Alberto Ignacio Manrique de Lara Díaz obtiene de forma póstuma el mejor regalo que le podría hacer su nieta, una historia de amor y arte en la que se descubre el talento y la pasión de este grancanario. El artista nació en Las Palmas de Gran Canaria en 1926 y, desde que era muy joven comenzó a mostrar un gran talento para el dibujo. Todo ello lo condujo a alternar durante años su trabajo como artista con su profesión de aparejador.

En 1949 comenzó una colaboración como ilustrador en Planas de Poesía, una revista literaria de intención social y compromiso político creada por los hermanos José María, Agustín y Manolo Millares. Un año más tarde, junto a Felo Monzón, Juan Ismael y Manolo Millares, fundó Los Arqueros del Arte Contemporáneo (LADAC), al que ahora su nieta ha querido hacerle un guiño con esta ópera primera documental.

La creación de una familia y la necesidad de una estabilidad económica para mantenerla condujo a Manrique a declinar la invitación de trasladarse a Madrid con sus compañeros de LADAC en busca de nuevos horizontes. Decidió quedarse en su isla natal, donde se centró en su profesión de aparejador proyectista durante los años del boom turístico y constructivo que experimentó Gran Canaria durante las décadas de 1950 y 1960, cuando disfrutó de una etapa de gran bonanza económica.

En el año 1975, Alberto Manrique, con ocho hijos y la complicidad de su esposa Yeya, tomó la arriesgada decisión de recuperar su gran pasión y se decidió a abandonar su exitosa carrera de aparejador para dedicarse exclusivamente a la pintura, una compañera inseparable que estuvo junto a él hasta su fallecimiento.

Manrique eligió como medio de expresión la acuarela, todo un gran reto dado el inmenso campo de experimentación que en esta técnica aún estaba por descubrir. Sin embargo, no limitó únicamente su trabajo a la acuarela puesto que a lo largo de su carrera artística también utilizó técnicas como óleo, aguafuerte, serigrafía, tinta y vidriera.

Entre sus características como pintor destaca el uso del pulverizado en la acuarela, una técnica en la que profundizó ricamente y con la que experimentó a lo largo de los años logrando efectos visuales que difícilmente hubiera podido expresar de otra manera. Ese fue quizás su sello de identidad en la pintura, donde los objetos parecen escapar de la gravedad además del uso de la perspectiva que lleva al extremo deformando la realidad, por lo que sus cuadros han sido enmarcados con la denominación de "realismo fantástico".