fueran procesados, se llegaba a un juicio. De alguna manera teníamos que dar la cara no solo por las ocho personas asesinadas en la UCA, sino también por aquellas otras 75.000 víctimas silenciadas.

Uno de los acusados es Orlando Montano. ¿Qué le preguntaría si estuviera cara a cara con él?

Lo que le preguntaría es si, después de tantos años, no le parece llegado todavía el momento de decir la verdad y, si las fuerzas le alcanzan, pedir perdón. Por lo menos que nos dijera la verdad de todo lo que sabe sobre este caso.

¿Hay muchas cosas que sabe y que no ha dicho?

Muchas tiene que saber, seguro. Y, además, como testigo directo de los hechos, porque todos los que declararon en el proceso llevado a cabo en El Salvador, lo sitúan en la reunión del alto mando de la Fuerza Armada en la que se decidió el asesinato.

¿Se sabe quiénes estaban en esa reunión?

Tenemos muchas declaraciones, pero le voy a citar una, concisa y demoledora, posterior al juicio celebrado en San Salvador, la del informe de la Comisión de la Verdad de la ONU que surgió de los acuerdos de paz. Es del 15 de marzo de 1993 y dice así: "El entonces coronel René Emilio Ponce, en la noche del día 15 de noviembre de 1989, en presencia de y en confabulación con el general Juan Rafael Bustillo, el entonces coronel Juan Orlando Zepeda, el coronel Inocente Orlando Montano y el coronel Francisco Elena Fuentes, dio al coronel Guillermo Alfredo Benavides la orden de dar muerte al sacerdote Ignacio Ellacuría sin dejar testigos".

Montano dice que era viceministro de Seguridad Pública y que, por tanto, no mandaba tropas, solo la Policía. ¿Es un eximente?

Al revés, lo inculpa más todavía. Al tener bajo su mando los llamados "órganos auxiliares de la administración de justicia", podemos suponer que fue uno de los principales protagonistas del encubrimiento con el que los militares salvadoreños quisieron mantener su impunidad. Ninguna de las policías de El Salvador, sujetas, por cierto, al mando militar, investigó nada. Ni de oficio, ni cuando se lo pedía el juez. Y la llamada Comisión de Investigación de Hechos Delictivos, la que entregó al juez a quienes luego fueron procesados, se encargó muy bien de que no se pudiera avanzar más allá. La Comisión de la Verdad de la ONU también nos describe cómo el entonces coronel Montano y otros presionaron a jefes y oficiales "para que no mencionaran órdenes superiores en sus testimonios ante la Corte".

¿Qué es el perdón para usted?

Lo veo como un paso necesario, previo a la reconciliación. Muchas veces hablamos de un camino que sería "verdad-justicia-perdón-reconciliación". Conocer la verdad de lo que pasó en este y otros casos será un bien para El Salvador, contribuirá a la justicia para las víctimas, constituirá un paso trascendental en el proceso de reconciliación y dará paz incluso a los mismos victimarios.

¿Ve posible este camino?

Sí, lo veo posible, pero muy difícil. El perdón y la misericordia están en la entraña de nuestro ser cristiano y en esa dirección nos queremos mover. El dolor causado por un crimen no se resuelve con el olvido, sino con el reconocimiento de la verdad, el arrepentimiento y la dignificación de las víctimas. Ese es el camino del perdón cristiano y la senda para la verdadera reconciliación. Lo que pasa es que, aunque uno esté dispuesto a perdonar de corazón, si la otra persona no se arrepiente y no quiere ser perdonada, poco se puede hacer.

Se obligó a las víctimas a tumbarse boca abajo. ¿Tenían miedo los asesinos a sus miradas?

No creo que fuera por miedo a sus miradas. Entre otras cosas porque, en plena noche y sin otra luz que la de la luna, no se apreciarían mucho los detalles. La respuesta la tenemos en las propias declaraciones de quienes les dispararon. Dicen que dos de ellos les dieron la orden de tirarse al suelo cuando se quedaron solos con los padres, pues tuvieron miedo de perder el control de la situación. Tumbados boca abajo los controlaban mejor.

¿Qué recuerda de Ellacuría?

Conservo muchos recuerdos, aunque nunca coincidí con él en la misma comunidad. Él fue destinado a Centroamérica ya desde el noviciado y era mucho mayor que yo. Lo conocí en España, allá por 1971-1972. Nos dio un curso de Nuevo Testamento cuando yo estudiaba Teología, y la verdad es que me deslumbró. Tenía una inteligencia prodigiosa, una capacidad de reflexión excepcional y una lucidez como pocas veces encuentra uno en la vida. Lo que tú alcanzabas a pensar confusamente, él lo ponía en palabras con una precisión y una claridad únicas.

