Con pasado y presente blanquiazul, Luis Miguel Ramis Monfort (Tarragona, 25 de julio de 1970) se inició como futbolista en el Nàstic, aunque su verdadera formación está íntimamente ligada al Real Madrid, sobre el césped y también desde el banquillo.

Aquel joven y espigado central se incorporó al filial blanco en 1991 y en la campaña 1992-93, militando con el Castilla en Segunda, recibió la llamada del técnico Benito Floro para subir al primer equipo: un sueño. Aunque la pareja que formaban Hierro y Sanchís no dejaba huecos, tuvo la ocasión de debutar el 26 de noviembre de 1992 en un partido de Copa de la UEFA ante el Vitesse y el 6 de diciembre lo hacía en Liga frente al Rayo Vallecano, saboreando además unos minutos en la final de Copa del Rey que los blancos conquistaron ante el Real Zaragoza.

En el verano de 1994 se vio involucrado en la operación del traspaso de Fernando Redondo al Real Madrid. El tarraconense fue moneda de cambio, junto con el delantero Víctor, más 500 milllones de pesetas y dos amistosos, del que sólo se celebró uno, en el Heliodoro. Pese a las dificultades de la negociación, Ramis estaba convencido de que el Tete representaba una oportunidad. Fueron dos buenos años para El Flaco –como así lo llamaba su compañero Marcelo Ojeda–, que dispuso de continuidad –cerca de 70 partidos disputados– se proyectó profesionalmente... y hasta padeció la varicela. El primer año lo vivió con don Vicente Cantatore en el banquillo, de quien dice era un Del Bosque, «un técnico de conocimiento analítico integrado», y la temporada siguiente con Jupp Heynckes, todo lo contrario: «muy exigente y protocolario, un entrenador con carácter». Había pasado de perder una Liga en la Isla –la segunda consecutiva del Madrid en la última jornada, con Benito Floro de técnico–, a conquistar una plaza para la UEFA vestido de blanquiazul y a las órdenes del técnico alemán.

El Madrid hizo efectiva su cláusula de recompra y volvió a la casa blanca, pero para recalar en el Sevilla, en la 1996-97, como parte del traspaso de Suker, y aunque fue titular, el conjunto hispalense terminó descendiendo a Segunda. En la 1997-98 se enroló en el Deportivo de La Coruña, donde pasaría tres campañas y media; una época dura, marcada por las lesiones. Eso sí, participó en la consecución de la única Liga del conjunto gallego, en la 1999-2000, hasta que mediada la campaña 2000-2001, el tarraconense se sumó a la plantilla del Racing de Santander, terminando allí el ejercicio y disputando sus últimos encuentros en Primera División. En la 2001-2002 regresó a sus orígenes, al Nàstic, y posteriormente vestiría las camisetas de Racing de Ferrol, Sanse, Pegaso y Cobeña, con el que colgaría las botas una vez concluyó la temporada 2005-2006, con casi 36 años. Un jugador de altura.

Pero este licenciado en Ciencias Químicas quería seguir experimentando con el fútbol. Sacó el título de entrenador y se fogueó en las categorías inferiores del Real Madrid, creciendo año tras año. Con el Juvenil A logró el título de campeón de la Copa en la 2012-13 y, posteriormente, cuando Zinedine Zidane cogió al primer equipo, Ramis ocupó su asiento en el filial, proclamándose campeón del Grupo II de la Segunda División B y cayendo en el playoff de ascenso a LaLiga SmartBank. Fue su adiós.

La UD Almería le dio entonces la oportunidad de debutar en el fútbol profesional, sustituyendo en marzo de 2017 a Fernando Soriano. Salvó la categoría y comenzó la campaña 2017/18 en el banquillo rojiblanco, pero fue cesado el 12 de noviembre de 2017. Su siguiente parada lo llevaría a tomar las riendas del Albacete en la temporada 2018/19, firmando una brillante clasificación para el playoff de ascenso a LaLiga Santander. Pero aquel particular idilio se rompió el 3 de febrero de 2020, tras una pésima racha de resultados que aceleró su cese.

El 24 de noviembre de 2020 se oficializaba su vinculación con el CD Tenerife en sustitución de Fran Fernández, colega y amigo.

Desde la jornada 14, con la amenaza del descenso a solo dos puntos, el técnico tarraconense aplicó coherencia y sensatez –que no era poco– en su propósito de remendar un nuevo proyecto errático. No era el suyo y el horizonte de la salvación se convirtió entonces en el objetivo prioritario.

Conocedor de las carencias que manifestaba la plantilla y asumiendo sus limitaciones para aspirar a retos superiores, Ramis tomó el camino más lógico, haciendo de la simpleza virtud. El control de lo previsible podía asegurarle una cierta cuota de éxito y uno de sus fundamentos descansó en la idea de que el potencial ofensivo se logra a partir de una base defensiva: la solidez. El posicionamiento sin balón, la disciplina táctica, se convirtió en la pieza angular de un conjunto que buscaba así ser competitivo y que, por el contrario, adolecía de alternativas cuando era el poseedor de la pelota, casi renunciando a elaborar y combinar, optando por la fórmula del juego largo, al espacio.

De fondo, la afición –siempre melancólica– soportó con estoicismo una campaña que se fue haciendo cada vez más tediosa y que terminó convertida en un sufrimiento: una nueva frustración.