Dos finales, dos derrotas. El Tenerife calcó el mismo resultado que la última vez que disputó el definitivo partido por el ascenso. Al club y a la institución les toca rearmarse desde la convicción de que esta temporada ha valido para reenganchar incluso a los que menos creían. Pero el resultado es durísimo: un golpe en el hígado.

Fue terrible. El tinerfeñismo revivió ayer los fantasmas de Getafe, escenario hace cinco años de uno de los mayores dramas deportivos de la historia del club; y se abocó a una noche de lágrimas, desazón y desconsuelo. Aunque Ramis lo intentó ante sus futbolistas en una emotiva imagen de confraternización al acabar el choque, esta vez no había mensaje ni aplauso que valiese para nada. Fue una jornada de comienzo festivo y final infeliz, un auténtico descalabro el último día.

Dos aficionados, entre lágrimas tras confirmarse la derrota. | | C. LAURITSEN

Buscaba el Tenerife cerrar la temporada perfecta –en año del Centenario– con una apoteosis por todo lo alto y acabar con una larga espera (de 4.782 días) desde que en 2010 cayó de Primera y ya no volvió a subir nunca más. Todo se había puesto de cara y, con la isla volcada, aspiraba el representativo a coronar su particular Everest con un ascenso que merecía de sobra. Pero se encontró con el Girona, descomunal en su última versión, y se adjudicó el cuadro de Míchel la victoria frente a los blanquiazules que se le había resistido tres veces (dos en liga y una en la ida de la promoción) para conseguirla, al fin, justo en el momento y la hora más oportuna.

Al tinerfeñismo le toca levantarse. Desde que bajó de la élite –el 16 de mayo de 2010– ha pasado por un sinfín de vicisitudes, traumas, momentos complicados y episodios funestos: una caída en picado (a Segunda B), un tránsito de dos años en el infierno, un regreso al fútbol profesional al segundo intento y un sinfín de frustraciones que podían acabarse ayer. Para siempre. Estaba preparado el Heliodoro y engalanado como en sus mejores días, lleno hasta la bandera y repleto de fe; pero la fue perdiendo a medida que los acontecimientos (y el fútbol) le fueron dando la espalda.

De esta temporada queda el llanto profundo por la decepción final, pero también el germen de una ilusión que ha nacido recientemente. El gran mérito de este Tenerife ha sido recuperar a los ateos. Incluso aquellos que habían perdido el interés y se habían llenado de desdén, que volvieron este domingo al campo para esperar a que se obrase el ascenso. No pudo ser. Y los 22.000 que acudieron entusiastas esperando fiesta, se quedaron sin celebración, sin ascenso y sin nada. Apesadumbrados y derrotados.

Desde hoy, toca recomponerse. Después de 45 episodios sin renglones torcidos en el libro de Ramis, el borrón llega en el epílogo. Donde y como más duele. En casa y a última hora.

Novena derrota en el Heliodoro


Si tiene una explicación que este Tenerife no consiguiese el ascenso a Primera División, evidentemente hay que buscarla en sus muy feos dígitos en el Heliodoro Rodríguez López. La de ayer fue la novena derrota de este curso en el coliseo de la calle San Sebastián, tras las siete cosechadas en el transcurso de la liga regular (contra Mirandés, Las Palmas, Almería, Málaga, Valladolid, Cartagena y Eibar) y la que significó la eliminación en la Copa del Rey (también contra el cuadro armero).Mientras a domicilio el conjunto de Ramis fue muy fiable e incluso batió la histórica plusmarca de victorias fuera del Heliodoro que había fijado Benítez en 2001, en el templo blanquiazul las derrotas han sido muchas más de las que podía permitirse un equipo que aspiraba a la gloria. Y que se le esfumó justamente en los partidos que disputó ante su público. De hecho, la temporada acaba con idéntico número de victorias y derrotas en casa: nueve.