Adela Cortina derriba protocolos: sale a la entrada de la Fundación Etnor, en Valencia, de la que es directora académica, con la sonrisa puesta. Es difícil hacérsela perder. Este despacho, el de la Universitat de València y su casa son los tres lugares por donde transita su vida de catedrática emérita, que significa que continúa dando algunas clases de posgrado, pero "muy poquito, muy poquito". Una lástima, porque "siempre me ha gustado compartir las pocas cosas que sé", dice. Aún así, su existencia ha cambiado poco: acumula compromisos, charlas, conferencias, artículos y le continúa costando encontrar tiempo para leer todo lo que le gustaría. La discípula de la ética del diálogo de Habermas y Karl-Otto Apel prefiere continuar sin teléfono móvil. Tendrá ventajas, afirma, pero "más que una obligación, es una adicción".

La revolución digital ha tenido un impacto tremendo. ¿Su trascendencia es tanta como la de la imprenta?

Yo lo veo así. Esta tercera revolución industrial es tan importante como la de la imprenta: está cambiando nuestro modo de escribir, pensar y me temo que de vivir. Tiene ventajas, pero también inconvenientes. Aquella pregunta de si internet nos está haciendo más estúpidos o al menos superficiales me parece pertinente. Cada vez nos cuesta más leer un libro o un artículo entero.

Somos la generación fragmentada.

Vamos picando de aquí y allá entre tantísima información. Es algo abrumador cuando estás tratando cualquier tema y haces una búsqueda en internet. Se comprende que rara vez leamos un libro hasta el final.

Nota mucha diferencia entre los jóvenes de hoy y los de otras épocas.

De los jóvenes hay que decir cosas para bien y para mal. Hay mucha más facilidad para obtener información, aprender idiomas, organizarse viajes... Pero precisamente por eso la superficialidad es un riesgo, porque para conocer algo a fondo hay que dedicar reflexión y tiempo. Y después, con excepciones, se han encontrado un mundo más sencillo, que sus padres se han trabajado para ellos, y muchos no se dan cuenta de que hay que mantenerlo y ganarlo. Esa cultura del esfuerzo se ha perdido bastante.

Se suele decir que la tragedia de la sociedad actual es que los jóvenes vivirán peor que sus padres por la precariedad laboral.

Los de mi generación hemos estado acostumbrados a ir progresando en todo: de la dictadura a la democracia, algunos subieron de los niveles más bajos a ser profesores de instituto y de universidad. Eso se ha detenido y la precariedad es el pan nuestro de cada día. Es dramático, porque una persona no puede organizar su vida sin saber de qué medios va a disponer. Esa debería de ser una de nuestras preocupaciones fundamentales: asegurar para los jóvenes empleo estable es de primera necesidad.

¿Entonces, este mundo de 2020 lo sobrelleva, lo entiende o le enerva?

Todo lo nuevo me parece un desafío. De hecho, en los últimos tiempos he entrado en temas de inteligencia artificial. Es espectacular. La inteligencia artificial lleva a pensar qué es la inteligencia humana, la memoria, el sentido moral. Con la inteligencia artificial he aprendido que los seres humanos tenemos la capacidad del sentido común. ¡Qué obviedad! Pues no, porque los sistemas inteligentes no tienen inteligencia general, sino sólo parcial. Deep Blue es capaz de ganar a Kasparov al ajedrez, pero sólo sabe jugar a eso.

Sin necesidad de sentido común.

No tiene, porque el sentido común necesita inteligencia general. Con ella, en los contextos concretos, tomas unas decisiones u otras. Yo creo que habría que cultivar enormemente el sentido común y la inteligencia general en las personas, porque te puedes encontrar personas geniales en un determinado ámbito y que en la vida cotidiana no aciertan ni una sola decisión.

En el consumo, por ejemplo.

El consumo debe ser libre: que consuma aquello que quiero y no lo que me están vendiendo continuamente. Tiene que ser justo, porque mis decisiones de consumo tienen consecuencias en los demás. Y tiene que ser felicitante, porque un consumo que ata a las personas no lo es. Ahora hay una ventaja. Los jóvenes cada vez desean menos poseer y más disfrutar. En eso creo que son muy inteligentes, porque todo lo que compras representa una carga: mantenerlo, pagarlo...

El mundo de hoy también es un mundo con muchas menos ataduras en las relaciones personales, más inestable.

Yo distinguiría los vínculos interpersonales y la relación con las cosas. Hay una diferencia fundamental y habrá que seguir manteniéndola.

Pero también nuestras relaciones personales son diferentes, cambian mucho más.

Efectivamente. Y así como con las cosas me parece que no hay por qué atarse a ellas toda la vida, con las personas creo que es importante darse cuenta de que los vínculos son fundamentales para una vida feliz. Una cosa son las ataduras que no se pueden romper de ninguna manera. Eso me parece desgraciado. Pero todos tenemos vínculos históricos con gente con la que hemos vivido ocasiones muy importantes. Me estoy refiriendo a la amistad y al amor.

