Si hay un denominador común en las novelas de Lawrence Osborne, son los hilos de alienación, desarraigo y destino entre los expatriados en tierras remotas. Los perdonados, la novela que acaba de publicar Gatopardo, se refiere a una pareja británica que busca expiación después de atropellar a un adolescente local en el desierto marroquí; Cazadores en la noche, traducida muy recientemente por la misma editorial, trata sobre un maestro de inglés que se encuentra a la deriva en Camboya. The Ballad of a Small Player versa también sobre las desventuras occidentales en Lejano Oriente. En Beautiful Animals (2017), uno de los personajes se describe como estudiante de los seres humanos y de sus calamidades. Todo proviene de la experiencia acumulada por el autor en Indochina. Osborne no sabe escribir sin mirarse al espejo, pero pocos son los autores que hoy en día lo ganan en ese cometido. Incluso cuando recibió el comprometedor encargo de resucitar al legendario personaje de Chandler en una última aventura, Philip Marlowe, lo hizo adaptándola a su propia personalidad y situándolo en los años ochenta del siglo pasado y en México. Only to Sleep: A Philip Marlowe es bastante mejor que los ejercicios de ventriloquia de Robert C. Parker en Poodle Springs y John Banville, como Benjamin Black, en La rubia de ojos negros.

En Los perdonados aguarda al lector una historia tan calurosa y claustrofóbica que en ocasiones le lleva a tener la sensación de revolcarse por la arena después de un largo baño de sudor. Pero también una novela con un inabarcable horizonte moral que retrocede y avanza produciendo, a veces, sensaciones de vértigo. Otras, resulta igual que deslizarse por un tobogán. Escrita con una elegancia más del siglo pasado que de 2010, el ritmo podría parecer algo desasosegante por momentos si no fuera en que todas y cada una de las páginas Osborne se ocupa de ofrecer una visión clínica de la condición humana o la descripción de un sueño. No siempre es fácil diferenciarlo.

Marruecos rural. Es de noche. Un automóvil atraviesa la oscuridad en una carretera montañosa. En el interior, un matrimonio británico discute. El marido está conduciendo ebrio y se halan perdidos. Un joven surge de repente a un lado de la calzada. Parece estar vendiendo fósiles, una práctica habitual del lugar. Pero también podría estar pensando en asaltar y robar un coche. ¿Ha invadido el joven el camino? ¿El conductor perdió el control? La narración salta.

Ahora, estamos en la opulenta fiesta en un ksar del desierto a la que los protagonistas se dirigían. Una pareja europea de gays y sus invitados, todos pudientes, uno de ellos llegado en helicóptero, vacían botellas y arrojan miradas cosmopolitas sobre el mundo que les rodea. Planea la sombra de Paul Bowles al que Osborne admira. El New York Times ha enviado un fotógrafo para cubrir la fiesta. En la parte trasera del automóvil de los británicos yace el cuerpo, con los pies ensangrentados y las piernas rotas. Luego reposa en la mesa de un garaje. Cuando la ira está a punto de estallar entre el personal doméstico marroquí del fuerte, aparece un jeep con hombres armados, entre ellos el padre de la víctima. Vienen a reclamar el cuerpo y a hacerle una oferta al conductor del automóvil.

Mientras los restos del colonialismo deambulan alrededor del cadáver, la tensión dramática está atenuada por algún que otro destello de humor. El autor de Los perdonados ha sabido mostrar siempre un don especial para combinar cinismo y sarcasmo en sus novelas. Para Osborne, el mundo es una caricatura de nuestras propias fantasías, como prueba El turista desnudo o Bangkok, dos de los libros publicados anteriormente por la misma editorial. Tardó veinticuatro años desde su primera novela, Ania Malina (1986), en repetir con otra, Los perdonados, que es la que ahora pueden ya leer traducida al español por Magdalena Palmer. Desde que rompió su silencio se ha convertido en un escritor ineludible de ficción.