¿Y en El Salvador?

Cuando fui destinado a Centroamérica pude tratarlo más. Y pude ver de cerca un milagro que casi realizaba el ideal utópico de una Universidad de la Compañía de Jesús. Ellacuría había logrado en la UCA lo que parece imposible. Él, y los compañeros que compartieron con él aquella aventura, y que fueron asesinados con él aquel día. Había conseguido que todo el potencial de docencia y de investigación de una institución de nivel superior estuviera puesto al servicio de los pobres y de las víctimas. No he vuelto a ver en mi vida una cosa así. Y lo consiguió. La prueba es que en las celebraciones anuales del 15-16 de noviembre quienes invaden la UCA, quienes rezan y pasan la noche allí, son los campesinos y los pobres.

¿Eran realmente subversivos los jesuitas de la UCA?

Pues la verdad es que sí. En un país en el que el 2% de la población tiene casi toda la riqueza y en el que la miseria es la condición de la mayoría, defender a los pobres es subversivo. Ponerse al lado de las víctimas es subversivo. Analizar esta realidad con rigor académico es subversivo. Proponer soluciones a esta situación es también subversivo. En fin, anunciar la Buena Noticia de Jesús es realmente subversivo. Esto no fue una opción política, sino evangélica. Y si es una universidad entera la que elige este camino y lo publica, ya se puede imaginar. Las publicaciones de la UCA sobre la realidad salvadoreña decían la verdad. Todo el mundo lo percibía y lo sabía. Y eso tiene una fuerza enorme en el reino de las mentiras. Y la gente, no sólo los campesinos, también los terratenientes o la embajada de los Estados Unidos, sabían que la verdad era esa. Como ve, eran tremendamente subversivos.

¿Pecó de ingenuo Ellacuría al pensar que los militares no se atreverían a intervenir en la UCA?

Pues, sí. Su mente lógica y privilegiada le jugó una mala pasada esta vez. En aquellos días, con motivo de la ofensiva del FMLN en la capital, San Salvador, la Fuerza Armada creó un "comando de seguridad" para defender las principales instalaciones militares del país. La UCA estaba al otro lado de la avenida en que se alineaban estas instalaciones y quedó englobada dentro de ese recinto defendido por círculos concéntricos de tropas. El razonamiento que hizo Ellacuría a sus compañeros de comunidad fue el siguiente: "En este momento, lo más seguro para nosotros es quedarnos aquí. Estamos rodeados por todos lados por los soldados. Si nos pasara algo, todo el mundo sabría que han sido ellos. No creo que sean tan tontos". En este razonamiento, lo equivocado fue únicamente la frase final. Aunque, una vez más, el padre Ellacuría, aun a costa de su vida, tuvo razón. El error gravísimo de los militares al perpetrar la matanza de la UCA, los llevó finalmente a perder el apoyo de los Estados Unidos y a tener que negociar con la guerrilla el final de la guerra.

Cambiando de tercio, ¿de esta experiencia de la pandemia aprenderemos algo?

No lo sé. Pero esta pregunta me hace recordar de nuevo al padre Ellacuría. Hace ya muchos años, más de cuarenta, analizando la estructura económica y social de este mundo nuestro, explicaba que no podíamos seguir así. Ni por la depredación que este modelo realizaba, y porque, a este ritmo, el planeta no podía aguantar. No hay que ser muy clarividente para ver la razón que tenía cuando propugnaba una "sociedad de la austeridad" frente a la sociedad del despilfarro. Los diagnósticos sobre nuestro mundo enfermo se han sucedido en estos años. La alarma por el drama socioecológico es tan clara que nadie la niega ya. Acabamos de alcanzar la cifra récord de 70,8 millones de refugiados en el mundo. Entre 8 y 9 millones de personas mueren de hambre al año. ¿Hacen falta más pruebas, más dramas, para convencernos? La "antigua normalidad" nos ha llevado a este horror que estamos viviendo. Si no lo hemos hecho por sentido de justicia y humanidad elemental, tendremos que hacerlo por obligación. La pandemia parece un punto y aparte en este deseo clamoroso de esperanza. Necesitamos reconciliarnos. Entre nosotros, con Dios y con la creación. Necesitamos descontaminar el aire que respira nuestro espíritu y también el que respira nuestro cuerpo. La corrupción, el egoísmo y la ambición ahogan a esta sociedad, como lo hace también la contaminación del aire, del mar y de la tierra. Tenemos que aportar esperanza, como la aportaron los jesuitas de la UCA, como la aporta el papa Francisco. Cada uno en la medida que podamos.