Jorge Lozano (La Palma, 1951) analiza desde su condición de semiólogo la significación de todo tipo de objetos y fenómenos, por lo que nada del coronavirus le es ajeno. Catedrático de Teoría de la Información de la Complutense, es profesor visitante en Ca'Foscari Universidad de Venezia y director del Grupo de Semiótica de la Cultura de la Fundación Ortega y Gasset. Ocupó la dirección de la Academia de España en Roma y fue secretario de Revista de Occidente.

Atiende desde su casa de Madrid, en el confinamiento, a sus alumnos, pero sin perder detalle alguno sobre las circunstancias que nos rodean desde que extendió el virus Covid-19 y se decretó el estado de alarma. Rechaza la profecía, pero hace quince años escribió La metáfora del contagio, una reflexión cuyo contenido es de una clarividencia inquietante a la vista de las consecuencias de la pandemia en el orden social. Jorge Lozano es un precursor en España en el análisis de las filtraciones masivas de secretos oficiales ( WikiLeaks), la fuga de datos personales ( big data), la rastreabilidad electrónica de los movimientos de las personas, las intimidades colgadas en la red y visibilidad y defensa de la privacidad. Es autor de El discurso histórico (con prólogo de Umberto Eco) y Persuasión. Estrategias del creer; editor con Miguel Martín de Secretos en red. Intervenciones semióticas en el tiempo presente y compilador de Moda. El poder de las apariencias.

¿Qué destacaría un semiólogo como usted de esta crisis? ¿En qué llaga pondría el dedo, por decirlo de una manera gráfica?

Este es un momento de altísima semioticidad. Se difunden y propagan de modo inusitado, claro el virus, pero con él también rumores, mentiras, fakes y todo tipo de signos. En semiótica de la cultura, se diría que es un momento explosivo que se opone a lo gradual. Lo explosivo, como podemos comprobar ahora mismo confinados, resemantiza la memoria y crea un nuevo pasado. Ahora lo que era cotidiano, neutro, ni fu ni fa, es visto como excepcional. Es un momento casual, imprevisible, que hace saltar cualquier causalidad y que declina el futuro como espacio de los estados posibles con dos pasiones al menos: el miedo y la espera, que es la pasión del lector, por cierto.

En estos días algunos envidian la facilidad de países como China para invadir la privacidad y obtener datos personales para frenar al virus. A la vista de la experiencia de este modelo, ¿las democracias europeas podrían contemplar la anulación de derechos sobre la protección de datos?

Si me permite, la sociedad de la información, del conocimiento, la sociedad digital, se ha focalizado en la vigilancia. Si hacemos caso a Shoshana Zuboff en El capitalismo de la vigilancia, el derecho a la privacidad ha sido usurpado por un mercado agresivo que considera que puede gestionar unilateralmente las experiencias de las personas. Personas y experiencias que son ante todo fuente de información. Son, somos, datos. Si el capitalismo industrial, dice Zuboff, acabó con la naturaleza, el capitalismo de la vigilancia acaba con la naturaleza humana. Somos códigos de barras.

¿Estamos viviendo en una distopía?

Desde que saltaron las primeras noticias, recordé obras de Philip K. Dick que tratan sobre humanos confinados en el subsuelo que construyen robots para combatir las pestes que asolan al planeta. Al mismo tiempo, aquí y ahora, la imagen de tanto individuo aislado, confinado, pero en constante conexión con otros por mor del contagio del contacto, es otra distopía que confirma la hipótesis de que en la sociedad digital prevalece la conectividad sobre la comunicación. No relación, sino conexión.

¿Nos hemos quedado sin herramientas para poner coto a la mentira en la sociedad de la información?

Si aceptamos que la mentira puede definirse como lo que parece y no es, en situaciones de contagio es normal que aparezcan tantas mentiras que hay que desenmascarar con las mismas herramientas de siempre. Epidemia, en griego, significa "estar de paso" "ser cogido de improviso". Una epidemia facilita aún más la mentira, la difusión impredecible de rumores. Hay quien ha dicho que junto a los genes y a los memes están los phemes. Phemè, significa rumor y, cuenta Platón, era una diosa, con su templo y todo.

¿Por qué alcanzan audiencias disparatadas las fake news

Quién lanzó ese tosco neologismo, postverdad, no tuvo su mejor tarde. Hay que desconfiar siempre de los prefijos. Si soy historiador o periodista es evidente, por oficio, que aspiro a la verdad sea de lo que cuento o de lo que veo. Y compruebo, el ejemplo es de Eco, que Napoleón murió el 5 de mayo de 1821 y que puede ocurrir que ulteriormente un historiador pertrechado con documentos auténticos y autenticados pruebe que no es así, que la fecha no es exacta. Si soy un niño sé perfectamente que los perros de verdad no hablan por más que los adultos me piden que salude a un perrito y que es verdad que los perros en los cuentos hablan perfectamente. Siguiendo con Eco, no podemos estar seguros de lo de Napoleón pero tenemos la certeza total de que Anna Karenina se suicidó o que Sherlock Holmes vivía en Baker Street 221 B.

