La pregunta de si los periodistas son intelectuales, inédita en cualquier otro país y planteada expresamente por el ensayista y politólogo Alain Minc, tuvo una fácil respuesta en Francia, donde no ha habido un intelectual desde la primera mitad del siglo XIX que no haya dirigido un periódico o algo parecido bautizado como tal. En algunas ocasiones sirvió para elevar el nivel del periodismo, otras para influir decisivamente no solo en la opinión pública, también en las élites políticas de la República.

Pierre Mesnard, célebre por sus tesis sobre Jean Bodin, al igual que él propagandista de la Legión Francesa y defensor de las leyes de Vichy, tenía a Petain como un hombre providencial y a Charles de Gaulle como el anticristo. A sus alumnos de Filosofía de la Universidad de Argel les dijo que si aspiraban a ser franceses deberían alejarse de sus planteamientos políticos para no tener que renunciar a ese honor. A partir de ese instante, ante la disyuntiva de estar con De Gaulle o contra él, cinco jóvenes colaboradores de una revista llamada Esprit se pusieron a soñar con aquel apellido que unía la grandeza y la libertad de la patria en la forja de unos nuevos ideales.

Entre ellos se encontraba Jean Daniel, judío nacido en la colonia. No mucho tiempo después, durante la guerra de Argelia, tendría la oportunidad de oponerse al hombre que Francia había elegido como salvador. No lo hizo, como él mismo cuenta, por las prevenciones que alimentaban hacia De Gaulle figuras como Mendès France, su maestro, sino por las expectativas que había despertado la fe en el General.

En el conflicto de Argelia, Daniel se situó frente a los suyos, al lado de Mauriac y de Malraux, y discrepando abiertamente de otra persona que había supuesto el sol y el orgullo de su juventud: Albert Camus. Por causa de la guerra entre Argelia y Francia, vivió alejado del autor de El primer hombre. Cuando este último recibió el premio Nobel le aseguró que, a pesar del distanciamiento, su admiración por él permanecía intacta. "Lo importante es que los dos estemos desgarrados", le respondió Camus. Aquellas palabras le impresionaron profundamente. No solamente eso, supusieron una lección que siempre tendría en cuenta: "Me conmovió al máximo. No solo porque en la evocación de ese sufrimiento común volvía a encontrar una vitalidad fraterna, sino porque comprendía que ahora aceptaba que de la unión de dos pensamientos discordantes podía surgir una verdad y porque con ello renunciaba a ser el único en tener razón. No puedo evocar ese recuerdo sin sentir un estremecimiento de gratitud", escribió.

Pero primero hubo un momento que los caminos de Daniel y de su amigo fraternal Camus se separaron. Mientras el primero se acercaba al poder para gozar de sus halagos e influir en él, el segundo empezaba a despeñarse en la búsqueda solitaria de la verdad con la que se enfrentaba al fanatismo y al absolutismo mientras, otros intelectuales adoptaban con respecto a él una postura cómoda cuando no colaboracionista. Aún así, en los instantes de reflexión relativista, el fundador de Le Nouvel Observateur jamás se olvidó del escritor con quien había compartido magisterio en los viejos tiempos antes de que Argelia trazase una línea divisoria entre argelinos.

La soledad es un lastre. Camus no combatió bien. No supo estar en la historia, como se suele decir frente al rodillo estalinista y los epígonos de Sartre que no le dieron respiro. Daniel, en cambio, manteniendo su independencia al precio que quiso pagar, fue un especialista lúcido en saber nadar y guardar la ropa.