En medio de la pausa literaria me ha entretenido lo suficiente la lectura de Europa: una historia natural, del paleontólogo y ecólogo australiano Tim Flannery. Flannery, para los naturalistas y conservacionistas, es una eminencia. Autor de superventas como The Future Eaters y The Weather Makers, llegó a descubrir 29 especies de canguros. No me estoy refiriendo a un cualquiera. En su amena historia natural, Flannery explora lo que subyace en el insomnio del viejo continente y los lugares más oscuros de nuestras islas. Los primeros arrecifes de coral del mundo pudieron haberse formado aquí, también los lunares que tamizaron el suelo, las colinas fueron onduladas por caracoles mientras que los homínidos originales salieron de Europa antes que los humanos lo hicieran de África.

La primera pregunta de todas es ¿cómo se formó Europa?, ¿cómo surgió su extraordinaria historia? ¿Por qué ha llegado a ser tan importantemente en el mundo? El inicio se asienta en gran abundancia de huesos, capa tras capa, enterrados en rocas y sedimentos: es donde comienza la investigación sobre el pasado profundo. El primer mapa geológico, los primeros estudios paleobiológicos y reconstrucciones de dinosaurios proceden de ello, recuerda Flannery. Todo se remonta a hace unos 100 millones de años, el momento en que evolucionaron los primitivos organismos distintivamente europeos.

La corteza terrestre está compuesta de placas tectónicas que se mueven imperceptible y lentamente a través del globo y sobre las cuales cabalgan los continentes. La mayoría se originaron a partir de una división. Europa empezó siendo un archipiélago insular y su concepción implicó las interacciones geológicas de sus tres padres Asia, América del Norte y África. Juntos comprenden aproximadamente dos tercios de la Tierra y, debido a que Europa ha actuado como puente de esas masas de tierra, funcionó y funciona como el lugar de intercambio más significativo en la historia de nuestro planeta.

De la mano de Tim Flannery el lector recorre Bal, Hateg, Modac y Tethys, nombres oscuramente resonantes dados al archipiélago por los teóricos del tiempo profundo. Visualizamos pterosaurios hatzegopteryx del tamaño de una jirafa, con alas de cuero, que acechan desde los cipreses cretáceos para batirse con sangre como los vampiros, o la inundación de Langelian, cuando las aguas del Atlántico cayeron cuatro kilómetros en cascada para llenar la llanura seca del Mediterráneo, una especie de recreación del Paraíso Perdido. Descendemos por la misma roca de nuestros antecesores apenas comprensibles que atravesaron la playa de tormenta de Suffolk hace 800 milenios, o, 40.000 años después, se comieron unos a otros en el futuro de España, tallaron al Hombre León de Hohlenstein-Stadel y el Venus de Hohle Fels, o reverenciaron a los osos de las cavernas de Transilvania. Un niño y un perro exploraron la cueva Chauvet de Francia hace 26.000 años, estableciendo la primera relación del hombre y su amigo. Los grandes álcidos vigilaban las costas sicilianas; los rugidos de los leones de las cavernas irrumpían en la noche cántabra; los mamuts, los toros salvajes y los alces gigantes hicieron temblar el continente norte desde el condado irlandés de Mayo hasta Masuria, en la Prusia Oriental, con su aplastante peso.

El libro de Tim Flannery nos adentra en lo más profundo de la prehistoria europea. Invita a usar repetidamente la máquina del tiempo desde la que vislumbramos dinosaurios pigmeos y feroces cerdos del tamaño de vacas. En la isla de Gargano, hoy el sur de Italia, nos espera un erizo carnívoro gigante. Más tarde, nos enteramos de la existencia de hipopótamos en el Támesis y de rinocerontes lanudos en Escocia, de una cobra en la antigua Hungría y de un pequeño simio en lo que ahora es la Toscana. Durante gran parte de los últimos cien millones de años, el clima de de Europa fue tropical o semitropical. Enormes elefantes de colmillos rectos deambularon por el continente, y sus descendientes enanos, de solo un metro de altura, sobrevivieron en Chipre hasta hace unos 11.000 años. La historia natural de Europa ya empezaba a ser dramática.