El Club Deportivo Tenerife logró anoche uno de esos resultados que refuerzan una candidatura, que se premian con tres puntos, como todos, pero que parecen tener un valor añadido. El equipo de Asier Garitano derrotó al grande de la categoría, al RCD Espanyol, con una exhibición de resistencia y una imprescindible dosis fe, esa misma fe que empujó a Enric Gallego a presionar a Pacheco, cuando la ventaja era del portero, para quitarle el balón y anotar el único gol en el minuto 16. Fue una actuación coral y creciente, de nota alta para todos y sin grandes relieves, un encuentro que demostró que los blanquiazules son capaces de todo. Ahora son terceros en la clasificación, empatados con el segundo (15), el Leganés, y a un punto del líder, el Real Zaragoza. Y nada de esto es por casualidad.
De entrada, el arranque fue de un Espanyol que llevó enseguida a la práctica la teoría que le adjudica el cartel de mejor equipo de LaLiga Hypermotion. Salió enchufado, con ambición, teniendo el balón no solo por tenerlo, sino con profundidad, sometiendo a un Tenerife superado, un equipo que se tuvo que aplicar a fondo para achicar agua y resistir. En un abrir y cerrar de ojos, los barceloneses ya habían puesto a prueba a Juan Soriano dos veces, con sendos remates de Pere Milla bien dirigidos, y habían insistido con cinco saques de esquina (siete en la primera parte). Los de Luis García mandaban justo donde más talento atesoran, en la mediapunta, en la zona de creación entre el medio del campo y la delantera. Ahí, jugadores como Nico Melamed, Puado o Pere Milla trazaban sin tregua líneas de pase indescifrables para el inusualmente poroso armazón defensivo local. Una cosa es saber sufrir y otra vivir al límite tan pronto. Visto lo visto, el Tenerife está preparado para las dos cosas.
Pero un partido tan decantado puede dar un vuelco en el momento menos pensado. El Tenerife apenas se había estirado con alguna acción puntual de Luismi Cruz y un córner que acertó a conectar José León. Y poco más. Sin generar casi nada, marcó un gol que acabó siendo decisivo. Lo hizo gracias a la fe de Enric Gallego en la presión. El delantero siempre va, no se reserva. Se toma igual una acción ofensiva en la que se lanza a por un remate que una defensiva, cuando se toma tan en serio eso de presionar, porque es su trabajo, porque nunca se sabe lo que puede pasar. Esta vez, ese empeño le dio el máximo premio. Un valioso premio. Apretó a Pacheco, que se lió en el control, recuperó el balón y anotó a puerta vacía. En un cuarto de hora se había visto lo mejor y lo peor del Espanyol, su caudal en ataque y su fragilidad. El equipo más goleador de la Liga y también un candidato que encaja demasiado, que incluso regala tantos como el de Enric.
El 0-1 había enseñado el camino, un rumbo probablemente pensado –quizás sin convivir tanto con el riesgo– en el que el Tenerife no había descarrilado gracias a la falta de puntería de los rivales y a la habilidad de Juan Soriano, pero también gracias a su capacidad para morder en el área contraria con voracidad cada vez que puede correr y encontrar espacios. Fue como en boxeo, como ese peso pesado que, de repente, saca una mano y tumba a un oponente que se sentía ganador. Waldo lo intentó en el minuto 18 y Corredera siguió el hilo en el 19. Pero el Espanyol no estaba noqueado. Ni mucho menos. Se las arreglaba para ir enlazando una ocasión clara de calidad tras otra. El partido iba a toda prisa y se cocinaba en las áreas. Se agitaba con cada error, con cada pérdida. Por momentos, el Espanyol era casi tan peligroso cerca de Soriano como, en contra de sus intereses, en su campo.
El paso del tiempo dejó otra buena noticia para el Tenerife, aparte del obsequio de Pacheco. El funcionamiento destructivo fue cogiendo camino a la media hora. Con los oportunos ajustes y una mayor cohesión de los blanquiazules, el Espanyol dejó de manejarse a sus anchas de camino a la portería de Soriano. Ya le costaba mucho más avanzar. Se le iban cerrando las vías de acceso. O algunas de ellas. El duelo se fue equilibrando después de un acoso visitante inicial y el intercambio de golpes posterior. Con todo esto, el Tenerife tampoco pudo navegar tranquilo hacia el descanso. El adversario contaba con recursos suficientes y fue improvisando para perseverar en la búsqueda del gol, principalmente por la banda defendida por Medrano, pero también con pases filtrados por el medio. Así fueron ampliando el repertorio de ocasiones Pere Milla (15’), Puado (24’) y Braithwaite (42’). Y también así El Hilali pidió penalti al borde del intermedio por una supuesta falta de Waldo.
Tras el descanso, el guion siguió más o menos igual que en el tramo final del primer tiempo, con un Espanyol llevando la iniciativa pero más espeso, y un Tenerife firme y alerta para sentenciar con algún latigazo de los suyos, que los tuvo. La frecuencia de ocasiones no fue tan alta. Melamed fue el primero en afinar la puntería, pero no lo suficiente, en una falta directa (51’) y Soriano emergió delante de Milla para sacar el balón a córner. En medio, se le anuló un gol al equipo tinerfeño por fuera de juego de Enric, que había batido por alto a Pacheco tras un pase mágico Luismi. A continuación fue Waldo el que protagonizó una doble ocasión, un remate pegado al palo (61’) y otro demasiado cruzado tras recorrer todo el campo espanyolista con un contragolpe (63’)
Poco a poco, a golpe de solidaridad en el esfuerzo, concentración y seguridad en sí mismo, el Tenerife fue llevando el partido a su terreno. Fue domando a un Espanyol temible en el comienzo y tendente al apagón, casi resignado a insistir porque sí, pero intuyendo que su gol no iba a llegar nunca. Que la racha anotadora con la que se había presentado en el Heliodoro –14 tantos en seis jornadas– se iba a cortar. De hecho, estuvo mas cerca el 2-0 que el 1-1, cuando Roberto López, asistido por un genial Luismi, dispuso de un mano a mano con Pacheco del que salió ganador el portero (76’).
Con casi un cuarto de hora para el final, cabía esperar que el Espanyol también tuviera la suya. Puado (82’), Edu Expósito (90’) y Cabrera, ya en el alargue, pusieron de su parte para evitar la derrota, pero no hicieron sino confirmar que no estaba siendo la noche del Espanyol en la producción ofensiva. La resistencia y la fe del Tenerife, así como el clima que se creó en el Rodríguez López –18.229 espectadores un lunes–, pudieron más. No fue una victoria cualquiera.