La última vez que el mundo entró en la tercera década de un siglo, los Estados Unidos recibían la Ley Seca sentados sobre un barril vacío sin saber cuándo volvería a llenarse. La Prohibición se asocia estrechamente con los años veinte, pero sus semillas se plantaron un siglo antes, cuando un movimiento nacional inspirado en la sobriedad y la templanza comenzó a denunciar el alcohol como la causa principal de los males sociales, la pereza, la promiscuidad y la pobreza. Eliminen la bebida, dijeron, y los estadounidenses serán personas más felices, saludables y prósperas. El movimiento ganó fuerza con el cambio de centuria, en buena medida gracias a los grupos de mujeres que vieron en la abstinencia una forma de combatir la violencia doméstica. El 16 de enero de 1919, más de un año antes de que estas pudieran votar en todo el país, los abstemios alcanzaron su objetivo: la ratificación de la Decimoctava Enmienda, que prohibía la "fabricación, venta o transporte de licores intoxicantes" en cualquier parte de Estados Unidos. Se refería específicamente a comprar o transportar alcohol, en cambio no decía nada sobre beber el que se almacenaba en los hogares. Aumentaron las bodegas familiares que cubrían el hueco que no llenaba la proliferación de locales clandestinos, los llamados speakeasy.

No era ilegal conservar el alcohol que ya se poseía aunque resultaba imposible controlar desde cuándo. Más aún en el caso del presidente Woodrow Wilson. En un famoso artículo publicado por la revista On Tap, Garrett Peck, autor de The Prohibition Hangover y coorganizador de Speakeasy Ball, que llegó a promocionar el famoso espectáculo de las Gatsby Girls, escribió: "Considerando que la venta de alcohol era ilegal después de 1920, es un poco curioso cómo una botella de champán de 1928 y otra de Cointreau de 1922 pasaron a formar parte de una bodega particular. Aunque sabemos que la señora Wilson era una mujer muy bien relacionada".

La Ley Seca recibió también el nombre de Ley Volstead, por el presidente del Comité de la Cámara de Representantes sobre Asuntos Judiciales, que supervisó su aprobación. Hay quien asegura que Andrew Volstead, pese a ser un republicano esclavo del puritanismo, jamás se habría atrevido a promulgar algo así si hubiera dependido exclusivamente de él. Pero una vez puesto en marcha el mecanismo, sacó pecho y dijo: "El demonio de la bebida hace testamento. Se inicia una era de ideas claras y limpios modales. Los barrios bajos serán pronto cosa del pasado. Las cárceles quedarán vacías y las transformaremos en graneros y fábricas. Los hombres volverán a caminar erguidos, sonreirán las mujeres y reirán los niños. Se cerraron para siempre las puertas del infierno".

Nada más lejos de la realidad. Cuando finalmente se derogó en 1933, de la Ley Seca solo quedaba un rastro de ineficacia, ruina y crimen. La fabricación y venta ilegal de alcohol funcionó a gran escala. El crimen organizado aprovechó su oportunidad: el contrabando fue controlado por la mafia, que se hizo rica y poderosa gracias al comercio ilícito de licores. Sobornaron a policías y políticos. Mientras tanto, en Chicago, Al Capone ingresaba aproximadamente 60 millones anuales de dólares con sus operaciones clandestinas. Pero también fueron consecuencia de la Prohibición el club nocturno, la lancha rápida, la difusión del jazz, el cóctel y grandes dosis de buen cine de gángsteres y literatura.