La naturaleza es sabia, generosa y equitativa. Al menos cuando nacemos. Y es que todos y todas los que tenemos la categoría de seres humanos nacemos con el mismo número de huesos y de músculos. Nada nos distingue al principio. 650 músculos y 300 huesos neonatales que se fusionarán en los 206 de adulto. Mismo equipamiento, mismo interior pero uso diferente. A pesar de que la anatomía nos da la mismas oportunidades, hay un grupo que tienen un don, que le dan un uso a sus huesos y a sus músculos que les permiten además de mover, emocionar. A la mayoría nuestro cuerpo nos transporta y sólo unos pocos pueden con su cuerpo transportarnos a otras vidas, a otras realidades, a otros sentimientos. No hablo de bailar. Bailar es de humanos, la Danza es de benditos. Elegidos y elegidas en las que el ritmo y la pasión articulan su esqueleto y son capaces de escribir y dibujar palabras nuevas con su lenguaje corporal. Daniel y Dácil fueron bendecidos y doblemente. Poseen el don y han hecho de ese don su profesión, y eso los hace ya aún más extraños. Los cuerpos de Daniel Abreu en Tenerife y de Dácil González en Gran Canaria, fueron descubriendo poco a poco que sus manos y sus pies no se conformaban con lo funcional, que sus espaldas y sus hombros necesitaban la torsión para expresarse y que la asignatura de Gimnasia era ejercicio y ambos necesitaban algo más.

Y comenzar fue sacrificar. Porque querer la Danza y querer vivir de ella es sacrificio. Es dar un paso adelante y transformar una actividad extraescolar en esencial. Es desatarse de miedos y desnudarse de prejuicios. Es estudiar lejos y alejado de lo tuyo. Es dar lugar de profesión a los que muchos ven como afición. Y profesión es lo que da de comer y para comer de la Danza hay que pasar hambre.

Hambre de conocimientos y reconocimientos, de ayudas, de apoyos, de infraestructuras educativas, de compromiso político, de sensibilidad y de interés social. Pero Daniel y Dácil aprendieron a alimentarse y saciaron su hambre con la de otros iguales, con horas de ensayos, con maestros y maestras que les llenaban los cuerpos de pasión, con escenarios alternativos, con salas pequeñas, con amor por un Arte que nunca fue ni es el primero, ni el segundo, pero es imprescindible para todos. Daniel Abreu es Premio Nacional de Danza 2014. Dácil González es Premio Nacional de Danza 2019. Pero son mucho más. Daniel es bailarín y coreógrafo y tiene en su memoria más de sesenta producciones como creador y en sus pies las tablas de escenarios de cuarenta países. Dácil es bailarina, solicitada y buscada por su rica mezcla entre técnica y emoción y una página imprescindible en la Historia de la Danza contemporánea española. Pero son mucho más. Ambos creen en la base, en el poder generador e innovador de la cantera y son director artístico y ayudante de dirección de la Compañía de Danza Lava del área de Unidades Artísticas del Cabildo de Tenerife.

Joaquín también es mucho más. Fotógrafo y publicista, él no baila, o sí y lo hace como el resto de los humanos, pero siente fascinación por la Danza. Fue el encargado de inmortalizar la sesión fotográfica en la que se presentó PiedeBase, la Asociación de Artistas del Movimiento de Canarias. Capturó con su cámara a las Dulces bestias de la Compañía Nómada y creó el universo de Inner un audiovisual con Lisvet Barcia, primera bailarina de la Compañía de Danza contemporánea de Cuba. Joaquín siente debilidad por el cuerpo, por el aura de lo cinético, por la estela de lo corporal. Esa fue su misión, que los cuerpos hablasen con libertad para escucharlos con su objetivo. No hay desenfoque, no hay contraluz, sólo hay movimiento. Una sala del Teatro Victoria de Roberto Torres, la producción del también bailarín y coreógrafo Jesús Caramés, la mirada de Joaquín y los cuerpos de Dácil y Daniel: Danzad, danzad benditos.