¿La familia es un bien a preservar? Lo digo por la comparación con Estados Unidos, donde se rompe mucho más.

En España y en el sur de Europa la red familiar es fundamental. En las encuestas de valores de los jóvenes se sitúa entre el primer y el segundo lugar, porque la familia es la red que los protege cuando no tienen trabajo o están en una situación de tristeza. La familia es un vínculo protector.

¿Es por la tradición católica?

Pesa muchísimo, evidentemente, porque el peso de los siglos es muy importante, pero me refiero al valor de los vínculos para todo tipo de vida. La clave del cerebro moral es el vínculo, en principio de madre a hijo. El neoliberalismo ha defendido un individualismo que es falso, es pura ideología. Los seres humanos no somos individuos aislados que nacemos como setas y un buen día decidimos reunirnos, sino que nacemos en vínculo: el familiar, el de la escuela, el de la proximidad. Los vínculos nos constituyen. Por eso hay que protegerlos. Esa es en muchas ocasiones la clave de la felicidad. El individualismo es falso, lo han inventado.

¿Con qué fin?

Porque quieren a la gente más desprotegida. Lo ideal para un dictador o un personaje totalitario es romper vínculos. Cuando hay una trama de relaciones y asociaciones, un totalitario lo tiene mucho más difícil. Al neoliberalismo le encantan los individuos aislados: cada uno trata de maximizar el beneficio y arrojar a todos los demás del escenario. La inteligencia de Europa ha sido seguir manteniendo esa idea de los vínculos y su capital social.

Es una frase fácil, pero ¿son malos tiempos para la ética?

No. Estamos de actualidad. De ética se habla por todas partes: de la empresa, de la inteligencia artificial, del desarrollo, bioética. Está archipresente.

En la teoría, porque en la práctica... Pienso en la corrupción.

Eso es harina de otro costal. En la práctica realmente está un poco en precario, porque hay muchos intereses y resulta muy difícil pensar que hay otros que están siendo dañados por unas decisiones egoístas. Lo vemos todos los días.

¿Una catedrática de Ética está orgullosa de todos sus actos?

No, por Dios. Sería absolutamente acrítica y estúpida. Para nada.

¿Cómo es su relación con el pasado? ¿Hay que saber perdonarse?

Por supuesto. Cuando era muy joven me dije que nunca intentaría justificarme. Más vale darse cuenta de lo que ha pasado e intentar perdonarse, pero saber lo que no estaba bien. Hay que intentar decirse lo más posible la verdad y después darse cuenta de que las personas fallamos continuamente y saber en qué para no repetir.

Ahora se habla mucho de posverdad, de que importan más las emociones que la verdad científica.

La posverdad me pone muy nerviosa, porque decir lo contrario de lo que se piensa con intención de engañar es sencillamente mentir. Y te dicen que funcionan esas mentiras porque hay quienes están deseando aceptarlas. Y no. Siempre ha habido gentes que están deseando que les cuenten las cosas de una manera para quedarse satisfechas. Eso se llama bulo.

Las personas somos cómodas, nos gusta quedarnos en el espacio de ideas al que nos hemos habituado.

Es una especie de mecanismo de supervivencia. Nos encontramos mucho más a gusto con aquello que fuimos aprendiendo desde la infancia, el mundo en el que nos hemos ido socializando.

Desde ese punto de vista, la autocrítica es el elemento clave para romper los círculos cerrados.

La autocrítica es clave: la conciencia, la reflexión, lo que hacían los clásicos. Es uno de los temas que me preocupa con la extimidad: esta época de exterioridad en la que siempre estamos en redes pero en la que no se profundiza. La gente pone fotos, pero hay algo muy importante que es la intimidad.

Mirar hacia dentro.

Hay que hacerlo, porque si no se mira hacia dentro de vez en cuando, en solitario o dialógicamente, al final no tienes libertad, porque estás en las manos de otros. Decide el contexto o el último bulo. La libertad es algo muy duro que hay que conquistar con capacidad de reflexión. No quiere decir encerrarse, sino tomar las decisiones desde dentro.

Eso de que somos libres desde que nacemos. Una frase bonita...

Hay que trabajarla. La expresión 'No somos libres de dejar de ser libres' quiere decir que tenemos que decidir.

Habla de superficialidad y 'extimidad': ¿los rasgos de este tiempo convulso?

Es lo que me temo. No hemos aumentado tanto el poder de comunicación como el de conectividad. Nos quedamos en ese mundo un poco superficial de las redes y eso nos lleva a perder humanidad. Séneca decía que el ser humano tiene que ser el artífice de su propia vida y para ello hay que saber qué se quiere. Y eso es muy difícil.

¿Es consecuencia de esa 'extimidad' el hecho de que la moderación esté en crisis y avancen las posiciones extremas?