¿Cómo serán los efectos en el mensaje del modelo informativo que surja de esta crisis?

No quisiera exagerar, pero pienso que el periodista es el cronista de la historia del presente. El problema surge en plena época de big data, decidir qué datos son necesarios para tal crónica o tal historia. No es un problema de acumulación, pensando erróneamente que con más datos más información y con más información más democracia, más transparencia y yo diría y más opacidad. Como semiólogo sostengo que lo importante es la pertinencia. Qué datos son los pertinentes para una crónica, para una historia, para la sociedad. Un juicio apresurado me lleva a sugerir que mucho periodismo ha optado por el escándalo, lo escandaloso como criterio relevante para su hacer.

En este estado de alarma se solapan las noticias de las muertes y los contagios con los memes y la profusión de ofertas para pasar el tiempo de confinamiento. ¿Somos presa de la histeria?

Mi educación no me permite hablar de psicoanálisis y además me faltan lecturas. Sí puedo decir que en situaciones de altísima imprevisibilidad, como epidemias, catástrofes o carnavales, se produce polifonía, coexisten la contención y el exceso, el miedo y la esperanza, lo sagrado y lo profano, y se declinan los pronombres, se pasa del yo al tú, se recurre al nosotros, se acentúan ciertos adverbios? Ufff.

Miedo a lo desconocido, a lo invisible. ¿El Estado calma el pánico o lo extrema en su política de dar la mayor información posible?

Gracias a la Teoría de las Catástrofes y a las investigaciones bajo sus enunciados sabemos que, por ejemplo, en el caso de un perro con miedo en un determinado momento es equiprobable que ataque o que huya. No voy a hablar de algoritmos. Contestaría con mi sociólogo de cabecera: toleramos lo no explicado pero no lo inexplicable.

El Gobierno, de momento, no entra en las refriegas políticas, ¿cree que después de la epidemia se incrementarán los discursos populistas?

Convendría recordar lo que decía Erving Goffman: no hay que ocuparse de los hombres y sus momentos sino de los momentos y sus hombres, lema que debería seguir la oposición. Ayer Europa unida, estos días diferencias en Europa, entre el norte y el sur, entre protestantes y católicos. Y de fronteras mejor no hablar. Frente a la globalización, a lo global, ni siquiera lo glocal, el hiperlocalismo. No soy Tiresias ni Nostradamus, pero deseo que tras esta epidemia acaben las del nacionalismo y del neoliberalismo. Frente a la estolidez no hay vacuna posible, porque esta se reproduce por esporas. Y frente al populismo, lo mejor de Europa: la Ilustración.

Hay una tendencia a desinhibirse en las redes sociales, a desvelar la intimidad que con la epidemia se está incrementando. ¿Acaso es que todo el mundo quiere ser un poco héroe o es que, definitivamente, se ha perdido el sentido del ridículo?

Sobre el sentido del ridículo preferiría no pronunciarme para evitar ser considerado un inquisidor. Aseguro en cambio que la hegemonía de la visibilidad ha dado lugar a nuevos regímenes escópicos e incluso a una cultura selfie que ha transformado no sólo el concepto de privacidad, sino también el de intimidad. Acaso quepa también hablar de venganza frente al capitalismo de la vigilancia, si voy a formar parte de los big data, mejor controlar mi imagen. Además, si se me reduce a dato, gracias al selfie voy a ser documento, testigo, retrato, autorretrato, incluso otro.

Quisiera preguntarle por un fenómeno al que usted ha dedicado importantes investigaciones: los sentidos y las estrategias del secreto. ¿Por qué hay tanta gente que cree que tras el Covid-19 nos ocultan un secreto?

Pienso que por la misma razón que proliferan las mentiras, los rumores, se consolidan los estereotipos en esta semiosfera del virus, nuevo Jerjes, máximo enemigo. Si por secreto se piensa erróneamente en ocultación, la incerteza puede procurar sospechas hasta llegar en casos extremos a estados paranoicos o de pánico . Si por secreto se entiende como algo análogo al misterio, secreto del secreto, el desconocimiento sobre el ignoto y enigmático virus entonces no debe extrañarnos. Si identificamos el secreto con lo hermético, daremos importancia al número, a la figura retórica de la enumeración, por cierto relacionado con el sentido del tacto, McLuhan dixit, y descubrimos, por ejemplo, que los ancianos muertos en España son contados todos, formando parte de las víctimas del virus, mientras que en Alemania y en Francia no lo son los ancianos muertos en las residencias sanitarias privándoles del derecho al número.

La pandemia y el estado de alerta en su máxima expresión, 'la hibernación', acelera el teletrabajo, una herramienta que representa el camino hacia una nueva era, pero también están las muertes diarias. ¿No resulta demasiado duro de asimilar?

La modalidad del teletrabajo entre nosotros, paradojicamente, surge por carencia, por ausencia de los demás, del otro. El único contacto es el del contagio con presencia invisible.Y a propósito de ausencias, tenemos que reflexionar sobre aquellos que serán y ya son ausentes incluso para los familiares más cercanos, porque están presentes en los espacios más nefandos en esta historia, las residencias de ancianos.