La idea es captarles tal como son hoy en día; sin plumas o disfraces. Siempre me han parecido ridículas esas fotos con trajes tradicionales impostadas, donde el autor trata de hacernos creer que se los encontró así en la calle. En el sudeste de Asia, quedan muy pocos que sigan llevando ese atuendo y he tenido la suerte de encontrar algunos. Eso sí, para verles hay que adentrarse mucho, pero mucho. La norma es si hay una empresa que hace un tour para llevar turistas hasta ahí no son reales. Capturo realidades, si visten traje tradicional a diario, bien y si visten vaqueros y camiseta, también. Imaginen que alguien viniese a Canarias para fotografiarnos como pueblo y nos pidieran que nos pusiéramos el traje de mago.

Cuando te planteas un proyecto a tan largo plazo la idea inicial va cambiando porque tú vas cambiando. Lo que aprendes por el camino va modificándolo todo. Es inteligente ser flexible. Esto empezó en Myanmar y la idea era fotografiar a todos los grupos étnicos del país pero el gobierno decidió que no le gustaba y después de más de cinco años recorriendo cada rincón del país, me deportaron.

Con esas cartas sobre la mesa y con la financiación de Fujifilm Europa en mi cuenta corriente tuve que dar un golpe de timón que me ha llevado ha donde estoy hoy. Solo Indonesia tiene más de seiscientos grupos y tribus así que fotografiarles a todos era misión imposible. Me propuse representar cada país con la etnia mayoritaria y cuatro minorías, seleccionadas por sus peculiaridades o por estar seriamente amenazadas con desaparecer.

Fujifilm, a parte de la financiación para concluir el proyecto, me proporcionó un equipo de formato medio digital que acababan de lanzar al mercado. Un auténtico salto cualitativo en el sector. En mi primer viaje para ellos, me dejaron una GFX50s y tres ópticas. Un GF 110mm f/2 para los primeros planos, un GF 63mm f/2.8, que equivale más o menos al ángulo de la visión humana y un zoom 32-64mm para tener algo de versatilidad en momentos donde necesitas actuar rápido.

En este viaje, decidí volver a mis raíces y cambié algunas partes del equipo. Elegí una Fujifilm GFX50R, más ligera y con el mismo sensor. Un GF 45mm f/2.8 para los planos generales y algún paisaje, repetí con el GF 63mm f/2.8, mi óptica favorita y sustituí el teleobjetivo corto por el nuevo GF 120mm f/4 macro para los primeros planos y algún detalle. Reduje bastante el peso con estos cambios.

También cargo un equipo de flashes portátil. Después de probar muchas opciones me decidí por un Godox AD200, que con la lámpara de estudio me proporciona casi 200W, con un tamaño sorprendentemente reducido. Con las maletas hechas me subí a una báscula y sumaban treinta kilos, una auténtica barbaridad. Pero no podía prescindir de nada con los planes que tenía.

Volví a Luang Prabang, desde Phongsali, Laos, porque se me metió en la cabeza representar a los Lao con la imagen de un policía. Laos es un país comunista y el cuerpo de policía tiene un aspecto muy soviético, así que me pareció buena idea. El sábado por la mañana llegué a la ciudad después de catorce horas en guagua y siete kilómetros andando, con mis treinta kilos a la espalda. Tenía dos opciones, helarme en la calle a las cuatro de la mañana o andar.

Pregunté en la calle Sisavangvong buscando por alguien que tradujera para mi y después de un rato encontré a alguien dispuesto pero que me advirtió: "te ayudo pero, la policía no trabaja los fines de semana y además el lunes es fiesta nacional, hasta el martes nada". Imaginen la cara que se me quedó. Estas son las situaciones surrealistas por las que no podemos prever cuanto nos llevará un viaje en otro planeta, como es Asia. Había estimado que mi viaje duraría tres meses y creo que acabaré en cuatro.

El martes hablé con el jefe de la policía y me respondió con un rotundo ¡No! Aquí acabó todo.

Mi método de trabajo es sencillo, una vez elegido al sujeto y el fondo, coloco el flash a 45 grados tanto en horizontal como en vertical, a veces desde donde viene la luz otras lo utilizo de relleno, depende del dramatismo que quiera imprimir. Después de una pequeña prueba de luz comienzo la sesión. Nunca les digo que posen, simplemente dejo que fluya todo, hablando con ellos. Intento captar su esencia, sin obligarles a hacer nada artificial. Con esto, no quiero decir que hacer posar no sea correcto, lo he hecho en otras ocasiones, pero en este proyecto lo que busco es algo más natural y profundo.

