CD Tenerife

Crónica de un desastre total en el CD Tenerife

Todas las decisiones adoptadas en el club desde 2022 derivan del contrato secreto firmado aquel año

Visita del CD Tenerife al Papa Francisco.

Visita del CD Tenerife al Papa Francisco. / El Día

Manoj Daswani

Manoj Daswani

Santa Cruz de Tenerife

Han acontecido tantos sucesos extraordinarios (algunos también estrafalarios) en el último trienio en torno al CD Tenerife que a veces resulta difícil identificar dónde está el verdadero origen de sus grandes males y desgracias.

Hasta septiembre de 2022, el representativo era un club con sus cuentas saneadas, ávido de alcanzar cuanto antes la máxima categoría -no la pisaba desde 2010, cuando cayó en un aciago domingo de fútbol en Mestalla- y que tenía aún reciente una de sus tardes más memorables en el Heliodoro Rodríguez: la final de un playoff perdido contra el Girona, pero que dejó en el tinerfeñismo un momento icónico con el graderío completo cantando el recién estrenado himno del Centenario en una imponente demostración de orgullo, pasión y unidad.

Desgaste

Aunque existía un evidente desgaste en la reputación pública del presidente Miguel Concepción Cáceres, el del mandato más longevo en la historia del club (2006-2022), las verdaderas urgencias del empresario palmero nada tenían que ver con la casi unánime opinión pública respecto a su etapa mediocre; y sí con la obligación de abandonar su cargo por imperativo legal.

La comisión de un delito de estafa a través de su ya desaparecida compañía aérea (Islas Airways, por simular viajes de residentes canarios y recibir subvenciones), hacía inviable su continuidad en el cargo por la inhabilitación que estaba a punto de caer sobre sus hombros; pero además estaba absolutamente necesitado de recursos económicos -en dimensiones millonarias- para hacer frente a la cuantiosa multa que le iba a caer en la sentencia judicial correspondiente.

Así que Concepción vendió. Se deshizo de buena parte de sus acciones del Tenerife, y lo hizo sin pensar demasiado a quién y cómo. Un encuentro en su finca de Arico había recompuesto su entonces muy mala relación con José Miguel Garrido, un especulador madrileño deseoso de aterrizar en un club de fútbol español.

Su plan era estar no más de cinco años. «Porque luego estaremos en otro sitio», fanfarroneaba el expresidente del Albacete en sus conversaciones con los grandes accionistas blanquiazules. En realidad, se refería a su onírico y anhelado desembarco en Inglaterra, donde la Premier le cerró las puertas cuando quiso comprar el Wigan.

Trasvase accionarial

A Garrido le había atraído a la Isla un exdirectivo del club, Corviniano Clavijo, con quien había coincidido en las reuniones de LaLiga; y que creyó que a través de Garrido podía hacer realidad el gran sueño de su vida: convertirse en presidente del club de su tierra. Su padre lo ya lo había sido de la Caja General de Ahorros y del Cabildo Insular.

El caso es que la reunión secreta entre Concepción y Garrido sirvió para dejar al margen de la ecuación a Clavijo, al tiempo que sirvió como preludio del definitivo acuerdo -el llamado Pacto de Roma- para que el trasvase accionarial se llevase a efecto. El madrileño se aprovechó de la debilidad del comprador y exigió una mayoría amplia para poder gobernar el club.

“Por lo que pudimos detectar en aquel momento, su gran obsesión era la parcela deportiva. Se creía que sabía más que nadie. Es algo que nos extrañó. Si tan bueno era, ¿cómo es que no estaba ya en el Madrid o el Valencia?”, se pregunta ahora uno de los presentes en el proceso de negociación.

Despropósitos

Concepción fue hábil y persuadió a sus socios Amid Achi y Conrado González, que cayeron en la trampa y fueron partícipes del contrato parasocial que casi sentenciaba a la pena de muerte (la defunción deportiva es ahora una realidad) a un club centenario como el Tenerife.

El gran problema no fue solo a quién vendían, porque entonces aún era una incógnita cómo podían ir los resultados deportivos, benignos al inicio, y que situaron incluso líder de la Hypermotion al Tenerife en octubre de 2023.

El mayor de los despropósitos fue el cómo se ejecutó la venta, mediante un contrato parasocial y sujeto a cláusulas de confidencialidad (EL DÍA lo reveló en exclusiva hace unos meses) que dejó en manos de Garrido el 100% de las decisiones deportivas; y al tiempo dejó secuestradas las voluntades de Concepción, Achi y Conrado al menos por cinco años y medio. Hasta 2028, votarían como y cuando quisiera su socio madrileño afincado en Londres.

Todo lo que ocurrió desde entonces hasta el momento presente es de sobra conocido por la afición blanquiazul: determinaciones deportivas inexplicables (la venta de Corredera con el mercado cerrado o el fichaje de Óscar Cano, sin ninguna experiencia de éxito en Segunda), situaciones bochornosas (filtraciones a través de sospechosas cuentas en las redes sociales), episodios desafortunados (el consejero Juan Guerrero a insultos contra los aficionados del club) e incluso despidos extemporáneos, como el del jefe de Márketing, al que eligieron como cabeza de turco por un inefable spot para la campaña de abonos que descorchó la presente temporada de los horrores.

Decadencia sin remedio

Es aquel contrato de 2022 -suscrito en una notaría de Adeje- el que arrastra al Tenerife hasta hoy a una situación “endiablada”, como así ha acuñado la presidenta del Cabildo.

Cierto es que hace dos meses -en un giro de guion propio de una serie de Netflix- se logró apartar provisionalmente a Garrido de la gestión del club en una jugada ajedrecística que le dejó fuera de juego.

El caso es que ya ahora no ansía volver al poder; solo cobrarse la venganza y rentabilizar su millonaria inversión en la institución insular. Pero el contrato sigue vigente y no hay más remedio que someter al Tenerife a los designios que él indique. Por acción o por omisión, él manda y decide.

Monopoly blanquiazul

De ahí que Rayco García sopese dejar sus aspiraciones presidenciales para otro momento, ya que ahora no se dan las condiciones propicias para gobernar en paz y sin estar sujeto a la sistemática convocatoria de una asamblea cada dos meses.

Lo advirtió el dirigente político Carlos Alonso en una entrevista publicada por este periódico en diciembre del año pasado. «La situación no queda resuelta; hace falta construir una mayoría accionarial estable o buscar las fórmulas necesarias para desactivar el sindicado».

Nadie lo hizo. Podían haber encargado una auditoría y, en función de sus resultados, denunciar a Garrido. Pudieron haber negociado un pacto para llegar en son de paz a febrero. Pero tampoco nadie se ocupó de una bomba de relojería -en forma de asamblea- que le ha estallado en las manos a un Tenerife vicecolista, en estado de depresión, sujeto a las estrategias e intereses económicos de cinco empresarios que no se ponen de acuerdo.

El monopoly blanquiazul está a punto de saltar por los aires.

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