La carrera del teclista y compositor Armando Anthony Chick Corea, cerca de convertirse en octogenario, se halla entre las más caleidoscópicas: abarca desde el post bop hasta el hibridismo latino y la fusión sobrecalentada. Hasta volver en la actualidad a los orígenes del género con Trilogy, jazz en sentido estricto y revisión de algunos clásicos, acompañado del contrabajista Christian McBride y de Brian Blade en la batería.

Corea es una de las figuras del jazz más productivas de los últimos cincuenta años, une a los instintos de un entusiasta la experiencia luminosa del viejo maestro, más comprometido con la investigación que con la resolución. En cualquier caso, la variedad de géneros siempre ha sido la primera regla para él, que comenzó a viajar en los círculos más notables del jazz poco después de mudarse a Nueva York desde Chelsea, Massachusetts.

En el jazz latino estuvo junto al virtuoso cubano de la congas Mongo Santamaría, el flautista Hubert Laws y el vibrafonista Cal Tjader. Pero no se sintió menos atraído por el post bop de última generación, prueba de ello es el álbum Now He Sings, Now He Sobs (1968), grabado con el bajista Miroslav Vitous y el baterista Roy Haynes.

Corea siempre ha sido una fuente clara y efervescente del piano con el que ha mantenido largas y provechosas conversaciones. Es pionero de una industria artesanal a partir del famoso dueto con Herbie Hancock, con quien realizó una gira en 1978, lanzando un par de álbumes en vivo. El del 23 de noviembre figura como un punto álgido en su carrera, pero también lo es el concierto protagonizado posteriormente con Marcus Roberts. Alternó dos conceptos. Mientras que Hancock encarnaba para él una contemporaneidad afín, Roberts era un pianista más joven con un alma vieja e ideas firmes sobre lo que es el jazz y lo que no. Podría haberse generado cierta tensión y, sin embargo, no fue así.

Formó parte de la primera ola del movimiento denominado fusión, como miembro de las bandas de Miles Davis, cuya música bordeaba el rock y el funk de finales de los años sesenta y principios de los setenta. A ese tiempo, pertenece la sociedad con el saxofonista Gary Bartz y el baterista Jack DeJohnette, quienes lo acompañaron durante una actuación celebrada en el histórico Festival de la Isla de Wight de 1970. El jazz-rock también formó parte de la producción camaleónica de Corea en los años posteriores a Davis tras un breve coqueteo con el free jazz. Return to forever fue entonces la banda nodriza, una entente cósmico-heroica que se reencontraría en una gira mundial muy posteriormente en 2008, con Frank Gambale de guitarrista en lugar de Al Di Meola. Pero si la fusión sirvió alguna vez de valiente frontera, su resultado fue más tarde, por decirlo suave, decepcionante con la Elektric Band, un indicio pánico de lo que pasaría en la etapa más reciente en que grabó el desalentador The Vigil. Algo totalmente distinto sucedió con otro de sus proyectos de jazz rock, la Five Peace Band, con el guitarrista John McLaughlin, artífice de la Mahavishnu Orchestra, y el saxofonista alto Kenny Garret, todos con pedigrí Davis. De ahí salieron grandes y estupendas chispas.

El gran legado de Corea a los músicos de jazz más jóvenes podría ser su carácter múltiple, fruto de un impulso que suele etiquetarse como ecléctico. Hubo un momento glorioso en que la escena se pobló de improvisadores inteligentes que escribían música para distintas bandas con estilos aparentemente dispares, y que se negaban a someterse a una jerarquía. Si Miles Davis pasó por determinadas fases, dejando huella tras de sí y luego avanzando, Corea ha sido capaz de recopilar experiencias como llaves en una cadena, en la creencia de que alguna de ellas podría volver a ser útil algún día. Ahora ha vuelto a operar con la llave maestra inicial.