Cuando salgo a cazar casi nunca cargo todo el material, sino que teniendo claro dónde y qué me voy a encontrar decido. Puede parecer arriesgado pero la experiencia te da esa habilidad. Documentarse bien sobre qué vamos a ver es fundamental para reducir riesgos. Normalmente, puedes saber que grado de experiencia y seguridad en si mismo tiene un fotógrafo, solo mirando cuanto equipo carga.

Cuando disparaba con carrete, un problema habitual eran los rayos X en los aeropuertos, son acumulativos, así que en un viaje largo, los carretes pueden acabar inservibles. Hoy día, hay otras cosas de las que preocuparse. Tras los atentados del 11S, un montón de países implementaron sus medidas de seguridad, cada cual más imaginativa. En Sarawak, por ejemplo, no se puede viajar con paraguas en el avión, en el resto de Malasia sí. Supongo, que los oriundos de la isla deben tener algún arte marcial que desconozco, que les hace letales con un paraguas en la mano. En Indonesia no se puede viajar con trípode en avión, tienes que facturarlo por pequeño que sea. En la mayoría de las compañías aéreas, no puedes facturar baterías o pilas, esto se lo debemos a Samsung y su teléfono explosivo. En Filipinas no puedes facturar ningún tipo de material electrónico, aunque no tenga baterías, eso incluye las cámaras.

Hay un montón de pequeñas cosas que hay que tener en cuenta. Por ejemplo, el peso máximo en cabina suele estar entre 7 y 10 kilos, así que lo que hago, puesto que mi mochila pesa más, es llevarme una chaqueta llena de bolsillos, en plan Inspector Gadget (los menores de treinta que lo busquen en YouTube) y ahí meto ópticas, flash, baterías, etc... y la cámara al cuello. A veces puede resultar ridículo, sobre todo a más de 30 grados pero, es la única manera que he encontrado para que no me cobren sobrepeso por el equipo.

Llevar baterías externas siempre es una buena idea, eso me ha salvado en varias ocasiones, como en el oeste de Myanmar, donde encontrar un enchufe puede ser muy complicado y si lo encuentras puede que haya electricidad solo un par de horas al día.

Nunca digo que soy fotógrafo profesional hasta que tengo la confianza suficiente con las personas que contacto; los gobiernos aman a los turistas, pero tienen pánico a los periodistas, así que, para evitar suspicacias que puedan acabar en deportación, como ya me ha pasado en China o Myanmar, miento. También, con el tiempo, me he dado cuenta de que es inteligente mentir en cuanto a mi estado civil o mi religión. Los asiáticos son muy tradicionales y les cuesta entender que alguien con mi edad, no tenga esposa e hijos y que no siga ninguna religión, así que también miento en esto. Me ha ido mucho mejor así.

Cuando subí de Ho Chi Minh a Pleiku o en tantos otros viajes largos en guagua como tengo que llevar el material encima porque las guaguas van atestadas de gente, gallinas, cajas de cartón e incluso bombonas de butano, para suavizar un poco la situación, llego muy temprano a la estación y así puedes elegir sitio y colocar la mochila en un lugar donde no me moleste demasiado.

Es duro viajar solo, somos seres sociales y cuando viajas durante tanto tiempo sin compañía, los cambios de humor son constantes, te descubres pensando en voz alta a menudo y cuando caes enfermo, la depresión acecha en la siguiente esquina. Una canción, una imagen o una llamada, puede hacer que te derrumbes mucho más fácil de lo parece. Recuerdo un febrero, en el que llevaba meses de viaje y un amigo me envió por Whatsapp el pasacalles de los Bambones y me preguntó si volvería para Carnaval. Lloré como si hubiera muerto un familiar. Imaginen que sencillo es venirse abajo. Todo se magnifica, lo bueno y lo malo y se pierde perspectiva con facilidad. No tengo un método para evitar esto, solo salir a la calle y disfrutar de lo que tienes delante.

Una de esas tardes de moral baja, lidiando con el cabezacuadradismo Laosiano, lo que demuestra que el mundo es un pañuelo, me encontré en una cafetería a Ankor Ramos y su pareja Aridian, güimareros. Había conocido a Ankor en un taller que impartí en Madrid hace años y al que él asistió, sin saber que yo era canario. Pasamos unas horas juntos, contándonos batallitas y al día siguiente fue su cumpleaños, así que brindamos con un par de BeerLao y unas pizzas. La verdad, esto me recargó las pilas para afrontar la recta final del proyecto.