La moderación no está de moda. Lo están la polarización y los discursos del odio. Pero a lo largo de la historia ha habido de todo esto. Estamos en el mejor momento si comparamos. Yo sí creo que ha habido un progreso. Por eso es lamentable que, en vez de utilizar los nuevos medios para crear mayores situaciones de felicidad y concordia, los estamos utilizando para lo mismo que en la Edad Media: la polarización y el descrédito del otro.

¿El populismo es la peor cara de la política?

La peor cara, no, pero es uno de los grandes problemas de nuestro momento. En realidad no es ni de izquierdas ni de derechas, sino una estrategia de acción. Puede ser populista Trump y también Maduro. Pero sí, hay toda una lógica de acción nefasta, que consiste en dividir el pueblo entre nosotros y ellos, y eso lo hacen de un color y otro. El nosotros suele ser una posición supremacista, los otros son inferiores. Esa distinción entre los correctos, morales, y los otros es destructiva del mundo democrático.

¿Es trasladable esa idea al nacionalismo?

Desde mi perspectiva, sí. La humanidad es un nosotros absolutamente universal. Una cosa es tener cariño a la propia tierra y otra cosa es ese nacionalismo que rompe y que en el siglo pasado fue nefasto.

¿Cuál es su patria?

El concepto de patria no lo tengo muy claro, la verdad. Creo que pasa a los de mi generación.

Eso tal vez es positivo.

Bueno, me siento absolutamente valenciana, española, europea, iberoamericana (América Latina me es muy cercana) y me siento ciudadana del mundo. Soy una matriuska: me siento bien en todos esos niveles, pero me negaría a priorizar. El concepto de patria no me ayuda a construir nada. Me siento cosmopolita, aunque hay que ir con cuidado, porque antes era aquel que se sentía ciudadano del mundo y no se responsabilizaba de los asuntos locales. Lo oportuno es un cosmopolitismo arraigado.

Más arraigada que la pobreza cercana, pocas cosas. ¿Tendemos a vivir de espaldas a la pobreza porque la clase media gira la espalda a una realidad que teme como un futuro posible?

Me preocupa enormemente el rechazo al pobre. Y la pobreza no sólo es económica. El acoso escolar me pone enferma. El niño acosado es el pobre en ese momento. Relegar al que está peor situado es indignante. En estas sociedades del contrato queremos que nos ayuden y buscamos a los que nos pueden dar algo a cambio. Cuando aparece alguien (el inmigrante, el refugiado, el acosado) al que parece que si me acerco mucho me van a excluir, nos alejamos. Está metido en nuestro cerebro y hay que acabar con ello. Otro capítulo es qué pasa con la pobreza económica. Durante mucho tiempo se estudió la pobreza como algo inevitable, pero el Estado del bienestar dice que tenemos derecho a no ser pobres. Habría que ponerlo en todas partes. La gente tiene derecho a que la sociedad le ayude a no ser pobre.

¿Esa sería la función básica de la política: atender como sociedad lo que no hacemos como individuos?

Exactamente. La política tiene que ocuparse de la justicia y no de la felicidad. Cada persona trata de buscar esta según sus características y posibilidades.

Hay partidos que prometen la felicidad de las personas.

Es una tontería. La felicidad es una opción personal, pero la justicia es una obligación de la política y de los ciudadanos. En el siglo XXI, cuando hay medios suficientes para que nadie sea pobre, es una obligación de la política intentar que nadie sea pobre si no lo es voluntariamente.

Hemos avanzado mucho en reducción de la pobreza.

Hemos mejorado, pero hay una cantidad apabullante de pobres teniendo en cuenta los medios de hoy.

¿Nos faltan intelectuales en comparación con siglos pasados, cuando tenían mucho peso en la sociedad? No sé si ese papel se ha difuminado.

Más que difuminado es que, como decía Aranguren, se ha democratizado. Hay muchos más intelectuales, pero por la superabundancia de información es muy difícil detectar cuáles son los que realmente están aportando algo interesante. Aparecen una cantidad de publicaciones que todo el mundo cita y luego ves que son flojísimas.

¿Cómo lleva la palabra Dios? ¿Le ha ayudado?

Sí. Dios es algo muy importante. Que Dios exista, y ojalá exista, sería una buena noticia por muchas razones. Una muy importante es para que la injusticia no sea la última palabra de la historia. A lo largo de la historia hay cantidad de gente que ha padecido la injusticia. ¿Y será posible que no haya para ellos ningún tipo de redención? Eso invita a trabajar más activamente para que la injusticia no se cometa. No se trata de decir que ya se arreglará.

¿Su relación con la religión ha evolucionado desde joven o se mantiene más o menos igual?

Ha evolucionado. Me eduqué en un colegio religioso y siempre he tenido una buena relación on el tema religioso, porque lo he visto desde la perspectiva de la justicia. Otras, como el prohibicionismo, me parecen desenfocadas. No tienen nada que ver con una vida plenificante, que es lo que debería buscar la religión. Esta tiene que ser la respuesta a un trabajo cotidiano por la justicia. Dios estaría en el terreno de una esperanza por la que hay que trabajar: la esperanza de un mundo futuro en que la injusticia sea borrada.