Amargo empate para el CD Tenerife

Un gol validado por el VARy tras un evitable error grosero de Aitor Sanz dejan al Tenerife sin el botín en el último suspiro

El jugador del CD Tenerife Sipcic

El jugador del CD Tenerife Sipcic / LaLiga

Manoj Daswani

Manoj Daswani

Propone poco, cede demasiado. Es la penosa y preocupante realidad actual del CD Tenerife, que se quedó sin el botín del triunfo en La Rosaleda cuando había hecho lo más difícil: adelantarse en el marcador y sobreponerse a una primera mitad decepcionante, en la que el bagaje de los blanquiazules fue nulo y el Málaga se le subió a las barbas. El tanto en el último suspiro de Rubén Castro, a quien habilitó para marcar un error grosero (y muy evitable) de Aitor Sanz, fue validado con grandes dosis de controversia y polémica por el VAR, cuando ya el árbitro lo había anulado –por fuera de juego– y la jugada parecía resuelta. Fue un amargo desenlace para la vuelta a la competición, en la que reprodujo el representativo las mismas malas sensaciones con las que se fue al parón. 

Aunque faltó por Waldo Rubio por lesión y también Corredera por unas molestias sobrevenidas a última hora en el cuádriceps, casi pudo componer Ramis su alineación de gala. Sigue resultando una utopía que el entrenador pueda tener su plantilla completa para componer sus alineaciones, si bien la de este sábado casi calcó su once tipo. Con todo, no agradó la puesta en escena de los blanquiazules, que comenzaron demasiado cerca de su portero y demasiado lejos de generarle problemas al rival.

Así, la primera mitad fue decepcionante y deprimente a partes iguales. El Tenerife ni chutó entre los tres palos. Agazapado, sin fluidez ni ideas, el conjunto blanquiazul se dedicó a esperar las acometidas del Málaga, que dispuso de un repertorio de ocasiones suficiente para adelantarse en el marcador. Lo mereció el cuadro de Pepe Mel, que encontró sobre todo en las botas de Rubén Castro y Escassi sus primeras ocasiones nítidas. Un fallo de Nacho Martínez pudo abrir de par en par para los andaluces la puerta del 1-0, para el que opositaron con fiereza y al refugio de La Rosaleda. No obstante, fue en una secuencia donde Sipcic salva el balón bajo palos cuando el gol malacitano estuvo más cercano.

No es el de Mel un equipo que ande fino ni esté en plenitud de brillantez, pero le agradeció su público la superioridad evidente que mostró ante la versión más endeble del representativo, nulo con el balón las veces que lo tuvo en su poder; y muy en la línea de otras veces que salió del Heliodoro y salió trasquilado. De hecho, hasta el intermedio recordó mucho la imagen del Tenerife a la que dio en otros partidos que fueron funestos (Ibiza, Las Palmas o Pontevedra, sin ir más lejos), con pocos visos de que el parón invernal sirviera para cargar pilas y alejar viejos vicios. 

Todo cambió tras al descanso, pues la intención al comienzo de la reanudación fue otra en el Tenerife. Agitó la coctelera el técnico de los blanquiazules, que optó por dar carrete a Shashoua sin esperar a que se consumiera un solo minuto de la segunda parte.El concurso del británico fue determinante, hasta el punto de que suyo fue el gol que aproximaba a los blanquiazules al paraíso y a los puntos. Ocurrió en una jugada marca de la casa del inglés, que no anotaba desde abril;y que se aprovechó de una genialidad de Iván Romero y del buen trabajo de Garcés, otro recurso salido desde el banquillo.

Obró el Tenerife lo que casi parecía un milagro –no ganaba a domicilio desde Burgos– pero que en realidad era consecuencia de la dinámica en la que había entrado el partido en su acto final. Cada vez eran mayores las dudas del Málaga y también la frecuencia con la que golpeaba el representativo, que no tiró entre los tres palos pero sí fue sintiéndose más cómodo y encontrando más balón. Sobre todo cuando coincidieron los jugadores más desequilibrantes en cancha y una vez también Dauda se había sumado a la fiesta.

Ya solo faltaba guardar el botín y esperar a que un ya muy golpeado Málaga cayera por su propio peso. No fue así y el empuje andaluz encontró recompensa en un error flagrante de Aitor, de los que no se esperan de un futbolista de su estirpe. Regaló el madrileño a Rubén la opción de cargar su fusil desde la frontal y batir a Soriano. Hay dudas sobre la validez del gol, que el árbitro y su asistente anularon sin dudar; y que luego validó el VAR tras instar al colegiado a que revisara en la pantalla. Se quejan en el Tenerife de la influencia de Fran Sol –en posición antirreglamentaria– pero es una decisión sin vuelta atrás, lacerante, que sabe a hiel y que amargó la noche.