Con emoción, con esa congoja tierna y difícil de domesticar que necesariamente lleva a humedecer la mirada, Joaquín Espinosa Boissier cuenta que jamás olvidará las últimas palabras que le dijo su padre: "Pórtate bien, y dile a tu abuela de mí parte: que no te haga un niño mimoso ni maleducado". Ese fue el consejo certero y sereno de quien sabía que le quedaba poco tiempo, y quiso aprovechar aquel instante. Allí sentado cerca de él, al borde de la cama, con apenas 5 años, el mayor de sus hijos que había venido a despedirse pudo escuchar aquellas frases que han supuesto tanto en su vida. Joaquín Espinosa Boissier reconoce que aquel momento jamás se ha borrado de su mente, "puede que no me acuerde de cosas que me pasaron con diez años, pero de aquel día, me acuerdo perfectamente, y de otras cosas que hice con mi padre: cómo jugaba conmigo y me llevaba con él cuando iba de excursión al Teide".

Para el que fuera durante 20 años decano del Colegio de Abogados de Las Palmas de Gran Canaria, hablar de su padre supone volver a recordar a alguien que se quiere tanto, que se admira, cada día un poco más, y que se fue demasiado pronto para todos. También para el grupo selecto de admiradores empedernidos que sienten auténtica fascinación por su literatura.

Agustín Espinosa (23 de marzo de 1897, Puerto de la Cruz-28 de enero de 1939, Los Realejos) tuvo tres hijos, aunque sólo pudo ver y disfrutar de dos, de Joaquín y Fernando, el más pequeño, al que también llamaron Agustín, nació dos meses después de su muerte.

Si la figura del escritor maldito, del surrealista perseguido, sobre todo después de publicar su novela Crimen ha pasado a la historia a través de una nebulosa, de incontables intentos de enterrar su magnífica obra, aquellos que le quisieron y también sus devotos admiradores han tratado de sacar a flote su grandeza y la de sus libros. De aquel caballero recto del norte de Tenerife, que era capaz de escribir las palabras más hermosas, y más descaradas para la época, mostrarse como el compañero de generación más divertido como atestigua el gran crítico literario Domingo Pérez Minik y también tener tiempo para jugar con sus hijos, y llevarlos de la mano cada vez que podía. Así era él, así de diverso, de ejemplar y de carismático. Cuenta Joaquín Espinosa Boissier que muchos de los alumnos que tuvo su padre han querido parecerse a él, "esto supone algo", lo dice y sonríe. Lo dice y vuelve a rescatar como si lo hubiera vivido ayer, aquellas anécdotas curiosas que conserva como pequeños tesoros.

Un hombre recto

Sentado en uno de los sillones de la galería de autoridades de la sede del Colegio de Abogados de Las Palmas de Gran Canaria, Joaquín Espinosa vuelve a aquellos años, a la niñez, a aquel día en que iba con su padre en una guagua y un golpe de viento le quitó el sombrero. El instante tuvo su gracia: "Hizo al conductor que se parara, y se bajó a buscarlo". Lo poco que pudo disfrutar de su compañía lo mantiene a buen recaudo, sigue intacto. Son apenas las anécdotas vividas por un niño entre los cuatro y los cinco años. Y se agarra a ellas, como cuando estuvo en La Palma, en 1939, ya le habían quitado la cátedra a su padre y se estaban quedando en un hotel a las afueras de Santa Cruz, "creo que ese hotel lo compró el diseñador Manolo Blahnik, ahora es su casa, pues allí nos quedamos, después se puso enfermo".

Se acuerda de que su padre siempre fue un hombre recto. "En aquel hotel había unos alemanes y a mí me resultó gracioso cómo hablaban y me reí, cosas de chicos, entonces mi padre me obligó a que fuera a pedirles disculpas, él era así".

La figura alargada, emblemática de aquel escritor maldito. Perseguido por los falangistas por pornográfico y blasfem, se transforma a través de los ojos de sus hijos en una persona afable, cariñosa y también estricta.

Con el tiempo, las palabras de los otros y la verdad de sus obras, vuelven a poner las cosas en su sitio. Agustín Espinosa emerge como uno de los escritores más importantes del siglo XX. Su novela Crimen (que Siruela acaba de reeditar) como la primera gran narración surrealista. Aquella que le valió halagos y también, como dijo Pérez Minik, "todos los insultos".

Indagar en su trayectoria literaria representa enfrentarse a una verdad absoluta, a su valía reconocida por otros autores contemporáneos y posteriores. Él fue la avanzadilla, la punta de lanza del surrealismo. En sus narraciones se detecta la prosa, y la poesía. Todo puede ser un relato o un largo poema que trasciende cualquier barrera. Sus hijos con el tiempo aprendieron a descubrir y a darse cuenta de quién era, de quien fue en realidad el gran artista de su casa, y de sus vidas.

El Obispo de Sión

Tanto Joaquín como Agustín reconocen que ha sido a través de otros, de las palabras de críticos literarios y de amigos poetas como han logrado unir los hilos inconexos y llegar a formarse una imagen de lo que fue el gran Espinosa como genio de la literatura.

Joaquín reconoce que le hubiera encantado que ese valor que ahora se le da a su padre le hubiera llegado antes. Hasta ellos llegó de manera leve ese acoso, esa persecución de la que fue objeto y que siguió después de su muerte.

El que fuera decano del Colegio de Abogados de Las Palmas de Gran Canaria recuerda, ahora ya sin sobresaltos, que un profesor de Inglés del Colegio Viera y Clavijo donde cursó el Bachillerato al leer su nombre y darse cuenta de que era hijo de Agustín Espinosa le dijo: "A usted no lo aprueba ni el Obispo de Sión". Dice que esa respuesta lo dejó muy impresionado. Afortunadamente el director del centro al enterarse de lo que había dicho y pretendía hacer este docente le aseguró al entonces joven Joaquín Espinosa Boissier, que no se preocupara y que no hacía falta que pasara por esa clase, la tenía aprobada.

En la casa de los Boissier no se hablaba sobre la obra de Espinosa. Su madre decidió que era mejor para todos seguir con sus vidas pero no detenerse en esa parte de la historia que tanto daño había causado a su padre. Hablaban de sus cosas, de su buen humor, pero no de su literatura.

Tal vez por eso, cada día, cada momento es bueno para que los hijos de Agustín Espinosa sientan como pequeños triunfos los nuevos empujes, la publicidad que se hace de la obra de su padre. La nueva edición de Crimen publicada por Siruela, y la próxima reedición de Lancelot son para la familia uno de esos pequeños grandes actos de justicia que se le debe a un autor tan perseguido y amordazado. Y así, al final, el secreto de la literatura del siglo XX que representa la trayectoria literaria del canario Agustín Espinosa ve la luz.